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ESTAMOS MUY CONTENTOS Y DAMOS GRACIAS A DIOS

Por: Jacobo Zarzar Gidi

“Bendito seas Padre, Porque ocultaste estas cosas a los sabios, Y las revelaste a los pequeños”.

Mateo 11, 25

Después de muchas oraciones que durante años estuvieron dirigiendo al Cielo miles de personas, nuestro obispo monseñor José Guadalupe Galván Galindo ha dado su beneplácito para que se inicie formalmente la recopilación de datos sobre la vida y virtudes del Padre Manuelito, todo ello para que -si el Señor está de acuerdo-, algún día se le declare “Siervo de Dios”, después se le beatifique, y posteriormente se le canonice. Estamos muy contentos porque somos muchos los que algo le debemos a este gran sacerdote diocesano que nació a la Vida Eterna el 2 de febrero de 1999.

Para los que lo conocimos, el Padre Manuelito fue siempre un hombre sencillo que a lo largo de su vida aceptó gustoso los designios de la Divina Providencia -que es el cuidado amoroso que tiene Dios para con todas sus criaturas. La fe que demostró tener, jamás se vio debilitada, y la caridad que practicó fue amor verdadero para los privados de su libertad, para los enfermos, los pobres y los desvalidos.

Su labor apostólica no tuvo descanso, ejerció su autoridad espiritual para dignificar el trato que las autoridades del CERESO estaban dando a los presos; construyó la hermosa capilla del Buen Pastor en el interior de la cárcel para que los reclusos tuvieran un refugio espiritual que los reconfortara, y a muchos de ellos los liberó de las cadenas que los esclavizaban; edificó extramuros del CERESO un albergue para hijos de los internos, porque como él decía, “para que no permanezcan en la escuela de la delincuencia donde todo lo ven y todo lo escuchan”. En repetidas ocasiones visitó las Islas Marías localizadas en el Océano Pacífico para llevar apoyo espiritual a los privados de su libertad.

El padre Manuelito, siguiendo los pasos de su Maestro, vivió en carne propia el sufrimiento de sus enfermos. Con aquella sencillez que lo caracterizaba no se conformó con atender a los muchos que llegaban a su Parroquia en busca de esperanza, sino que se atrevió a fundar “La Casa del Enfermo Misionero”. En ella se alimenta cada jueves a más de trescientas personas. Su fundador ha fallecido, pero la obra continúa con el mismo ardor y entusiasmo que recomendara el padre antes de su deceso.

Es mucho lo que le debemos al Padre Manuelito. Siempre me dio la impresión de que estaba en este mundo, pero no era del mundo. El buen ejemplo que permanentemente irradió a varios kilómetros de distancia de donde se encontraba, tuvo su base en los propios evangelios. Era un servidor de tiempo completo a las órdenes del mejor Patrón que da gusto obedecer. Daba la impresión de que el viento podía arrastrar su frágil figura si se descuidaba, y todos los días estaba dispuesto a decir “sí”, cuando se le llamaba para servir al prójimo que tanto lo necesitaba. Fue un padre cariñoso para todos los presos a los que cuidó con esmero, y aun los que no lo conocieron le deben algo que en su vida actual los está bendiciendo… siendo muchos los que le pidieron en el confesionario el perdón del ofendido y la bendición sacerdotal. Siempre puso su confianza en Dios, y varias veces nos dijo que el sufrimiento es levadura para sanar nuestro espíritu. Su mensaje fue siempre de paz y de amor, y durante su estancia aquí en la Tierra, su corazón rebosó de resignación cristiana, de sacrificio, y sobre todo de paciencia. Después de conocer y tratar al Padre Manuelito, cada vez que llegué a visitar el CERESO de Torreón, no pude encontrar entre sus patios y jardines: asesinos ni violadores, narcotraficantes ni ladrones, asaltantes ni desalmados, solamente descubrí en el rostro de cada ser humano al “Hijo Pródigo” que anhela cuanto antes volver a la Casa del Padre, a la “Oveja Perdida” que aguarda la Misericordia Divina y que desea ser rescatada por el “Buen Pastor”, que poco a poco y con mucho amor, avanza hacia él. A los privados de la libertad les dijo en repetidas ocasiones cuál no era la manera correcta de vivir, aclarándoles que a Dios sí le importaba mucho su comportamiento.

