Columnas la Laguna

ANÉCDOTAS

HE VISTO A DIOS, ES HORA DE DESPEDIRNOS

HIGINIO ESPARZA RAMÍREZ

Las visitas de Juan Manuel a casa siempre son agradables: me regala libros y manuales de su propia autoría y pastillas para dormir cuando apenas son las diez de la mañana. Se sienta y platica sobre sus vivencias familiares y me atrapa cuando habla del fallecimiento de su señora madre a los cien años de edad. Desde Zacatecas manejó su automóvil a 150 kilómetros por hora para llegar a la residencia familiar en la ciudad de Monterrey donde su madre, doña María Ignacia Cerda viuda de González hablaba con entereza de la cercanía de su fin. Pero todavía no le llegaba la hora, el día y el año.

En ese momento tenía 98 años de edad y sólo hablaba de que ya había cumplido su fin en este mundo, nada le quedaba por hacer. "He cumplido Juan Manuel" pero sus deseos no se realizaron como ella quería y vivió dos años más en medio de un mar de añoranzas sobre sus tristezas, sufrimientos, y períodos -los más- de gran felicidad provocada por la cercanía y el cariño de sus hijos.

Juan Manuel la alcanzó con vida, platicó con ella largamente, como periodista y con consentimiento previo, le hizo trece preguntas, la más difícil, cómo le gustaría que dispusieran de su cuerpo, si la enterraban o prefería la cremación. Hagan con los restos lo que quieran, yo he sido muy feliz, he visto a Dios, sé cómo es, no fue mi imaginación, Realmente lo vi, fue su respuesta. -Me voy, es hora de despedirnos, bendijo a sus hijos y éstos a su vez, la honraron y le agradecieron su presencia en este mundo y su salida, sin temor ni angustias, al paraíso.

Viajero por razones de su trabajo, González Cerda permaneció ocho días al lado de su madre, pero tuvo que despedirse de ella por ese mismo motivo y se despidió. Ella también lo hizo con un augurio funesto y conmovedor: -Ya no nos veremos hijo, vete sin cuidado y llévate mis bendiciones. Juan Manuel, con una familia propia, se fue a cumplir sus tareas de profesionista y dos años después, recibió un telefonema de su hermano mayor: -Mamá ha muerto, regresa con cuidado, tranquilo y sin prisas.

Vinieron a la mente de Juan Manuel multitud de recuerdos de su vida bajo la protección, amparo, auxilio y guía de la autora de sus días y sobre esos conceptos de una convivencia en común, versaron las preguntas de la entrevista a "Doña Nachita", una mujer de profunda fe religiosa, convicción que se manifiesta en sus respuestas al hijo metido a periodista:

-No recuerdo haber dicho nunca: Dios, ¿por qué me haces esto? Viví la vida como vino, siempre estuve presente con mucha fe. Desde niña, mamá me llevaba a la iglesia, ella me enseñó a estar bien con Dios… Con esa certidumbre, se preparó para el tránsito final y lo hizo consciente, animosa, y segura de que "todo lo que hace muere, con la llegada del día en que habrá que rendir cuenta de la vida que nos prestó Dios para regresarla cuando Él diga". Yo ya estoy lista, recibí todos los auxilios espirituales", le recuerda a su hijo, creyente y solícito.

Mi esposa le ofrece a Juan Manuel unas rebanadas de melón, se hace a un lado el tapabocas y lo come con un tenedor. De entrada me dice que no le entendió a un texto mío sobre los suicidios y admito que cometí un error en la entrada del texto. Por una A parece que está dedicado a don Héctor Martínez Serrano, pero no, va dirigido a él en respuesta a sus comentarios sobre las personas que se quitan la vida.

Noto que el rostro de mi interlocutor se ensombrece fugazmente con el recuerdo de su madre, sobre todo de aquella escena conmovedora cuando se despidieron porque ella se iba de la existencia terrenal y él regresaba a su trabajo. Me conmovió la charla y hasta ese instante me arrepentí de no haber aprendido a usar una grabadora para imprimir textualmente sus palabras de un relator reflexivo con un profundo amor por la mujer que lo trajo a este mundo. Impresionado por sus sentimientos, me despido -nos despedimos- con un "hasta luego, seguiremos en contacto".

Trozos de un melón inmaduro se quedaron en el plato y las pastillas para dormir siguen en su envase original. Dos almohadas las reemplazan y duermo profundamente, entregado a los sueños con temática literaria. Hubo un regalo más, una bolsita de plástico con seis duraznos verdes todavía. Vamos a esperar que se pongan amarillos, según instrucciones del escritor, columnista y profesor, fundador del grupo "Los Amantes de la Vida".

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