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HIGINIO ESPARZA RAMÍREZ

¿Fumó de niño? -No, nunca. -¿Qué usaban en su casa para cocinar? ¿Leña, carbón o petróleo? -Los tres combustibles y tortillas duras. No había chimenea y en casa sofocaban con manos y trapos el humo resultante, pero de todos modos había aspiración involuntaria. -¡Ahí está el meollo del asunto!, usted padece de los pulmones. Lo vamos a someter a tratamiento con aerosoles de ipratopio y una espirometría. Esta prueba nos indicará si usted todavía sopla.

No di crédito, es decir, no creí lo que me dijeron los médicos del IMSS pero de todos modos concerté la cita para el examen pulmonar y me la dieron para el 18 de mayo a las 12.00, dos meses después del diagnóstico. Recomendaron los laboratoristas que no me embarazara (¿) ni fumara desde dos horas antes; no haber inhalado medicamentos en los tres meses últimos y no tener, tampoco, una traqueotomía y menos un sangrado pulmonar.

Pasé revista a mi existencia infantil y recordé que no fumé de niño, pero sí aspiré a diario el humo de los cigarrillos de hoja que fumaba mi padre cuando trabajaba en la reparación de calzado, generalmente sentado en una silla de palma por exigencias del oficio, pero también cuando se ponía de pie y después de comer. -Ah cómo fumaba mi padre. Pero nunca lo imité ni traté de hacerlo porque no me surgía ese gusto o porque se imponía la autoridad paterna, Tampoco llegó a preocuparse por esa posibilidad, una cosa impensada en mi calidad de niño laborioso y sin vicios, aparte del respeto y obediencia por las buenas costumbres; el "fumar es un placer" no formaba parte de mis hábitos de crecimiento.

Lo que sucedía entonces, lo recuerdo muy bien, era que el humo del cigarro de hoja maicera me daba en la cara y por lo tanto lo aspiraba sin quererlo, cada vez que le leía el periódico a mi papá sentado a un ladito de él y a la misma altura de su oído. Trabajaba con las manos y por lo tanto no podía sujetar objetos ajenos a su labor manual. Las dos sillas quedaban juntas y no había para dónde hacerse, pues las fumarolas tenían un largo alcance y mi nariz no las ignoraba.

Le leía una columna del diario La Opinión, de tono humorístico y era tarea obligatoria de todos los días interpretarla con voz clara, audible y entendible, respirando, inevitablemente, los humos paternos, los cuales, por razones sentimentales, añoro ahora. Cursé la primaria sin inclinaciones al cigarro, y de pronto entró de moda esa adicción con los adolescentes y hubo uno de ellos, como popularmente se da en esos grupos, el oficioso que compraba dos cigarros de la marca "Alas" y nos íbamos a tratar de fumar detrás de unos tabaretes al lado de un arroyo seco ubicado en la confluencia de la calzada 20 de Noviembre y la avenida Matamoros en Torreón. De niños ya no teníamos nada y eso, tal vez, fue el inicio del gusto mal sano que se desarrolló en mi organismo cuando llegué a la edad adulta y comencé a laborar profesionalmente después de haber interrumpido abruptamente la carrera de comercio.

En la sala de Redacción de El Siglo de Torreón había tres fumadores empedernidos, dos chupaban "Delicados" y el otro "Montecarlo". El humo los envolvía fantasmalmente y dejaban los ceniceros repletos de residuos llamados "bachichas" y como nadie les daba limpieza -a los recipientes- aparecían recubiertos de ceniza endurecida como piedra volcánica. En casa, mi abuela fumaba cigarro tras cigarro, de la marca Faros, hasta que enfermó de los pulmones. En el hospital le hicieron una perforación en el pecho y por la misma comenzaron a escapar, en espirales, los humos de la congestión tabacalera. Me divertía la escena y apretaba el agujero con mis dedos para que salieran más volutas de sublime transparencia.

Temporalmente agarré la fumarada, una parte por imitación y la otra por presunción, creyendo que el cigarro mejoraba mi posición social o simplemente por quedar bien con las damas, hasta que llegó el momento de fastidiarme y lo dejé de tajo, en forma definitiva, hace más de cuarenta años. Sin embargo, cenizas quedan y los médicos del IMSS lo sospechan. (Reporte de última hora: su edad pulmonar es de 32 años, dictaminaron los laboratoristas en una segunda opción del tratamiento a nivel particular. -O sea que no fumé de niño, sólo gateaba alrededor del fogón)

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