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Más allá de las palabras

Jacobo Zarzar Gidi

ESTIGMAS Y MILAGROS DEL PADRE PÍO

El 25 de mayo de 1887, en la pequeña aldea de Pietrelcina, provincia de Benevento en el sur de Italia, nació el Padre Pío. Durante los primeros años de su niñez, Francisco (así fue bautizado en honor del Santo de Asís) tenía por costumbre llevar unas cuantas ovejas al campo, y de esa manera aprovechaba el tiempo para estudiar. Un día -siendo adolescente- escuchó a un predicador católico hablar sobre San Miguel Arcángel, y eso lo motivó profundamente para sentir con claridad la llamada del Señor.

Su vocación se le confirmó con la visita de un hermano capuchino que se presentó en Pietrelcina para recoger un poco de víveres para su convento. María Josefa -la madre de Francisco- le dio una abundante y caritativa medida de trigo. Cuando se retiró, el pequeño Francisco dijo a sus padres que deseaba ser fraile capuchino. Sin embargo, el día que trataron de que Francisco entrara en dicha orden, éstos exigieron que tuviera estudios superiores. Cursar esos niveles significaba pagar profesores y comprar libros, un gasto demasiado fuerte para una humilde familia de campesinos, cuya suerte dependía de la incierta cosecha. Entonces el padre resolvió irse a América para buscar fortuna. Fue a los Estados Unidos, encontró trabajo en un rancho, y llegó a ser capataz. De esa manera pudo enviar cheques a su familia y sostener la educación de su hijo.

Francisco fue a cursar los estudios superiores con el profesor Domingo Tizzani, pero sin saber por qué, no conseguía esmerarse y mucho menos obtener buenas calificaciones. Cuando su madre fue a preguntar por su hijo, el profesor le respondió: "Su hijo es un burro. Es mejor que lo envíe a guardar ovejas". El misterio se supo pronto. Francisco no tenía ganas de ir a la escuela del profesor Tizzani porque éste había sido sacerdote y ahora vivía con una mujer. Esta triste realidad influía negativamente sobre Francisco y le impedía todo rendimiento. Al saberlo, su buena madre le hizo cambiar de profesor y las cosas se transformaron, Francisco llegó a ser un óptimo estudiante.

Francisco continuó sus estudios y poco a poco fue superando las tentaciones que se le presentaron para que no renunciase al mundo. El 22 de enero de 1903 Francisco tomó el hábito capuchino en el noviciado de Morcone. Cambió su nombre de bautismo por el de Fray Pío, y su apellido, Forgione, fue sustituido por el de su pueblo natal: Pietrelcina. Su madre le dijo: "-Ahora ya no me perteneces a mí, sino a San Francisco".

El 22 de enero de 1904, Fray Pío se consagró totalmente a Dios con los tres votos religiosos de pobreza, castidad y obediencia, siguiendo las huellas del seráfico (angelical, pobre, humilde) San Francisco de Asís. Los seis años que siguieron los consagró al estudio de la filosofía y de la teología para prepararse al sacerdocio. En repetidas ocasiones, sus superiores lo encontraron de rodillas, contemplando, más que estudiando, los misterios de la salvación.

Varias veces el Padre Pío sufrió los ataques del demonio que deseaba a toda costa lanzarlo fuera del convento. Un día se le presentó con la figura de un enorme perro negro, con los ojos como brasas, y en otra, como si fuera su director espiritual que lo invitaba a renunciar a su vida religiosa.

Por fin el 10 de agosto de 1910 Fray Pío se ordenó sacerdote en la catedral de Benevento por las manos del obispo Pablo Schinosi. Toda su familia estuvo presente con excepción de su padre que por segunda vez había emigrado hacia América para hacer frente a las necesidades económicas de su familia.

Fue en Pietrelcina, en su primer año de ministerio, que el P. Pío tuvo los primeros misteriosos síntomas de los estigmas, (es decir, las cinco llagas de Cristo crucificado) que llevó en su cuerpo visiblemente durante 50 años. Los estigmas del P. Pío eran heridas profundas en el centro de las manos, de los pies, y en el costado izquierdo. Tenía manos y pies literalmente traspasados y le salía sangre viva de ambos lados. El P. Prieto, que fue su provincial, cuenta: "Un día entré en su celda y rogué al P. Pío que colocara las manos abiertas sobre un periódico que había encima de la mesa. Al quitarse los guantes se le pegaron las costras de las heridas y vi perfectamente bien el agujero que atravesaba sus manos de lado a lado. Es más, pude leer las letras del periódico a través de la llaga, y esto lo atestiguaría bajo juramento". La noticia de que el P. Pío tenía los estigmas se extendió como un relámpago. Cuando su madre se enteró, llorando de gozo y de alegría le dijo a su esposo: "Lloro porque nuestro hijo es un santo. Lleva las llagas de Nuestro Señor Jesucristo".

El año de 1917 fue desastroso para las tropas italianas, derrotadas por los austro-húngaros en Caporetto. El generalísimo Luis Cadorna, sin culpa, tuvo que pagar la derrota y, víctima de las intrigas políticas, fue depuesto del alto mando. Este militar no aguantó la humillación y pensó suicidarse. Una noche, mientras el general estaba en el cuartel de Treviso, dio órdenes severas de no dejar pasar a nadie; despidió a su lugarteniente y se quedó solo pensando en acabar con su vida. Pero de improviso, entró un fraile que, parándose delante de él y mirándolo fijamente, le dijo: "No, mi general, usted no puede cometer esa locura".

Sorprendido, el general guardó la pistola y salió afuera para reprender a los centinelas por no haber acatado sus órdenes. Pero ellos juraron y volvieron a jurar que no habían permitido pasar absolutamente a nadie. El general regresó y ya no encontró al fraile. Asombrado, reflexionó y se preguntó si en verdad no sería una cobardía lo que él pensaba hacer, y cambió de idea. Cuando terminó la guerra, el general Cadorna se presentó un día a San Giovanni Rotondo y pidió ver al P. Pío. Al pasar frente a él para ir al confesionario, el general lo miró fijamente y reconoció al monje capuchino que se le presentó aquella noche en su cuartel de Treviso. Al pasar de cerca, el P. Pío levantó la cabeza, sonrió al general y levantando el dedo le dijo: -¡Le fue bien, mi general! Y sin detenerse, continuó caminando hacia la iglesia. (Es importante recordar que el P. Pío tenía el poder de la bilocación que le permitía estar en dos partes al mismo tiempo sin necesidad de salir físicamente de su convento).

El P. Pío, antes de empezar su gran labor de confesor con la gente de fuera del convento, trabajó como director espiritual de los jóvenes que formaban el pequeño seminario de los capuchinos de San Giovanni Rotondo. Un día, cuando caminaba en el jardín con aquellos muchachos, el P. Pío iba triste y no hablaba. Los adolescentes le insistían para que les contara algo. En respuesta, él estalló en llanto y les dijo: -"¡Uno de ustedes me ha traspasado el corazón!". Los pequeños seminaristas, sorprendidos, le preguntaron cómo. Y él contestó: "Esta mañana, uno de ustedes hizo una comunión sacrílega". Inmediatamente uno de ellos cayó de rodillas, y llorando, dijo: "¡He sido yo!". El P. Pío lo hizo levantarse enseguida, lo apartó de los demás y lo confesó allí mismo.

(CONTINUARÁ EL PRÓXIMO DOMINGO)

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