Cultura

Un grito contra el racismo

Beatriz Rivas, aborda la masacre de chinos en Torreón, en su más reciente novela

Maestra. La escritora mexicana Beatriz Rivas, reconocida como formadora de escritores, aborda la masacre de los chinos en Torreón, en su más reciente novela publicada bajo el sello de Alfaguara.

Maestra. La escritora mexicana Beatriz Rivas, reconocida como formadora de escritores, aborda la masacre de los chinos en Torreón, en su más reciente novela publicada bajo el sello de Alfaguara.

VICENTE ALFONSO

"Debo adoptar una postura. Una postura que grite y no que susurre", dice para sí misma Mian, uno de los personajes centrales de Jamás, nadie, la más reciente novela de Beatriz Rivas. Publicada por Alfaguara, aborda uno de los capítulos más oscuros en la historia de nuestra ciudad e incluso de nuestro país: la masacre, ocurrida en mayo de 1911 en Torreón, donde murieron más de trescientos inmigrantes chinos asesinados.

"Recuperar historias perdidas exige una gran estabilidad emocional", leemos en la página 70 de la novela. La sentencia, válida para las personas, lo es también para las sociedades: a pesar de que ha sido catalogada por cronistas e historiadores como "un pequeño genocidio", la matanza permanece como un episodio turbio de la historia local.

Aún hoy, más de un siglo después, se habla poco del asunto y se escribe menos. Si bien hace diez años se erigió un monumento al hortelano cantonés para desagraviar a la comunidad china, la escultura fue robada y jamás reemplazada.

Ubicada al norte de la ciudad en la zona donde alguna vez los chinos tuvieron sus hortalizas, hoy queda sólo la base, un cubo de concreto que es un antimemorial, un homenaje al olvido y al silencio.

No obstante, lo poco que se ha escrito es quizá la mejor manera de no olvidar lo sucedido para asegurarnos de que no se repita. Y en ese renglón hay que destacar dos libros muy distintos por sus estrategias, pero hermanados por el propósito de recordar: La casa del dolor ajeno (Random House-Mondadori, 2015) crónica publicada por Julián Herbert en 2015, y Jamás, nadie, novela de Beatriz Rivas recién salida de imprenta.

Con este libro Rivas logra en primera instancia un hábil artefacto narrativo. Con capítulos breves, de ágil lectura, combina dos líneas: la de Yan, joven oriental que sobrevive a la matanza y debe arreglárselas solo en el México posrevolucionario, y la de Mian She Perier, mujer que en pleno siglo XXI decide reinventarse a raíz de la muerte de su madre y de su esposo.

A partir del contenido de una misteriosa caja que su madre le hereda, Mian debe reconciliarse con los fantasmas familiares y por supuesto, con los propios. Con un nivel de tensión que nunca decae, las historias de Mian Yan están llenas de silencios, vacíos y cabos sueltos que van subsanándose. Hay que destacar, asimismo, otros dos puntos relativos a la técnica: la notoria destreza que la autora tiene para deslizar datos sin que el relato se atasque y el buen oído que se traduce en diálogos congruentes con el perfil de sus personajes.

Nada más difícil que la naturalidad, decía Jacques Diderot, y Jamás, nadie es buen ejemplo de ello, pues impuso a Beatriz Rivas el desafío de recrear no sólo el habla, también los miedos, las esperanzas y las obsesiones de personajes con muy distintas edades y procedencias: ¿qué puede tener en común un joven chino que atraviesa el Pacífico en un buque hacinado de migrantes con una jovencita mexicana que aspira a recorrer el mundo como fotógrafa de National Geographic?

Pero hay mucho más en este libro: se sabe que en tiempos oscuros el arte florece. Que en literatura existe el mismo contraste que hay entre las bailarinas de Degas y los caprichos de Goya. Sabemos también que no todos los artistas tienen la misma intención al crear. Más aún: sería ingenuo creer que todos los trabajos de un artista son concebidos bajo el mismo propósito.

A veces la intención es exhibir el dominio de la técnica, en otras ocasiones la técnica es una herramienta al servicio del fondo. Jamás, nadie pertenece a esta última estirpe. Otra vez: en la expresión de uno de los personajes, la novela es un grito y no un susurro.

INVESTIGAR E IMAGINAR

Rivas, quien se enteró de la masacre por una exposición en el Museo de la Memoria y Tolerancia de la Ciudad de México, lamenta que el tema haya sido tan poco documentado: "No hay casi nada en los archivos. Como si México tratara de ocultar este capítulo tan vergonzoso para todos".

Tras ver la exposición, decidió escribir una novela que recreara el pasaje. Llevaba seis meses investigando cuando se publicó el libro de Julián Herbert que, asegura, le fue de gran ayuda. Pero además visitó los sitios en donde sus personajes se desenvolverían: "Visité Mexicali, Torreón y también la ciudad originaria de Yan, en China. Ya que es un personaje ficticio, elegí un pequeño pueblo cerca de Shanghai que tiene la característica de que se ha conservado casi idéntico desde hace 100 años. Fui a ese lugar a tomar fotos, a hablar con una guía experta en historia y costumbres. A probar la comida. A respirar el ambiente. A elegir escenarios. Fue una experiencia riquísima".

