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LA VIRGEN DEL CARMEN

Por: Jacobo Zarzar Gidi

“He aquí, mi querido hijo, para ti y para los tuyos, la señal privilegiada que me pides; él distinguirá a mi Cofradía; será una prenda de paz y de amistad eterna, un símbolo de salvación y una salvaguardia contra los peligros. Los que mueran, habiéndolo llevado dignamente, no sufrirán el fuego eterno, y yo Madre de Misericordia les sacaré del purgatorio en el primer sábado después de su muerte”.

(Palabras de la Virgen a San Simón Stock). El culto y la devoción a la Virgen del Carmen se remonta a los orígenes de la Orden Carmelitana, cuya tradición más antigua la relaciona con aquella pequeña nube que el ayudante del profeta Elías contempló en el horizonte después de que éste lo envió a la cumbre del Monte Carmelo para ver si había en el cielo algún indicio de posibles lluvias. En ese tiempo, Dios había castigado la rebeldía del pueblo israelita con un largo y seco verano de tres años de duración. Mientras el profeta Elías suplicaba al Señor que pusiese fin a esa terrible sequía, la pequeña nube fue creciendo y cubrió rápidamente el cielo, dejando caer lluvia abundante en la sedienta tierra de Palestina. En esta nube cargada de bienes se ha visto una figura de la Virgen María, quien, dando el Salvador al mundo, fue portadora del agua vivificante de la que estaba sedienta toda la humanidad.

Desde hace muchos siglos se reunieron en el Monte Carmelo varios monjes a rezar y hacer penitencia, y la gente los llamaba “Los Carmelitas”. Estos religiosos le tenían una gran devoción a la Virgen María y le erigieron un templo en esa hermosa montaña. Pero, en el Siglo XI llegaron a los lugares santos los ejércitos mahometanos destruyendo todo a sangre y fuego. Muchos monjes murieron mientras cantaban himnos a la Virgen María, pero algunos lograron huir y embarcarse hasta llegar a Italia. Allá empezaron a propagar la devoción a la madre de Dios y la gente continuó llamándolos Carmelitas.

Entre los monjes llegados del Monte Carmelo hubo uno que se hizo célebre por su santidad, por su amor a la Virgen y sobre todo por una importante aparición que recibió. Fue San Simón Stock, General de la Orden de los Carmelitas. Dice la tradición que un l6 de julio de l25l, la Santísima Virgen se le apareció y le prometió conceder ayudas muy especiales a quienes lleven el santo escapulario como un acto de cariño y devoción de honor a la Madre de Dios, con el deseo de convertirse y llevar una vida más santa. Muy pronto empezaron a notarse en todas partes las bendiciones y ayudas que la Virgen concedía a los que llevaban con fe y devoción el Santo escapulario: incendios que se detenían, inundaciones que se calmaban, tentaciones que se alejaban, pecadores que se convertían. En Francia, en plena batalla, el rey Luis XI vio que a un soldado le llegaba una flecha dirigida hacia su corazón y en cambio se le clavaba en el escapulario y no le hacía ningún daño. Inmediatamente el rey y todos sus generales pidieron el escapulario y se lo colocaron sobre los hombros para que también los protegiese.

Todos sabemos que lo que salva de los peligros no es el escapulario en sí, sino la Santísima Virgen que protege y defiende a quienes llevan esa insignia como señal del aprecio y la devoción que sienten por ella. En la actualidad, la Iglesia Católica ha declarado que el escapulario se puede reemplazar por una medalla de la Virgen. Ella continúa haciendo prodigios cada día a favor de quienes llevan con devoción el escapulario o la medalla y se esfuerzan en ser mejores creyentes. Antiguas tradiciones narraban que la Virgen había prometido visitar en el purgatorio y liberar de él mediante el “privilegio sabatino” a sus devotos, el sábado siguiente a la muerte de ellos y concederles el descanso eterno.

La Virgen ha prometido también a quienes vivan y mueran con el escapulario, la gracia para obtener la “perseverancia final”; es decir, un auxilio particular para que, quienes no estén en gracia de Dios, se arrepientan en los últimos momentos de su vida. Un día nos llegará la hora de nuestro encuentro definitivo con el Señor, entonces necesitaremos más que nunca de su protección y ayuda.

Cuando en l605 fue elegido Papa el Cardenal De Médicis, que tomaría el nombre de León XI, y mientras le revestían con los hábitos papales, le quisieron quitar un gran escapulario del Carmen que llevaba entre la ropa. Entonces, el Papa dijo a quienes le ayudaban a revestirse: “Dejadme a María, para que María no me deje”.

En su visita a Santiago de Compostela, el Papa Juan Pablo II deseaba a todos: “Que la Virgen del Carmen os acompañe siempre”. Que sea Ella la Estrella que os guíe, y que nunca desaparezca de vuestro horizonte. Que sea Ella la que os conduzca a Dios, al puerto seguro de vuestra salvación”. Ella adelantará el momento en que, limpios del todo, podamos ver a Dios. Antiguamente se representaba a la Virgen del Carmen con un grupo de personas a sus pies formado por almas en llamas en el Purgatorio, para señalar su especial intercesión en este lugar de purificación.

El Papa Juan Pablo II, hablando a jóvenes en una parroquia romana dedicada a la Virgen del Carmen, recordaba el especial socorro y amparo que recibió de su devoción a la Virgen del Carmen. “Debo deciros, les comentaba, que en mi edad juvenil, cuando era como vosotros, Ella me ayudó. No podría decir en qué medida, pero creo que en una medida inmensa. Me ayudó a encontrar la gracia propia de mi edad, de mi vocación”.

El escapulario del Carmen puede ser una ayuda grande para querer más a Nuestra Madre del Cielo, un especial recordatorio de que le estamos dedicados y de que en un momento de apuro, en medio de un gran peligro, contamos con su auxilio.

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