Aquel incrédulo le pidió a San Virila que hiciera algún milagro, de modo que él pudiera creer.
-¿Cuántos milagros necesitas para tener fe? -le preguntó Virila.
-Con uno me conformo -respondió el escéptico-. Mueve esa montaña, o cambia el curso del río, o haz que se detenga el Sol.
Le preguntó otra vez el santo:
-¿Tienes hijos?
-Sí -contestó el hombre-. Tengo tres.
-¿Tres milagros tan grandes tienes en tu casa -exclamó sorprendido San Virila- y te conformas con un milagro insignificante, como ése de hacer que se detenga el Sol? Si esos tres prodigios maravillosos no han sido suficientes para darte fe, de nada servirán tampoco los pequeños milagros que me pides. Estás condenado a la triste desgracia de no creer en nada.
Así dijo San Virila, y dejó al incrédulo en su incredulidad.
Es decir, en su soledad.
¡Hasta mañana!...