Terminada la fase de investigación, Rivas se enfrentó al reto de trazar un personaje radicalmente distinto a ella. ¿Cómo iba a meterse en la psicología primero de un adolescente y después de un hombre tan ajeno a su realidad y a su cultura? Fue allí donde intervino otra de las herramientas esenciales del escritor: la imaginación. "Después de investigar sobre costumbres, educación y religión china de esa época, elegí un rostro de un chino en google. Quería que Yan tuviera una cara para poder recrearlo.

Escogí una foto en blanco y negro, la puse al lado de mi computadora y a partir de ahí traté de conversar con él, conocerlo, entrevistarlo. Apropiarme de él. A veces, también escuchaba música china cuando estaba redactando".

La estructura de la novela, que alterna capítulos del presente con capítulos del pasado, ofrece otra ventaja: obliga a los lectores a contrastar lo que ocurría hace un siglo con lo que vemos día a día.

Al establecer este juego de ida y vuelta cuestiona nuestras frágiles certezas en materia de tolerancia y Derechos Humanos. Jamás, nadie nos recuerda, por ejemplo, que hace un siglo en la frontera entre México y Estados Unidos no había siquiera un cerco de alambre: "la gente cruzaba de un país a otro como si sólo estuvieran cambiando de barrio". Hoy todos sabemos lo que pasa allí.

Así, de ida y vuelta entre el pasado y el presente, Jamás, nadie nos hace ver que lo ocurrido el 15 de mayo de 1913 no fue un episodio aislado, sino el resultado de un racismo sistemático que en no pocas ocasiones ha sido fomentado por el Estado.

A lo largo de las trescientas páginas encontramos abundantes evidencias de ello: desde párrafos antichinos en la obra de José Vasconcelos, hasta leyes mexicanas que prohibían a los orientales casarse con mexicanas o que los confinaban a vivir en guetos, pasando por ejemplos de giros en el habla popular que demuestran que los prejuicios y la discriminación siguen agazapados en nuestra forma de expresarnos.

Decimos, por ejemplo, que algo "está en chino" cuando nos resulta ininteligible, y que alguien está inventando "cuentos chinos" cuando falta a la verdad. "Los mexicanos, aunque no queramos aceptarlo, somos asquerosamente racistas", le dice Mian a una amiga en la página 159 de la novela.

El horror todos los días

Jamás, nadie no se limita a rescatar ese momento aciago ocurrido hace más de un siglo: intercaladas con los capítulos que cuentan las historias de Mian y de Yan, encontramos notas periodísticas que consignan el trato que reciben hoy los inmigrantes mexicanos en Texas. También están allí los abusos que sufren los centroamericanos que cruzan nuestro territorio en busca del sueño americano.

Leemos las hostilidades que sufren, en pleno 2017, los descendientes de africanos en nuestro país, y las crisis que viven los haitianos a quienes se les niega asilo en los Estados Unidos. "Necesitaba que el lector se diera cuenta de que el genocidio de Torreón no es un acontecimiento aislado. Todos los días hay migrantes tratando de llegar a un país en búsqueda de una mejor oportunidad de vida. Todos los días alguien muere intentando ganar un poco más de dinero para su familia. Todos los días hay migrantes en algún lugar del mundo siendo rechazados, maltratados y hasta asesinados", dice la autora.

Rivas cuenta que desde que comenzó con el proyecto decidió incluir estos fragmentos agrupados bajo el título común de "periplo migratorio". Así comenzó a recortar, día a día, las noticias sobre migración que encontraba en los periódicos hasta tener una colección muy grande. Para justificar estos periplos se le ocurrió que fuese Yan, el inmigrante, quien los coleccionara.

El resultado es un catálogo de intolerancias que echa luz sobre nuestra propia capacidad para discriminar: "eso es lo que yo pretendía con mi novela: no hablar de un acontecimiento en particular, sino de un problema terrible que ha sido parte del ser humano desde que existe en la tierra: la intolerancia al distinto, los terribles prejuicios que nos llevan a rechazar al otro.

Pretendo que Jamás, nadie funcione como un espejo para que los mexicanos nos hagamos las preguntas pertinentes. Es cierto que nos quejamos, y con toda razón, de la manera en la que tratan a nuestros paisanos en Estados Unidos, pero no vemos de qué manera nosotros tratamos a los centroamericanos que cruzan nuestro territorio. Somos una sociedad profundamente racista, clasista e intolerante".

'Trato de manejar a mis personajes en todas las tonalidades de grises, y que no sean completamente blancos o negro”. BEATRIZ RIVAS, escritora mexicana.
'Trato de manejar a mis personajes en todas las tonalidades de grises, y que no sean completamente blancos o negro”. BEATRIZ RIVAS, escritora mexicana.

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