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CRÓNICAS

NECESIDADES Y SATISFACTORES

DR. SERGIO ANTONIO CORONA PÁEZ

Una de las maneras más interesantes y apasionantes para conocer la mentalidad y la vida cotidiana de las sociedades del pasado se aborda a través del concepto de “cultura material”. Con este nombre podemos denominar todos aquellos aspectos tangibles que hacen referencia a las necesidades de una sociedad dada, en cierto lugar y momento de la historia. Desde luego, la manera como se resuelvan las necesidades, e incluso el concepto mismo de “necesidad”, depende de la sociedad, lugar y época de que se trate. Las necesidades también son históricas, cambian, no son inmutables y eternas. En la Comarca Lagunera urbana y suburbana de principios del siglo XXI, el televisor es un artefacto con el que los comarcanos resolvemos ciertas necesidades (necesidades impensables, por inexistentes, para los laguneros del siglo XVIII), como son las siguientes: información instantánea (noticieros en vivo), información científica o divulgativa (documentales), entretenimiento (futbol; videoclips; telenovelas, películas, música); entretenimiento y/o identidad regionales (nuestro equipo de fútbol contra sus pares del país o del extranjero), identidad nacional, incluso la necesidad de saber qué áreas de la ciudad padecen violencia. En la Comarca Lagunera, como en muchas otras regiones del mundo, la existencia de un gran número de artefactos electrónicos a los cuales llamamos televisores, nos remite a las implicaciones sociales de la posesión y uso de tales artefactos. Existe una también una gran audiencia receptora. Este fenómeno nos indica que en nuestros días es posible —gracias al mejoramiento en las condiciones laborales, y por lo tanto económicas— contar con tiempo libre para el entretenimiento. De acuerdo a las necesidades propias de la clase social y dependiendo del ingreso, es posible generar excedentes para adquirir uno o varios de estos artefactos. El telerreceptor supone además la existencia de la energía eléctrica —relativamente económica— distribuida de manera eficiente a los hogares o sitios de trabajo. La invención y posesión del televisor supone la existencia de verdaderas cadenas de innovaciones como los bulbos, transistores, chips y microchips. En pocas palabras, un simple artefacto —cualquiera que éste sea— supone toda una cultura que le da origen, uso y sentido. Se sitúa en una sociedad, en una época, incluso en una determinada percepción de la noción misma de necesidad. Al volver a nuestro ejemplo, diremos que en la Comarca Lagunera del siglo XVIII, el televisor y la televisión era impensables porque no habían surgido las condiciones económicas, sociales, tecnológicas ni ideológicas que crearon la necesidad de su invención y que le dieron sentido como innovación en el siglo XX. En cambio, hay artefactos que se usaron en nuestra Región en otras épocas, cuyo uso era muy congruente con su propio tiempo y circunstancias. Un caso típico es el “garabato”, es decir, la jaula, canastilla o gancho en el que se colgaba la carne fresca o seca y también los embutidos. En nuestros días resolvemos esa necesidad —que se reduce a la conservación en buen estado de los alimentos— con el refrigerador, el congelador y la química. Sin embargo, en el siglo XVIII la necesidad que mantenía en uso al garabato era la protección, más que la conservación. Es decir, la carne seca y los embutidos ya estaban tratados para que duraran algún tiempo sin descomponerse (con las técnicas del deshidratado, conservación en salmuera, vinagres, escabeches, ahumados, etc). La verdadera necesidad en aquel tiempo consistía en que esos alimentos debían ser protegidos de ratones, gatos, perros u otros animales. El garabato nos habla de condiciones de ruralidad, de familias que convivían o interactuaban en un mismo entorno espacial con animales “domésticos” tales como ratas y ratones. La higiene como práctica urbana de asepsia cotidiana —es decir, nuestro concepto de higiene— todavía no existía. El exterminio de estos “bichos” —ratas y ratones— no era percibido como una necesidad apremiante. Su existencia y contigüidad eran algo tan cotidiano en el mundo rural, que ni los señores ni las señoras o señoritas se histerizaban o desmayaban ante su vista o presencia. La reacción individual ante esos animales estaba y está determinada socialmente, se aprende. La proliferación —no la presencia— de ratas y ratones se resolvía por medio de la convivencia estrecha y cotidiana del ser humano con otro animal que era apreciado por su utilidad, más que por su compañía: el gato. Un gato o dos podían ahuyentar a los roedores y controlar su abundancia. Pero entonces surgía una nueva situación: había que preservar carnes y embutidos de la amenaza del