En el número 24 de la Gazeta de México de noviembre de 1729 se enumeran los acontecimientos de todos los días del mes, el día primero la festividad de todos Santos -instituida por Gregorio IV en el año 840- y el día 2 la conmemoración de los fieles difuntos (que en 1095 instituyó Urbano II). Esta última se celebró con toda la pompa fúnebre, con ricos y lúgubres ornamentos y con el "general doble" de las 297 campanas; entonces la muerte se percibía como enemiga de la felicidad en esta vida, era representada con la imagen del esqueleto en traje monacal y con guadaña, y trataba como hasta ahora a todos por igual en el efímero mundo terrenal.
El pueblo, en contraste, con las misas enlutadas, celebra el día de las ánimas con convites de mole, música y pulque en los cementerios. Al respecto, los frailes especularon que estas acciones eran en realidad una pantalla para continuar con las fiestas que los aztecas dedicaban a los niños y a los adultos muertos. El padre fray Diego Durán en la Historia de las Indias de la Nueva España e islas de Tierra Firme escribió: "Finalmente yo sospecho que en este caso siguen su ley antigua y que aguardan se cumplan las letras de sus calendarios porque en pocas partes hay que no los tengan guardados y muy leídos y enseñados a los que agora nacen para que in eternum no se olvide".
Las costumbres mexicanas del 2 de noviembre las hemos construído a partir de estas dos visiones al tomar elementos del pasado tanto de los españoles como de los pueblos originarios, y son consideradas extrañas por los extranjeros debido a la alegre familiaridad que mantenemos con la muerte y por la forma en la que recordamos a nuestros difuntos. En la edición del 31 de octubre de 1892, La lanterne de cocorico, periódico francés editado en México, puso como encabezado "México Macabre" y en la sección titulada "El cementerio" se puede leer: "En México, bajo este hermoso cielo azul hay tristeza alegre y aunque profesan un gran respeto por sus padres fallecidos, la gente del país celebra la fiesta de los muertos"; de igual manera escriben sobre el asombro que les causa que las tumbas se encuentren iluminadas, llenas de flores, que las personas asistan a los panteones a comer y a brindar a la salud de los difuntos, así como que los vendedores ambulantes ofrezcan la muerte en cabezas de muerto -calaveras de azúcar- y también que en los periódicos publiquen ediciones especiales con epitafios cómicos y algunas veces injuriosos llenos de palabras como urnas, osamentas o infiernos. Al parecer el periódico le toma el gusto y dedica unas cuatro páginas del ejemplar de ese día a publicar "calaveras" alusivas a los personajes de la época, como el presidente Porfirio Díaz y el arzobispo Alarcón; sobre el general Sóstenes Rocha -conocido liberal- decía: "se come un sacerdote en cada comida y quizás a eso deba su muerte". Sobre sí mismo, el periódico escribe: "sin padrenuestro sobre su ataud, llora con un ojo y ríe con el otro".
En México todo es, pues, una tristeza alegre entre santos y ánimas de difuntos.