Columnas la Laguna

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

En el antepasado siglo polemizaron arduamente dos ilustrísimos norteños, personajes los dos de extraordinaria personalidad. El uno, de Monterrey, fue fray Servando Teresa de Mier; el otro, coahuilense, se llamó Miguel Ramos Arizpe, cuyos apellidos dan nombre ahora a la laboriosa población donde vio la luz primera. Fray Servando era centralista convencido. Decía que la República necesitaba un poder central fuerte y hegemónico que evitara el nacimiento de cacicazgos locales en perjuicio de la unidad nacional. Ramos Arizpe, en cambio, sostenía las idea, basada en el modelo norteamericano, de una Nación formada por Estados que acordaban unirse bajo una Constitución común, salvaguardando cada una su soberanía y su libertad. Teóricamente triunfó Ramos Arizpe: en términos de ley México es una federación. Pero en la realidad se impuso el Padre Mier. Nuestro país, en efecto, ha sido siempre centralista. Contra ese centralismo, absolutista y despótico en más de una manera, se rebelaron los diez gobernadores que salieron de esa entelequia llamada la Conago para formar una Alianza Federalista. Al hacer eso están defendiendo el interés de sus Estados frente a un poder central que no reconoce ningún freno ni contrapeso alguno, y que actúa muchas veces sin considerar el bien de las comunidades, sino en cumplimiento de un programa personal, dañando la economía de las entidades a fin de tener fondos para mantener una clientela electoral. La actitud de esos gobernadores no es en modo alguno separatista, y ni siquiera de oposición a López Obrador. Es la postura digna y coherente de quienes miran por sus gobernados y protestan por la indiferencia o las agresiones del poder central. En el caso de Coahuila, mi Estado, el gobernador Miguel Riquelme ha hecho un buen trabajo, y goza del reconocimiento, e incluso del afecto de sus conciudadanos. Su labor, sin embargo, se ha visto afectada por injustificadas reducciones de la Federación a los recursos que legítimamente corresponden al Estado y que ahora se destinan a las obras emprendidas por AMLO y al sostenimiento de su proyecto político, fincado en dádivas para la consecución de votos. No hace un buen gobierno quien con sus actitudes provoca una acción como ésta de los diez gobernadores -la tercera parte de los del país-, que no nace de cuestiones de política, sino de temas que tienen que ver con el bien de las entidades que forman la Federación y que ahora resienten graves daños por causa de una mala conducción presidencial. "Casamiento a edad madura, cornamenta o sepultura". Así decía un antiguo refrán que aludía a las nupcias de hombre viejo con mujer joven. Dice verdad ese proverbio. Yo supe de dos paisanos míos, el uno viudo, solterón el otro, que casaron cuando andaban ya testando, como otro dicho dice. Ambos pasaron a mejor vida -si no a mejor momento- en el preciso instante en que estaban gozando las mieles de himeneo, lo cual, por lo demás, es una forma muy apetecible de irse de este mundo. A lo que iba era a contar la historia de cierto octogenario que casó con veinteañera. No se cumplían aún seis meses de la boda cuando la desposada trajo al mundo un robusto bebé de 4 kilos. "Me parece muy pronto" -comentó, receloso, el señor. "¡Ande! -le dijo la mamá de la muchacha-. ¡Qué va a saber la inocente del tiempo en que se debe dar a luz!". Luego, fijando la vista en el recién nacido, dijo para halagar a su maduro yerno: "Tiene la misma nariz de su padre". Un amigo del esposo, ahí presente, se inclinó sobre él y le dijo en voz baja: "Anota ese dato. Puede servirte para localizarlo". FIN.

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