Columnas la Laguna

ANÉCDOTAS

REZANDO BAJO LA LLUVIA… EN LA SIERRA MADRE OCCIDENTAL

HIGINIO ESPARZA RAMÍREZ

Con su alucinante Espinazo del Diablo, sus bosques de pinos, encinas y oyameles, sus cumbres de hasta 3 mil metros sobre el nivel del mar, sus guacamayas, cotorras, águilas reales, búhos, halcones y charas pinto, la Sierra Madre Occidental, la cadena montañosa que nace en el sur oeste de Estados Unidos de América y costea el Pacífico mexicano desde Sonora a Jalisco pasando por Chihuahua, Sinaloa, Durango, Nayarit, Zacatecas y Aguascalientes, fue hollada por estos modestos pies y admirada por estos peregrinos ojos mediante osadas travesías en un mini coche de modelo atrasado que compitió en resistencia y audacia con los pesados tráileres que la cruzan a diario.

Asombro y emociones que acalambran, me acompañaron en estos periplos serranos hacia Mazatlán, con los zarandeos de las curvas para arriba y para abajo que tiene la tortuosa carretera libre que lleva de Durango al puerto mazatleco a través de montañas, bosques, cascadas y precipitaciones inesperadas que alcanzan volúmenes que llegan hasta el cuello. Conduciendo un "bocho" desafié la cima en varias ocasiones, siempre atrás de un tráiler adueñado del camino como los demás de su especie que ni avanzan ni dejan avanzar y lo ponen a uno de cara al cielo.

En las serpenteantes y cerradas curvas que trepan a la Sierra Madre, los pesados vehículos de alargada caja de carga, en cada vuelta ascendente prácticamente se salían del camino y el cargamento y sus cuatro dobles ruedas posteriores quedaban parcialmente en el aire, suspendidas (así me parecieron) en lo alto de la montaña, pero prontamente volvían a recuperar su posición normal gracias a las pericias de los conductores. El cochecito y los demás carros de su género no podían pasar por los costados de los grandes transportes y se quedaban mirando al paraíso, con sus picos de montaña envueltos en nubes celestiales. Con la nueva autopista y su puente Baluarte, terminaron los acercamientos de muerte a los desfiladeros, se incrementó la seguridad y los mini autos ya tienen carril propio debido a la holgura de la moderna ruta.

Manejé en diversas ocasiones a Mazatlán por la libre, acompañado por la familia, cuya impresión siempre fue mayúscula en el Espinazo del Diablo, una conformación de profundos barrancos y elevadas montañas cubiertas de bosques. Es imponente y sobrecoge el espíritu. Son 10 kilómetros de impresionantes barrancas por ambos lados que hacen ver al chamuco. Un maravilloso espectáculo a 2,400 metros sobre el nivel del mar.

De regreso de uno de esos viajes memorables, nos atrapó en la alta serranía una tormenta que volvió gris y oscuro el panorama con sus bosques, carretera y abismos. Densas cortinas de lluvia barrieron la cordillera y todo se perdió ante mi vista, los parabrisas del ruinoso vehículo dejaron de funcionar por la pesada carga pluvial y le pedí a mi suegra, quien viajaba a mi lado, que sacara la mano derecha por la ventanilla para tratar de mover los limpiadores, pero no pudo activarlos y comenzó a rezar con tal vehemencia y fe que de pronto se escuchó un estruendo celestial y al instante cesó el diluvio. El sol brilló despejando el firmamento, bandadas de aves reanudaron sus vuelos y sus cantos de montaña a montaña y las cascadas afinaron sus sinfonías del agua que cae y bruñe las rocas.

El coche, envuelto en la invisibilidad por la borrasca, reapareció al borde del precipicio con sus cuatro apretujados ocupantes indemnes en el asiento posterior. Abajo los bosques de encinos y oyameles se sacudían alegres la lluvia tempranera y más abajo los camiones subían pesadamente las cuestas. La sinuosa carretera se mostró reluciente y dominante, nos abrió los brazos de nuevo y nos puso en el buen camino. En el punto más alto del recorrido la majestuosidad montañosa me conmovió hasta las lágrimas.

Creyente indeciso, desalojé del asiento trasero a la esposa y los hijos y les pedí: -¡Hínquense porque vamos a rezar", y agradecido con la suegra que no se movió de su asiento, con un pañuelo le limpié el rostro y los brazos, le di un abrazo de reconocimiento al "bocho" por su pujanza y de rodillas juré, a consecuencia de aquel instante milagroso, revisar los parabrisas antes de emprender un nuevo viaje.

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