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La danza del elote

Chicomexóchitl, un pueblode dicado a ofrendar al maíz

HUAUTLA, HGO.- Hubo un señor que un día caminando por el monte encontró un fruto que no conocía. Vio que tenía granos, los quitó y tiró las semillas. Tres meses más tarde volvió a pasar por ese camino y encontró que se había multiplicado el fruto que había recogido y desgranado.

Esta es la historia del hallazgo del maíz contada en las comunidades nahuas de la huasteca hidalguense, particularmente en la ranchería de Tamoyón II, donde se originó la Fiesta del Chicomexóchitl -Siete flores- cuya ofrenda es la Danza del Elote, representada en septiembre y octubre.

Es una celebración de doce horas en la que participan las 50 familias de la comunidad en una fiesta colmada de música de viento y de chirimías, cantos y rosarios en náhuatl y español, xochipiltzahuas, sahumerios de copal, pétalos de cempasúchil y rosas, cohetes y candelitas prendidas.

Es una procesión, un rito y una danza con la que los nahuas huastecos agradecen el descubrimiento del maíz a la Virgen de Guadalupe, a la deidad dual prehispánica Chicomexóchitl, al Dios Padre invocado por los cristianos, al Sol, la Madre Tierra, al agua y la lluvia. Una obra de arte ritual sincrético.

Durante el rito, conducido por un curandero tradicional, hay plegarias como la siguiente. “Si no hay maíz, no vamos a vivir. Si no hay agua, no vamos a vivir. Cuando llueve crece el maíz y con el maíz hay alimento y hay vida. Dios es grande y la Virgen es grande porque nos dan agua, lluvia y comida”.

La Fiesta del Elote se realiza cuando la planta del maíz empieza a dar mazorcas. Dos meses antes, los campesinos de Tamoyón II -hace 50 años se llamaba Agua Nacida- se organizan en gastos y tareas para pagar al curandero y a la banda de viento. Cada familia aporta entre 300 y 500 pesos.

Un día antes de la fiesta, los hombres se congregan en la iglesia de Santa Cecilia -la patrona- para adornar la capilla con guirnaldas y arcos de flores y palmillas. Al mismo tiempo, en cada hogar, preparan el mole, las tortillas, los incensarios de copal y las canastitas de carrizo con pétalos de cempasúchil.

La fiesta arranca con un desfile en el que los participantes se acomodan en fila india: de un lado las mujeres y del otro los hombres. Todos visten de blanco, llevan un paliacate en la cabeza; en la mano derecha portan una planta de maíz en jilote y sobre la espalda cargan un gran chiquihuite con mazorcas cosechadas ese día.

Las mujeres llevan en sus ropas bordados de colores fuertes. En una mano portan una candela de cera y un paliacate, y en la otra, cestas con pétalos de cempasúchil. Las de mayor edad cargan los sahumerios con el copal. Las dos hileras avanzan hacia la capilla al tronar los cohetes.

Acompañan la marcha con música de viento. El paso es lento y solemne. El curandero va adelante. Cuando entra a la capilla pide permiso a Dios y los santos para hacer la ofrenda, mientras que las mujeres se colocan a ambos lados de la puerta para bañar con pétalos a los hombres, portadores de la ofrenda.

Truenan cohetes y tocan las chirimías. Los xochipiltzahuas y canarios -cantos breves en náhuatl, tocados por chirimías y un trío de huapango- se escuchan tanto del curandero como de los oferentes que empiezan a danzar con pasos laterales y cortos, al ritmo de la música prehispánica.

Entre las danzantes está doña Antonia González, de 82 años. Ya no tiene dientes pero si una hermosa sonrisa y ojos vivarachos que replican con alegría cuando se le pregunta el significado del rito. “Es para que diosito nos garantice maíz cada año, para que haiga lluvia y suficiente agua”, dice.

La Danza del Elote -explica la maestra María del Rosario Castelán, tesorera municipal de Huautla- es uno de los ritos que los nahuas hacen a Dios y la Virgen de Guadalupe durante el ciclo del maíz, que empieza con la siembra en mayo o junio -dependiendo de las aguas- y culmina con la cosecha, en septiembre u octubre.

Un ciclo ritual que implica, de acuerdo a la maestra Castelán, ofrendas caseras con flores, galletas, pan, aguardiente, achocote (bebida de maíz), copal, tamales tlapatlachtli (zacahuil), caldo de gallina y refrescos, al señor maicito, a Jesucristo, a la Virgen de Guadalupe, a San Isidro, a San José y a la patrona Santa Cecilia.

Estas ofrendas se llaman tlatzicuinis y su misión es agradecer a todas las divinidades y factores concurrentes durante el ciclo del maíz. El grano es “alimentado” con porciones de pan, carne o bebida, antes de ser consumidos por los oferentes.

La Fiesta o Danza del Elote –que fue representada a principios de agosto en Atlapexco durante el pasado VIII Festival de la Huasteca-remata con una velada de baile, comida y bebida que termina durante la madrugada. Interpretan algunas de las doce danzas nahuas -principalmente la de las Inditas- y se simula la cacería del mapache.

Aparece un torito cuando truena el último cohete y minutos después salta al escenario el mapache, animal que daña a las milpas y corrales, representado por algún joven cubierto por un costal lleno de heno. El mapache es perseguido por perros y un cazador que viste calzón, sombrero, huaraches y jorongo.

La cacería del mapache es animada con música de sones huastecos, canarios, chico-canarios, xochipiltzahuas, marchas, y con “todo lo que alegre a la gente -dice don Reynaldo Martínez Bautista, director de la banda Santa Cecilia- porque fiestas sin música, danza, cohetes y aguardiente no saben”.

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