Si París bien vale una misa, como dijo el rey Enrique IV de Francia, entonces la ciudad de Nueva York merece al menos un artículo completo por todo lo que significa para el mundo y la humanidad.
La visité por vez primera en mis años universitarios, dos días de estancia en un hotel de tercera, fueron suficientes para quedar cautivado para siempre por sus rascacielos, diversidad racial, restaurantes, tiendas, equipos deportivos, su bullicio callejero y su excepcional oferta artística.
Mi segunda visita fue como reportero de Canal 13 de la Ciudad de México. Una reunión de cancilleres latinoamericanos con el entonces secretario de Estado norteamericano, Alexander Haig, motivó el periplo bajo ciertas condiciones.
“Para ir a Nueva York tienes que amarrar una entrevista con el canciller Jorge Castañeda (padre)”, sentenció Sara Moirón, jefa de información de Siete Días que dirigía Joaquín López Dóriga.
Acudí a los buenos oficios de mi maestro Agustín Gutiérrez Canet, entonces vocero de la Cancillería, de quien recibí una severa regañada por llamar ya tarde a su casa. Aquí terminó mi travesía internacional, pensé frustrado.
Dos días después llegó la buena noticia: “El Secretario te recibirá una noche antes de la reunión del Grupo Contadora en su suite del hotelWaldorf Astoria”.
El viaje estuvo lleno de aventuras y contratiempos. La exclusiva con Castañeda por poco y no sale al aire por las fallas del veleidoso sistema de microondas. Luego de varios reportajes y de una entrevista con Porfirio Muñoz Ledo, entonces embajador de México ante la ONU, concluyó nuestra misión periodística que disfrutamos intensamente.
Un siguiente viaje a Nueva York que no olvidaré ocurrió en octubre de 2001, a unas cuantas semanas de los salvajes atentados del 11 de septiembre. Los escombros de las Torres Gemelas todavía humeaban y un olor a muerte se extendía varias cuadras a la redonda de la llamada Zona Cero.
Fue dramático escuchar los testimonios de quienes presenciaron la destrucción del World Trade Center y la muerte de más de 3 mil personas. “Parecía el fin del mundo, de pronto escuchamos un gran estruendo y todo se sacudió como si fuera un terremoto”, comentó en esa ocasión un comerciante de origen árabe.
Pero Nueva York se levantó en aquella ocasión con una heroicidad impresionante, sin duda la urbe de hierro considerada la capital del mundo, volvió a nacer a raíz de los ataques terroristas de 2001.
Por ello este miércoles cuando arribamos por la tarde al aeropuerto John F. Kennedy y nos trasladamos a Manhattan, no me sorprendió ver a un Nueva York de pie, activo y dinámico luego de la devastación del huracán Sandy, uno de los más furiosos del siglo XXI.
Se destinarán 30 mil millones de dólares para su rehabilitación y en cuestión de un año la ciudad mostrará una nueva cara, más sonriente todavía y dispuesta a recibir con los brazos abiertos a los miles de visitantes que diariamente llegan de todo el mundo.
Es admirable observar la solidaridad y perseverancia de esta comunidad de más de diez millones de personas con todo y sus diferencias étnicas, religiosas, políticas y culturales.
Esa es Nueva York, una ciudad ejemplar que se fortalece ante sus desgracias y adversidades.
NOTAS FINALES
A punta de golpes y sombrerazos se aprobó la nueva ley laboral, una de las reformas estructurales que México requería de años atrás... No fue del todo perfecta, pero lo importante es que por fin los legisladores pensaron más en el país que en sus intereses personales... Sigue de picada el índice de la bolsa de Nueva York y al parecer la caída no se revertirá hasta que el presidente Obama y el Congreso enfrenten juntos el llamado “precipicio fiscal”.
Envía tus comentarios a [email protected]
