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Tapetes verdes

Addenda

GERMÁN FROTO Y MADARIAGA

Conforme transcurre el tiempo, la vida nos va quitando ciertos placeres. "Ya no comas esto. No bebas aquello. No hagas tal cosa. No tientes a la suerte", y así muchas cosas más.

Por ello cuando se presenta alguna oportunidad para revivir emociones, hay que tomarla.

Así, como en el poema de Antonio Machado: "Del pasado efímero", en el que narra el transcurrir de los últimos años en la vida de un hombre, sumergido en el hastío de un casino pueblerino, doónde ya sólo "Se inclina ante el azar prohibido, sobre el verde tapete recostado".

¿Dónde se puede disfrutar la emoción de una ruleta o unos dados, sobre un tapete verde brillante, rodeado de glamour y bellas mujeres de todas partes del mundo? Pues sólo en un lugar como Las Vegas. En ese mundo que lo mismo puede ser de perdición que de sana diversión, dependiendo de lo que ande uno buscando.

Y así, acompañados de un grupo de amigos y familiares, emprendimos la ruta de la ciudad más iluminada del mundo. Esa ciudad que no produce nada y todos los días recibe por avión todo tipo de comidas y bebidas del mundo entero.

El sonar de una canica dando vueltas en la ruleta o el chocar de unos dados, son sonidos suficientes como para alegrar el ánimo, sin perder de vista que nunca va a ganarle uno a "la casa", pues miente quien diga lo contrario.

Porque, además, la fórmula es muy simple: El croupier, no apuesta su dinero; no está fumando ni tomando y no se juega ni su chamba. Uno apuesta su dinero, fuma y toma mientras juega y no es profesional. Lógico es que está condenado a perder.

Luego entonces, hay que jugar con mesura. Como quien va al cine o al teatro y sabe que le va a costar determinada cantidad.

Es un juego de azar del que sólo va a sacar uno emociones, pero nada más.

Pero como en el poema de Machado, hay que inclinarse sólo ante ese altar prohibido, aunque vaya uno acompañado de su confesor.

El juego es un vicio terrible, cuando se realiza cotidianamente y nunca hay que olvidar el dicho de que: "El que juega por necesidad, pierde por obligación".

He conocido casos, precisamente en Las Vegas, de personas que juegan a diario, pero al ganar cien dólares se retiran porque es lo que necesitan para vivir diariamente. No apuestan más, ni pretenden ganar más.

Pero también he visto a los jugadores compulsivos, vendiendo relojes y hasta coches, afuera de los casinos, para sacar dinero y seguir jugando. Los ves tan alterados como el dipsómano que le falta el alcohol.

Es muy feo caer en las garras de un vicio. Pero los hay que te dejan en la calle o te sumergen en un mundo de perdición.

Jamás entré a un casino local. Pero escuché muchas historias verdaderamente dramáticas de personas que se jugaban el gasto diario, las colegiaturas de sus hijos y hasta lo que no tenían.

Por eso soy un convencido de que los casinos traen más desgracias que beneficios.

Pero si tiene uno la oportunidad de entrar a un casino en Las Vegas o en Montecarlo, no puede desaprovecharse. Ese es otro mundo.

Además, los espectáculos y la comida son inmejorables. Son otros placeres de los que vale la pena disfrutar con moderación.

Un cangrejo de Alaska o una langosta, en restaurantes como La Palma o El Hotel Wynn, no puede uno dejarlos pasar.

Medidito, como recomienda mi nutrióloga, Karla, pero hay que disfrutarlos.

Un espectáculo, como LeCirque duSolei o Celine Dion en concierto, lo puedes ver ahí y seguramente será una experiencia fabulosa.

Otro atractivo de Las Vegas, es que todo mundo te trata bien, porque no saben si traes dinero o no. Ahí cualquiera puede sacar de la bolsa un fajo de dólares que acaba de ganar en un casino, porque la facha no te dice mucho.

Viendo jugar a los asiáticos aprende uno a jugar o puede sorprenderse ante las habilidades de los muchachos del MIT, estudiantes de matemáticas, que manejan las probabilidades como las cuentas de un rosario.

Nadie molesta a nadie y todo mundo está en lo suyo.

Los adoradores de Barján, son muchos y verdaderamente le profesan una devoción más allá de lo comprensible.

Por lo pronto, vamos a disfrutar de las buenas compañías y de unos días de descanso. Con eso tenemos suficiente.

Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar que Dios te guarde en la palma de Su mano".

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