gato. Había que estar, literalmente, “con un ojo al gato y otro al garabato”. Así, cualquier artefacto nos puede contar una interesante historia sobre el uso que una sociedad le asigna, la necesidad que resuelve, la percepción de la necesidad en sí misma, la ideología que le sustenta, o el sentido que cobra en las circunstancias sociales, espaciales y temporales que le dieron origen. Si se tienen presentes estos conceptos al estudiar un moderno catálogo de ventas o un inventario de bienes de la era virreinal, la simple e intrascendente percepción acrítica de objetos se puede convertir en un interesantísimo ejercicio de descripción, análisis y explicación de los usos, valores, costumbres y mentalidad de una sociedad, una clase social, un lugar y una época. Sería el estudio de la sociedad a partir de sus artefactos, aunque de éstos subsista solamente el testimonio documental. Y para cambiar de tema, mencionamos que el pasado domingo 21 de octubre, se cumplió el segundo aniversario de la designación de Torreón como “Ciudad Heroica” y “Sitio Histórico de Interés Nacional” ¿Cuáles fueron los méritos de nuestra ciudad que se consideraron para recibir tal distinción? En el pasado, la población torreonense padeció diversas oleadas de violencia. Entre 1850 y 1900, los cruentos ataques de indios salvajes eran relativamente frecuentes en la Comarca Lagunera. Sin embargo, algunos de los momentos más aciagos los vivieron los ciudadanos torreonenses durante la Revolución Mexicana. El ejército revolucionario Maderista tomó Torreón el 15 de mayo de 1911, causando angustia y sufrimiento a sus habitantes, y de manera particular, a los vecinos de origen chino que fueron cruelmente perseguidos y masacrados por las mencionadas fuerzas Maderistas. Como dice el New York Times del 23 de mayo de ese año, “Reportes incompletos de las condiciones en Torreón comienzan a llegar a esta ciudad (Nueva York), Describen una situación desesperada”. En el mismo sentido va lo dicho por “El Criterio” del 27 de agosto de 1911, 17 de septiembre y 24 de septiembre del mismo año, así como la transcripción de la orden de aprehensión girada contra los Casiano y Benjamín Argumedo como participantes del genocidio. No solamente las penurias que pasaron los chinos locales a raíz de esta toma, sino las de todos los demás torreonenses, le merecerían ambos títulos, de ciudad heroica e histórica. Sin embargo, hubo más razones de por medio. Las ediciones del “Imparcial” del 9 y 10 de octubre de 1913 y del “Demócrata” del 30 de septiembre de 1914, atestiguan la magnitud de las luchas entre federales y los revolucionarios de la recién creada División del Norte bajo el mando de Francisco Villa, hechos ocurridos durante el otoño de 1913. La ciudad de Torreón volvió a ser “amagada” y “ocupada”, como lo dice el texto hemerográfico del 9 de octubre. Entre muchos otros, los ejemplares de los diarios “El Imparcial” del 7 y 11 de abril de 1914, así como del “Independiente” del 5 de abril de ese año, constituyen evidencia histórica de los combates habidos en Torreón durante su tercera toma revolucionaria, en la primavera de 1914. Torreón se convirtió en un formidable centro militar, y las bajas de la batalla por Torreón fueron las más numerosas de cualquier batalla revolucionaria. Torreón se convirtió en “un infierno”, como lo atestiguan dichos diarios. Durante la lucha, nuestra población fue cañoneada por el afamado artillero Felipe Ángeles. “El Nacional” del 30 de diciembre de 1916, habla de las “fechorías” de Francisco Villa y su diezmado ejército en la Comarca Lagunera. De hecho, se trata de la cuarta toma de Torreón, aunque por estar ya distanciado Villa de Carranza, ya no se considera oficialmente una “toma revolucionaria” de la ciudad. Torreón y su ciudadanía nuevamente padecieron los embates de la guerra y de la ocupación militar. Nuevos sufrimientos padecieron los habitantes de Torreón en marzo de 1929, al ser bombardeada la ciudad con artefactos explosivos e incendiarios desde el aire, además de sufrir ametrallamientos contra blancos civiles. Se trataba del alzamiento Escobarista, que se oponía a los planes suprapresidenciales de Plutarco Elías Calles. Estos enfrentamientos constituían las últimas secuelas de la Revolución Mexicana, y a Torreón le tocó en suerte padecerlas, como una Guernica mexicana, toda proporción guardada. Finalmente, la violencia y la inseguridad que padece la ciudadanía en el presente, se equipara a los sufrimientos que los colonizadores del País de La Laguna tuvieron que soportar para construir y legar un patrimonio a sus familias. Sin duda alguna, la nuestra es una población heroica, y el título para la ciudad, muy merecido. Seguimos siendo la ciudad de los grandes esfuerzos.

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