Columnas la Laguna

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

"Santo Señor San Alejo: / te pido con devoción / que me quites lo pendejo / y me aumentes lo cabrón". Este día no rezaré yo esa antigua prez. Sucede que voy a incurrir en culpa de ingenuidad. Y es que entre ser ingenuo y ser bribón escojo ser ingenuo. Prefiero ser el inocente que compró la Torre Eiffel y no el pillo que se la vendió. Me dirán que con esa actitud bobalicona iré dando tropiezos por la vida, pero quiero caminar por ella alegremente, confiando en todo el mundo, en vez de ir temeroso volviendo la vista a todas partes por recelar de todos. Lo digo porque me alegró saber que una de las primeras acciones de Christopher Landau, el nuevo embajador de Estados Unidos en México, fue visitar junto con su señora esposa a la Virgen de Guadalupe en su basílica. "Le rogué -dijo- que me diera la sabiduría y el espíritu para fortalecer los lazos entre nuestros países". Sobrarán quienes digan que ese acto del representante norteamericano fue de puro cumplimiento -cumplo y miento-, una especie de show mediático para congraciarse con el pueblo mexicano según le habrá sugerido algún cercano consejero. Yo pienso, quizás ingenuamente, que la visita hecha por Landau a la Guadalupana fue sincera, y que obedece a su recta intención de hacer una buena labor en el difícil cargo que le ha sido encomendado. Difícil cargo, digo, porque es tarea complicada ser embajador en México teniendo un Presidente tan imprevisible como Trump. En fin, que la Morenita proteja al señor Christopher y nos proteja a todos de las intemperancias de su jefe. Mientras tanto yo, guadalupano como soy, le envío al embajador Landau un gran aplauso, y dado con ambas manos para mayor efecto. Respirando agitadamente el ciempiés macho le pidió a la hembra: "Abre las piernitas por favor, mi vida". Respondió ella, terminante: "No, no, y cien veces no". Pepito y su amigo Juanilito estaban en el parque cuando pasó junto a ellos una estupenda morena de erguida proa y ondulante popa. Comentó Pepito, pensativo: "No sé, pero algo que me dice que en la vida hay algo más que tablets y futbol". En su consultorio el joven médico sonrió cuando su padre le contó que estaba teniendo problemas de disfunción eréctil. Le recetó ciertas pastillas y le aseguró que ese fármaco le levantaría el denuedo. "No sabía que también se llamara así" -dijo el señor. Y así diciendo le entregó mil pesos a su hijo. "¡Por Dios, padre! -protestó el muchacho al tiempo que le devolvía el dinero-. ¡Cómo piensas que voy a cobrarte la consulta!". "El dinero no es por la consulta -aclaró el progenitor-. Es para que no le digas a tu mamá que vine a verte. Del efecto que hagan las pastillas ella no se enterará". La señora le puso a su hija un nombre extraño: Cicatriz. Explicaba: "Es lo que me quedó de una caída". Doña Holofernes, mujer de pueblo chico, quería que su hija estudiara en la ciudad. Don Poseidón, su esposo, se resistía a la idea: pensaba que en la gran urbe acechaban todos los peligros. La gran urbe era la capital del Estado, que tenía 100 mil habitantes. Doña Holofernes se salió con la suya -siempre se salía con la suya- y la muchacha hizo el viaje a la ciudad. Pocos días después la madre recibió un mensaje de la escuela. De inmediato le informó a su marido: "Ya matricularon a Glafira". "¡Carajo! -se consternó don Poseidón-. ¡Te dije que algo malo le iba a suceder!". Blanca Nieves y el Príncipe Azul contrajeron matrimonio. Al día siguiente de la noche de bodas el desposado le preguntó a su flamante mujercita: "¿Te gustó lo de anoche, vida mía?". "Sí -respondió Blanca Nieves-. Pero me hicieron falta los otros seis". (No le entendí). FIN.

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