LLEGÓ SIN AVISAR Y SE PRESENTÓ A SÍ MISMO:
-Soy el color rojo.
Le pregunté:
-¿En qué puedo servirle?
Me respondió con voz imperativa:
-Diga en sus escritos que yo soy el mejor de todos los colores.
-No puedo hacer tal cosa -opuse-. Los demás colores se molestarían conmigo, y los necesito a todos para hacerles dibujos a mis nietos. ¿Se imagina usted un dibujo para niños sin el verde para el césped, el azul para el cielo y el amarillo para el Sol? De usted, en cambio, se puede prescindir más fácilmente.
Al oír ese razonamiento el rojo enrojeció por el enojo. No me importó bastante: el enojo no suele aparecer en los dibujos infantiles.
Se lo dije, y el rojo se puso aún más rojo. Lo sentí mucho, pero como dice la sabiduría popular: “Más vale una colorada y no cien descoloridas”.
¡Hasta mañana!...