Columnas la Laguna

ANÉCDOTAS

A SALVO, LOS CAUDALES DE LA NACIÓN. RUIZ CORTINES, SU CUSTODIO

HIGINIO ESPARZA RAMÍREZ

A propósito de las escandalosas revelaciones del ex director de Pemex involucrando al expresidente Enrique Peña Nieto y a su secretario de Hacienda Luis Videgaray en actos de corrupción, vienen a colación anécdotas relacionadas con la probidad ejercida a lo largo de su vida por el presidente de la República Adolfo Ruiz Cortines, un hombre que fue ejemplo de conducta transparente ante los funcionarios públicos de todos los niveles, de acuerdo con el testimonio de sus amigos y compañeros de andanzas políticas.

Encabezados a ocho columnas en los diarios nacionales y locales, están dando prominencia a los sobornos, cohechos y malversación de los fondos públicos en la administración petrolera de Emilio Lozoya y en los gobiernos de Peña Nieto y Felipe Calderón, un comportamiento delictivo que hubiera cimbrado en cuerpo, alma y corazón al célebre político veracruzano, quien siempre dejó en claro que el poder oficial no es para robar dinero sino para ejercer justicia en beneficio de las mayorías que viven en la pobreza.

En el libro “El Presidente Pobre”, su autor, el periodista Javier Santos Llorente, da cuenta de todos aquellos actos en que don Adolfo Ruiz Cortines manifestó acrisolada honradez y destaca un hecho casi legendario sucedido durante las escaramuzas revolucionarias en la ruta ferroviaria México-Veracruz, precisamente en Aljibes, una estación cercana al poblado Rinconada, escenario de enfrentamientos entre las fuerzas levantadas que se disputaban la Presidencia de la República.

El carro propiedad de la Tesorería General de la Nación en el cual se hallaban ciento cincuenta millones de pesos en monedas de oro y otros valores –narra magistralmente Santos Llorente- quedó a la deriva luego de que la locomotora que lo jalaba resultó averiada por los cañonazos que provocaron su descarrilamiento.

El general Jacinto B. Treviño, jefe de las fuerzas revolucionarias, ordenó rescatarlo, nombrando como custodio y responsable único al entonces mayor Adolfo Ruiz Cortines, quien a la vez se desempeñaba como tenedor de libros y pagador del Ejército, cargos cubiertos con impresionante honradez.

Como guardián de los caudales propiedad de la nación, el personaje tuvo a la vista y en sus manos el fabuloso tesoro, pero no tocó nada, todo lo dejó intacto en un ambiente enrarecido donde los saqueos, los robos y cambios de fortuna eran cosa común dentro de la turbiedad revolucionaria. “No faltó voz –refiere Santos Llorente- que lo indujera a tomar las monedas como botín de guerra, pues sería pecado no hacerlo”.

Pero no sucedió así y Ruiz Cortines puso a disposición del presidente provisional Adolfo de la Huerta, dinero y valores debidamente inventariados. Las felicitaciones del mandatario fueron el premio a su integridad.

Este comportamiento sería valor distintivo en su vida pública, desde la diputación federal ejercida en su natal Veracruz hasta la Presidencia de la República y más todavía cuando dejó de ejercer el poder, pues mantuvo también la austeridad que lo hizo famoso, tanto en su casa como en su persona al rechazar a guardianes civiles y militares como encargados de su seguridad. No tenía coche y durante sus estancias en la capital de la República cubría a pie el trayecto entre las oficinas de su partido y el Zócalo, refiere el relato.

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