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LA PORNOGRAFÍA

Por: Jacobo Zarzar Gidi

Lo que alguna vez fue un vicio vergonzoso y poco frecuente de unos pocos, se ha convertido en la principal forma de entretenimiento de muchos, por medio de la Internet, la televisión por cable, por satélite y por sistemas de transmisión aérea, los teléfonos celulares y aun varios dispositivos portátiles de juego y entretenimiento diseñados para niños y adolescentes.

Esta plaga arruina el alma de los hombres, las mujeres y los niños, destruye los vínculos del matrimonio y victimiza a los más inocentes entre nosotros. Destruye la capacidad de las personas para verse unas a otras como expresiones singulares y hermosas de la creación de Dios; en lugar de ello les nubla la vista y las lleva a ver a otras como objetos que se pueden usar y manipular. Hoy en día, quizá más que en cualquier otra época, el ser humano se da cuenta que su don de la vista y, por lo tanto, su visión de Dios se han distorsionado por el mal de la pornografía.

Los sacerdotes conocen muy bien la gravedad de la amenaza que representa la pornografía para el matrimonio y saben cuántas familias ya han sufrido una triste división debido a sus efectos, haciéndose cada vez más difícil inculcar en los jóvenes la inapreciable virtud de la castidad. Ellos deben de decir con claridad a sus feligreses que se trata de un peligroso pecado mortal que puede llegar a tener graves consecuencias. No se pueden quedar callados.

Ninguna persona que viva en nuestra cultura puede separarse totalmente de este azote de la pornografía. Todos nos vemos afectados en mayor o menor grado, aun quienes no participan directamente en su uso. Con todo, si las personas que se han dejado llevar por este vicio contestaran con sinceridad si son más felices por causa de la pornografía, solamente las más indiferentes darían una respuesta afirmativa. Una evaluación sincera revela que el uso de la pornografía causa debilidad espiritual, social y emocional. Lo peor de todo es que nos alejamos de Dios -que es nuestro Padre, y mientras permanezcamos hundidos en el fango, detestaremos que se nos hable de cosas espirituales.

Uno de los argumentos que se esgrimen para justificar el uso de la pornografía, es que “no hay víctimas, y por lo tanto, nadie sale lesionado”. Cada año, miles de hombres y mujeres se ven atraídos a la industria pornográfica por la promesa de dinero fácilmente adquirido. La industria se aprovecha de los más vulnerables: los pobres, los maltratados y marginados y aun los niños. Esta explotación de los débiles es un pecado grave. Los productores y distribuidores de pornografía dejan a su paso un amplio camino de hombres y mujeres destruidos y desvalorizados. Quienes ven materiales pornográficos no se pueden separar de la responsabilidad moral relacionada con la victimización y la degradación de los hombres, mujeres y niños presentados en esos materiales, y los espectadores mismos sufren degradación.

La víctima más trágica del azote de la pornografía es la familia porque destruye su florecimiento que depende del crecimiento de sus miembros en santidad y amor humano verdadero. El uso de la pornografía es una violación del compromiso matrimonial y quienes más sufren son los inocentes. Los niños, que se esfuerzan naturalmente por imitar e incorporar el amor de sus padres con capacidad para dar de sí mismos, en lugar de ese amor encuentran tensión, traición y egoísmo.

Algunos padres de familia se hacen los ciegos en cuanto al uso de la pornografía por sus hijos, a pesar de estar comprobado que no da madurez por la manera falsa de presentar la interacción humana, dificultando su auténtico desarrollo sexual y emocional. Se debe orientar a los jóvenes para que luchen por convertirse en personas plenamente integradas, respetuosas de otros y de sí mismos.

La Iglesia siempre ha condenado la doble comprensión del espíritu “como bueno” y del cuerpo “como malo”. Lejos de denigrar el cuerpo humano y de tratar la sexualidad como algo malo, la Iglesia afirma la santidad del cuerpo. Por causa de esta santidad, el acto conyugal se reconoce como algo de carácter sacramental y sagrado que la Iglesia busca proteger. Los cristianos no debemos sorprendernos de ser parte de una cultura que, de muchas formas, es contraria al Evangelio y rechaza la virtud cristiana. Eso mismo ocurrió en la época de San Pablo y, hasta cierto punto, ha sucedido en cada generación de creyentes. Pero, los cristianos de todas las épocas hemos sido llamados a vivir de conformidad con la verdad de Jesucristo y a mantenernos separados de los aspectos de la cultura que sean contrarios a esa verdad. Una forma muy eficaz en que los creyentes podemos combatir la plaga de la pornografía -que es un ataque certero al templo vivo de Dios, es dando testimonio de un corazón limpio. No olvidemos que la aceptación puede llegar a causar adicción.

El crecimiento espiritual es imposible de lograr sin un reconocimiento sincero de la culpa y sin reconciliación. Aprovechemos la gracia del Sacramento de la Penitencia y hagamos de este sacramento de misericordia la piedra angular de la lucha contra la pornografía.

Es importante decir que quienes han sido llamados a compartir el sagrado sacerdocio de Cristo, también deben compartir su pureza. Si un sacerdote es parte de este pecado, debe buscar asistencia del obispo o de su superior religioso. Ningún sacerdote puede ser un ministro de reconciliación apropiado si no es coherente con lo que dice en sus homilías y si no busca con frecuencia la absolución.

En medio del sufrimiento causado por el mal de la pornografía, somos llamados a ser un pueblo de esperanza, a contemplar la imagen de Dios en otros y a restituir nuestro uso de la vista enfocándonos en la meta de nuestra fe y el destino final de nuestra vida.

“Por ventura, ¿no sabéis que vuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo, que habita en vosotros, el cual habéis recibido de Dios, y que ya no sois de vosotros, puesto que fuisteis comprados a gran precio?”. 1 Corintios 6: 19-20.

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