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ARTURO MACÍAS PEDROZA

El año de la fe

A causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas en toda la Iglesia, el Papa Benedicto XVI ha decidido convocar un Año de la fe. Comenzará el día 11 de octubre de 2012, dentro de la celebración de la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos cuyo tema es: "La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana".

El año terminará el 24 de noviembre de 2013 con la fiesta de Cristo Rey; será, dice el Papa, una buena ocasión para introducir a todos los fieles en un tiempo de especial reflexión y redescubrimiento de la fe.

La Diócesis de Gómez Palacio, en comunión con el Papa, convoca a la solemne Eucaristía en Catedral el mismo jueves 11 a las 7:00 p.m. Con este motivo, además se están haciendo ya varias acciones en este sentido, consciente de la importancia que significa para consolidarse como Diócesis: El pasado 18 al 20 de septiembre fuimos anfitriones de 130 sacerdotes y 5 obispos de Mazatlán, El Salto, Durango, Torreón y Gómez Palacio, y en cuya reunión de esta provincia se abordó esta temática. Se continuó aún más su profundización en una ardua semana de estudios que acaba de concluir antier y en la que los 50 sacerdotes de las 38 parroquias de esta Diócesis, bajo la guía del sacerdote español José Luis Ferré Martí, invitado de la Universidad Pontificia de México, se abordó la necesidad de transmitir la experiencia cristiana, desde diversas perspectivas y decidiendo algunas estrategias comunes.

Un ejemplo para ver de qué sirve renovar la fe ante las situaciones que estamos viviendo. Las muertes, la corrupción, la impunidad, la falta de participación ciudadana, la distribución inequitativa de la riqueza, la explotación, el dominio de los poderosos, el control del país por medio del sindicalismo, partidocracia y otros monopolios, la violencia y demás situaciones que está viviendo el país, son precisamente porque los que están siendo partícipes de todo esto, en mayor o menor medida, son bautizados que no viven en realidad su fe; es decir, su cristianismo no ha repercutido para el bien común. El buen cristiano no lo es si no es buen ciudadano, buen padre o madre de familia, buen hijo, buen estudiante, un buen trabajador, empleado o empresario. La religión tiene que reflejarse en el amor al prójimo para poder ser auténtica. Renovar la fe implica superar esta dicotomía y reflejarla en todas las áreas de la existencia. La religión que no lleva una superación personal y un compromiso social, como respuesta a su fe, es decir, a la llamada que Dios le hace a participar de su vida, se convierte en una mentira; en opio del pueblo, como diría Carlos Marx. El hecho de renovarse en la fe implica por tanto, no sólo conocer un poco mejor el catecismo, sino entrar en la experiencia personal, pero con una implicación social. El plan original de Dios no es el dominio de uno sobre otros, no es quitar la vida, no es oprimir a los débiles o esclavizarlos. A veces queremos culpar a Dios de las situaciones que nos denigran o entristecen: él sería el responsable de todo. Pero ha sido el hombre el responsable. Dios creó buenas todas las cosas, según un plan armonioso, y el hombre y la mujer fueron creados sobre esta misma imagen: somos custodios de esta armonía y bondad inscrita en todo lo creado. El verdadero responsable del mal viene del corazón humano, que de por sí es bueno, porque fue creado por alguien de quien sólo puede salir el bien y porque lleva en sí una parte de sí mismo. Del mismo espíritu de la misma esencia de Dios. Los desastres históricos caracterizados por el desequilibrio social, especialmente en la desigualdad entre los hombres, son responsabilidad de nosotros mismos, porque no supimos mantener aquel equilibrio original querido por el creador, cuando nos confió el cuidado de la creación. El equilibrio se ha roto y se ha dado vía libre a la tendencia humana de dominar, de prejuzgar el bien del otro y esto se transformó en "norma social" cuando se comienza a actuar en contraposición a aquello que implica el ser moldeado por la mano de Dios y ser portador de su mismo aliento. Se trata pues, de regresar al diseño divino original.

Un ejemplo de las repercusiones traídas por una fe empolvada es la interpretación que ahora se da al matrimonio, el daño que han sufrido las relaciones entre hombre y mujer creados por Dios en igualdad de condiciones, de derechos y deberes mutuos y con los demás. El ambiente de poder, de dominio, de superioridad entró dentro de las relaciones matrimoniales y todo se ha reducido ahora a lucha y competencia. No se trata sólo de mejorar el matrimonio con una mentalidad anti divorcio, sino de cambiar la mentalidad que actualmente se ha insertado en la sociedad contemporánea que, no obstante, la sensibilidad que demuestra respecto a la igualdad de los derechos de la mujer, no consigue superarla completamente aquellos riesgos de machismo. Parecería que en la relación de pareja, frecuentemente se reproducen las dinámicas de la propiedad privada, del consumismo. El matrimonio, visto desde una renovación de la fe, debe tener entre los creyentes las características originales de la misma creación, es decir, la unión de dos libertades que a partir de la propia diversidad buscan la posibilidad de construir un proyecto común basado en relaciones de amor. Hacer lo contrario es contradecir la voluntad originaria. Y lo mismo se puede decir en relación con los débiles, los marginados, los sin derechos, los pequeños.

Con el ejemplo anterior queda claro que la opción por la renovación de la fe cristiana no puede ser una simple, vana y bella teoría. Hemos perdido credibilidad cada día precisamente porque somos muy buenos para teorizar, pero nuestro estilo de vida y el tipo de personas con quienes nos relacionamos están muy distantes de ser la concretización de aquello que predicamos. El año de la fe debe hacer de nuestra Iglesia, por medio de opciones pastorales que se realicen en este sentido, un signo creíble del amor y la fe, como respuesta a una llamada divina que da sentido a nuestra propia vida. Un cristiano que dirige la sociedad, desde su puesto de responsabilidad y de gobierno, promoverá políticas de justicia y reconocimiento de la dignidad e igualdad de las personas. Una renovación de la fe cristiana como se está proponiendo hará que nos despojemos de toda tendencia de dominio para regresar al proyecto original de armonía y de equilibrio en las relaciones mutuas. ¿No crees que vale la pena vivir en plenitud este año de la fe?

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