El Padre Manuelito sanaba espiritualmente a las personas dedicándoles en el confesionario todo el tiempo que fuera necesario. Fue siempre bienaventurado, porque quiso, vigiló y protegió el alma de los presos, porque amó a los pobres y también a los enfermos, porque sufrió ante el dolor ajeno y se gozó cuando veía a las personas contentas. A todos nos reconfortaba con esa sonrisa transparente que no podemos olvidar, a todos nos animaba a que le hiciéramos frente a la vida con fuerza y sobre todo con renovada esperanza.

En cierta ocasión, un domingo por la mañana, fui a dar una plática sobre “La caridad y el amor al prójimo” en el templo de San Rafael donde se encontraba el Padre Manuelito. Al terminar, varias personas me pidieron que consiguiera un benefactor para una niña que sufría el síndrome de Down. Sucedía entonces que la madre de la pequeña no podía pagar la colegiatura de la institución especial que ella necesitaba. Yo les respondí que buscaría entre mis amigos y conocidos a una persona o a un grupo que quisiera colaborar con esa noble causa. Durante dos semanas toqué puertas inútilmente, y cuando regresé a San Rafael, me preguntaron que si ya había conseguido el benefactor. Les contesté que no, “pero que mientras lo hacía, yo mismo pagaría la colegiatura de la niña”. Segundos después, me arrepentí de haber hecho una promesa que de alguna manera afectaba mis débiles finanzas personales. El maligno comenzó a trabajar intensamente en mi persona durante varios segundos y me hizo sentir mal por haber abierto la boca en lugar de quedarme callado. “Además, yo ni conocía a esa niña, ni tenía por qué ayudarla…”. Faltando a la caridad, y por mi falta de madurez espiritual, jamás me había atrevido a estar cerca de una criatura Dawn. En esos momentos, cuando una fuerza negativa me estaba impulsando a dirigir mis pasos hacia el grupo de personas para revocar mi decisión de ayudarla, repentinamente se me acercó una joven desconocida que venía corriendo y que por poco me tumba al suelo. Me abrazó con alegría, y volteando su rostro hacia mi persona, exclamó con fuerte voz: “¿Es cierto que voy a volver a ir a la escuela?” Un escalofrío intenso recorrió todo mi cuerpo al darme cuenta que se trataba de la niña con el síndrome de Dawn.

De inmediato le contesté con firmeza: “Sí, vas a volver a ir a la escuela.” Una voz interior que no sabemos de dónde proviene, pero que siempre pone las cosas en su lugar, me hizo sentir que es una mezquindad arrepentirse de hacer buenas obras, y sobre todo después de haber hablado semanas atrás con muy poca coherencia sobre la caridad para con el prójimo. Cuando me quedé solo en aquella capilla, me di cuenta con mucha claridad, que Nuestro Señor Jesucristo transforma vidas por medio del Padre Manuelito.

Alegrémonos en el Señor por habernos permitido conocer al Padre Manuelito; porque nos regaló a un apóstol que siguió los pasos de su Maestro e hizo todo lo que Él le pedía; porque fue un hombre bueno que estuvo junto a nosotros cuando más lo necesitamos; porque fue y sigue siendo luz en la oscuridad ymanantial de aguas cristalinas que refresca nuestra vida. Gracias Señor por los dones recibidos que entregaste a tu hijo Manuel; por tu amor que no tiene límites, y por tu presencia en las almas sencillas que permanecen a todas horas luchando contra el pecado. Gracias por todo lo que nos das y no merecemos, gracias por todo, gracias Señor.

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