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Jacobo Zarzar Gidi

LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS

Los buenos padres de familia desean siempre lo mejor para sus hijos. Son capaces de llevar a cabo los mayores sacrificios para que triunfen en la vida. Se sacrifican para que crezcan llenos de salud, para que mejoren en sus estudios, para que tengan buenos amigos, para que lleven una vida honrada y cristiana, pero con mucha facilidad se pueden equivocar cuando disfrutan de buena posición económica. Existe una frase de la sabiduría popular que nos marca con claridad cual deberá ser el comportamiento correcto si no queremos que nuestros hijos fracasen en la vida: "Críalo como hijo de pobre, y lo enriquecerás; críalo como hijo de rico, y lo empobrecerás para toda la vida".

Si esos padres de familia con poder económico de sobra no enseñan a trabajar a sus hijos y a cuidar lo que tienen, con el tiempo llevan el riesgo de empobrecerse cuando la economía de sus progenitores dé un giro y se agoten las reservas de dinero. A muchos hijos de gente rica se les hace fácil la vida porque no han conocido el sacrificio, ni el dolor, ni la escasez. No saben lo que es estar al día y no poder llevar a casa lo más indispensable. No saben lo que significa carecer de dinero cuando urge curar a un hijo. La vida da muchas vueltas, algunas veces estamos arriba y casi siempre estaremos abajo.

Muchas personas han dado gracias a Dios por haber nacido en cuna pobre, porque fue como un acicate para valorar cada peso o cada dólar que fueron ganando con esfuerzo y con trabajo. Ofrezcámosle al Señor nuestro cansancio y nuestro desgaste por el trabajo diario, nuestras alegrías y nuestras tristezas, nuestras angustias y sinsabores, pero sigamos adelante porque el camino aún no termina.

Enseñemos a nuestros hijos a llevar la vida con valor para que sepan enfrentar los grandes problemas que se les van a presentar, porque la vida tiene la costumbre de enseñar a golpes y debemos estar preparados. Enseñémosles a ser agradecidos con Dios para que la soberbia jamás toque las puertas de su corazón. Lo importante no es hacer lo que nos guste, sino que nos guste lo que hacemos. Si lo conseguimos, será una bendición más que nos puede dar paz y tranquilidad.

Enseñemos a nuestros hijos a saber escuchar y a saber obedecer, para que el día de mañana sepan mandar. La mejor escuela de la vida es el ejemplo de los padres. Los hijos precisan más los ejemplos que las enseñanzas. Educar no es sólo combatir el mal, señalar y censurar los errores; educar es sobre todo incentivar el bien, impartir buenas costumbres, valorizar las buenas obras y estimular. Recordar errores pasados y ya perdonados, desestimula y desanima. No es agradable oír siempre las mismas quejas, oír siempre los mismos reclamos, oír siempre las mismas palabras.

Si ponemos fe, esperanza y amor juntos, podremos formar a nuestros hijos en un ambiente positivo a pesar de vivir en un mundo negativo. El pensador William H. Carter nos dice referente al tema: "Sólo podemos aspirar a dejar dos legados duraderos a nuestros hijos: uno, RAÍCES; y el otro, ALAS. El gran educador San Juan Bosco dijo lo siguiente: "No basta amar a los niños, es preciso que ellos se den cuenta que son amados".

María Montessori afirmó: "La verdadera riqueza de una familia radica en la calidad de sus miembros, una calidad que permita una convivencia pacífica y armónica. Ésta es nuestra obligación hacia el niño: darle un rayo de luz, y seguir nuestro camino".

Cada uno de nosotros deberá dedicarse a la educación propia hasta el último día de su vida. Y bienaventurado el que comienza por educarse antes de dedicarse a educar a los demás. Despertemos en nuestros hijos la curiosidad por aprender y fomentemos en ellos la capacidad de asombro al descubrir las maravillas de la naturaleza. Y si hablamos de la naturaleza, enseñemos a nuestros hijos a respetarla, como el Señor nos respeta a nosotros dejándonos en completa libertad.

William Arthur Ward nos dice: "El educador mediocre habla. El buen educador explica. El educador superior demuestra. El gran educador inspira". Muchos recordamos la inspiración de aquellos maestros lasallistas que con su presencia bendijeron nuestras aulas del colegio…

Pero, lo más importante es sembrar en nuestros hijos la semilla de la fe. Una fe vibrante, fuerte, bien cimentada, no cualquier fe que se debilite con la más leve duda, y que se hunda al contagiarse con la incredulidad de unos cuantos. Esa fe la van a necesitar nuestros hijos cuando las enfermedades o penurias lleguen a su vida, pero que no la busquen por ese motivo, que la busquen porque será el camino que los conduzca tarde o temprano hasta los confines benditos donde Dios se encuentra.

Y al Señor, debemos amarlo con humildad, con sinceridad, con una pasión desbordante. Amémoslo sobre todas las cosas y, más aún, por encima de nosotros mismos. De esa manera nos elevaremos hacia Él; de otra forma, quedaremos a ras de tierra. Nuestro Señor Jesucristo dijo un día con palabras del profeta Isaías: "me honran con los labios, pero su corazón está lejos de Mí. ¡Qué tristes palabras cuando nos las adjudicamos a nosotros mismos!

Los padres son para sus hijos los primeros predicadores y educadores de la fe; los forman con su palabra y su ejemplo para que se conduzcan siempre como buenos cristianos. Van moldeando su vida como las manos del alfarero que trabaja el barro. Van moldeando su carácter, haciendo de ellos hombres y mujeres de bien.

"Dijo el amigo a su Amado que le diese la paga del tiempo que le había servido. Tomó el Amado en cuenta los pensamientos, deseos, llantos, peligros y trabajos que por su amor había padecido el amigo, y añadió el Amado a la cuenta la eterna bienaventuranza, y se dio a Sí mismo en paga a su amigo".

Enseñemos a nuestros hijos a rezar. Un joven universitario viajaba en el mismo asiento del transporte con un venerable anciano que iba rezando su rosario. El joven se atrevió a decirle: "¿Por qué en vez de rezar el rosario no se dedica a aprender e instruirse un poco más? Yo le puedo enviar algún libro para que se instruya". El anciano le dijo: "Le agradecería que me enviara el libro a esta dirección", y le entregó su tarjeta. En la tarjeta decía: Luis Pasteur, Instituto de Ciencias de París. El universitario se quedó avergonzado. Había pretendido darle consejos al más famoso sabio de su tiempo, quien entre sus mayores logros descubrió la vacuna contra la rabia, estimado en todo el mundo y devoto del santo rosario.

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