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NUESTRA SALUD MENTAL / Capítulo interestatal de la Asociación Psiquiátrica Mexicana

Dr victor Albores García

(Octava parte)

Etiquetas: La sal y pimienta de la vida

Como padres y madres, todos los seres humanos durante el embarazo, tendemos a fantasear el bebé ideal que deseamos, la criatura que hemos construido con nuestra imaginación, la que hemos soñado con todas las características bellas y apropiadas que hemos buscado en nuestros sueños. Se trata naturalmente del bebé perfecto y completo, al que no le falta ni le sobra nada; el bebé de los comerciales, ese modelo de bebé que inclusive se nos ha exportado de otras culturas y sociedades, al que ilusa e idílicamente lo hemos llegado a poseer como nuestro, porque tantas veces como mexicanos y mestizos, seguimos enganchados con el ideal de la piel blanca, los cabellos “güeritos” y los “ojitos de color”, como modelo único e irremplazable de la belleza física de nuestra época.

Durante ese período de concepción y desarrollo embrionario, tememos la presencia de enfermedades, virus, agentes contaminantes como medicamentos, alcohol, tabaco o drogas, o cualquiera de los otros que hemos oído, que pueden interrumpir ese proceso formativo del bebé, para traerle consecuencias no siempre reversibles o tratables, que inclusive pueden causarle hasta la muerte. Muchas veces durante esta etapa, las parejas llegan a tener pesadillas de criaturas enfermas, que nacen deformes o con diversos tipos de problemas, que interrumpen la fantasía idealizada del bebé perfecto, y llegan a producir despertares angustiantes y dramáticos, que se pueden repetir a lo largo del embarazo, en diferentes momentos. Se trata de pesadillas que dependen muchísimo del temperamento y la personalidad de la madre o del padre, así como de las experiencias que hayan vivido previamente ellos mismos o en el seno de su familia.

Cuando la criatura nace y llena las expectativas conscientes e inconscientes de la madre y del padre, cuando verdaderamente se trata de ése o esa bebé ideal que se había construido y fantaseado en los sueños y la imaginación de la pareja, ésta celebra inmensamente su llegada, con la alegría y el júbilo de haber sido bendecidos. Sus respectivas capacidades y potencial de maternidad y paternidad, que ya de por sí se habían empezado a unir y complementar a lo largo del embarazo, al saber y aceptar que se convertirían en madre y padre respectivamente, tal vez por primera vez, se intensifican y se prolongan en un vínculo fundamental y necesario para que esa criatura sea bienvenida. Tal unión ayuda a que el bebé se sienta recibido y aceptado y sobreviva el mundo en que ha nacido, el ambiente que le ha tocado vivir en una cultura y sociedad específicas, gracias a la relación, al cuidado, al apoyo y al amor que esta pareja le proporcionarán, como el tipo de alimento necesario que facilitará su proceso de crecimiento no solamente físico, sino también en los otros sentidos como el social y el psicológico.

El júbilo, la satisfacción, el orgullo, el gozo de ver realizada esa ilusión de aquel bebé que había sido idealizado desde antes, a pesar de que en cierta forma fuera un desconocido y un interrogante, estimula en ambos padres como pareja y en cada uno de ellos individualmente, esa capacidad adecuada de modernidad y paternidad. Gracias a ella, ambos pueden reconocer, descubrir, encontrar, entregarse y conectarse con el bebé, para darle lo mejor que cada uno tiene en todos los sentidos y para seguir a éste o esta bebé a lo largo de su desarrollo, monitoreando, cuidando y facilitando activamente ese proceso. Se trata además de un proceso de crecimiento no sólo del bebé, sino igual y paralelamente de la madre y del padre, como tales y como seres humanos, ya que solamente se puede ser madre o padre, a través de tener hijos.

Aunque para muchos sea un tanto iluso y ridículo pensar que exista ese modelo de bebé ideal y perfecto desde un punto de vista general, la realidad es que para tantísimos padres y madres en este mundo, ese bebé sí existe. Se trata de un bebé de carne y hueso, que surge del canal vaginal o del abdomen (cuando se utiliza la cesárea) para encontrarse con sus padres por vez primera fuera del útero y de esa cavidad líquida en la que ha flotado durante tantos meses, para reconocerse mutuamente, a pesar de no tener la misma conciencia que tienen sus padres de quién es, cuál es su ubicación, ni el lugar que ocupa en el mundo todavía.

Sin embargo, ellos sí lo reconocen y lo ubican como al hijo o la hija esperados, le hablan, lo palpan, lo acarician, le cantan, le sonríen o inclusive hasta llegan a llamarlo de algún modo, puesto que en tantas ocasiones ya tenían hasta el nombre preparado. Para ellos, ése es el bebé ideal o la bebé ideal, que deseaban y esperaban, que soñaban y fantaseaban, que llena sus necesidades y expectativas, que les viene a cambiar su visión del mundo, de ellos mismos y de sus vidas, que en ese preciso momento, han dado ya un giro completo de trescientos sesenta grados, para enfrentarse a una nueva etapa y a muchos nuevos y desconocidos retos que están por conocer. (Continuará).

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