Columnas la Laguna

De Política y Cosas Peores

Armando Camorra

Doña Macalota, la esposa de don Chinguetas, se llevó aquella noche una agradabilísima sorpresa. "¡Caramba! -le dijo llena de alegre admiración a su marido-. ¡Pensé que lo tuyo estaba ya en vías de extinción, y resulta que está en vías de extensión!". (No le entendí). El letrero en la tienda departamental decía: "Hoy. Venta de empleados". Acudió Celiberia Sinvarón, madura señorita soltera, y le pidió al gerente: "Quiero comprar aquel empleado alto, moreno, de ojos verdes, cabello rizado y bigotito". Don Cucurulo tenía más años que dos pericos juntos. Fue a la consulta del doctor Ken Hosanna. Se le veía exangüe y fatigado, pálido, laso y escuchimizado. Le dijo el facultativo: "Está usted agotado, débil, muy cansado". Respondió con voz feble el carcamal: "Es consecuencia de la juventud". "¿De la juventud? -se sorprendió el galeno-. Es usted adulto mayor". Suspiró don Cucurulo: "De la juventud de mi amiguita". Felisberto y Susiflor habían hecho la promesa de no casarse hasta que él juntara 100 mil pesos para comprar el menaje de la casa. Pasaban los meses, sin embargo, y el muchcho no daba trazas de haber reunido esa cantidad. Una noche los dos enamorados fueron al Ensalivadero, solitario y romántico paraje propicio a las cosas del amor. Ahí intercambiaron besos ardientes, caricias encendidas y roces llenos de pasión. En medio del urente trance le preguntó Susiflor a Felisberto: "¿Cuánto has ahorrado de los 100 mil pesos?". Respondió él, triste y apenado: "105". "Casémonos ya-dijo Susiflor respirando con agitación-. Total, peso más, peso menos". La mamá de Luciferito, el pequeño hijo del diablo mayor, acostó al niño en su camita, le dio un cariñoso beso en la frente y le dijo con ternura: "Que no sueñes con los angelitos". El oficial del Registro Civil se impacientó con don Martiriano, el sufrido esposo de doña Jodoncia. "Ya no venga, señor -le pidió airado-. Una y mil veces le he dicho que su acta de matrimonio no tiene fecha de caducidad". Dos individuos bebían sus respectivas copas en la barra de una cantina de mala muerte. Manifestó el primero: "Bebo porque m i mujer me abandonó para irse con otro". Declaró el segundo apurando su enésima copa: "Yo soy el otro". Le dijo don Cornífero a su compadre Pitorreal: "Mi mujer se viste muy bien". "Sí -reconoció el compadre-. Pero muy despacio". Doña Frigidia, ya se sabe, es la mujer más fría del planeta. Fue al cine a ver la película "Los últimos días de Pompeya" y su presencia en la sala bastó para que se apagara el volcán. Una noche don Frustracio, su marido, se asomó a la ventana y comentó: "Hay luna llena". "Esta noche no -se apresuró a decir doña Frigidia-. Me duele la cabeza". Un señor visitó el manicomio de la ciudad. Se le acercó un alienado: "Soy el Hombre Araña". "¿De veras? -sonrió el visitante-. "Sí -confirmó el loquito con un mohín de coquetería-. Tejo". Doña Mo Bydick, robusta señora, se compró una falda. Fue al vestidor a probársela. A su vuelta le preguntó la empleada: "¿Le quedó la falda?". "No lo sé -respondió, mohína, doña Mo-. No me quedó el vestidor". Era ya cerca de la medianoche. Desde el segundo piso el padre de Dulcibel le preguntó: "¿Está ahí tu novio?". "Todavía no, papá -respondió ella entre jadeos-, pero ya casi". Pirulina regresó de su viaje de luna de miel. Una de las primeras cosas que hizo después de arreglar su nidito de amor fue ir al café donde solía reunirse con sus amigas. Les dijo: "Por fin esta tarde se volvieron a juntar". Una de ellas se extrañó. "Todas las tardes nos juntamos". Aclaró Pirulina: "Hablo de mis piernas". FIN.

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