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Beto el Boticario

GILBERTO SERNA

Los años pasan a una velocidad meteórica. Lo que ayer fue, hoy ya no lo es. Han transcurrido un poco más de tres décadas desde que en la pantalla chica aparecían los actores de un celebre show en que se combinaba lo mágico, lo cómico y lo musical. La sensación del gustado programa era un actor con una botarga, vestido ridículamente deformando su figura, con una cara de la que sobresalía una larga zanahoria, a manera de nariz, conocida como la pájara Peggy. Una verdadera delicia verla enamorar al cantante y anfitrión César Costa. Eran muchos los actores que formaron parte de su elenco que sería largo enumerar, por lo que bastará referirnos a uno de los actores que aún hoy me hace reír la gracia de su solo recuerdo, su nombre: Roberto Ramírez Garza que no le dirá nada como no sea que lo llame por su mote de Beto el Boticario, cuyo rostro no variaba durante la función, permanecía con cara de palo, inexpresivo, actuando como un mago, cuya diferencia con los demás ocultistas teatrales, era que dejaba ver al público cómo realizaba los trucos. Su estribillo de presentación era: "Ha llegado la hora chingüengüenchona".

¿No sé qué dio lugar a que me acordara de él? En estos días cumplirá 80 años de edad, por lo cual sus compañeros del medio histriónico le rendirán un merecido homenaje por su larga trayectoria de artista de los espectáculos. Por cierto, al entrar a la redacción del periódico esta semana me crucé en uno de los pasillos con el dirigente panista Germán Martínez Cázares, no sé por qué asociación de ideas me acordé de la Carabina de Ambrosio con el que se tituló el programa de marras.

El político lucía serio, anteojudo, en camisa de color azul, en cuyo lado derecho mostraba su nombre junto al logotipo de su partido político. Le noté cierto desenfado y lo que más me gustó su expresión seráfica, del sacerdote que trae los santos óleos, seguramente para usarlos con alguno de sus partidos rivales a los que quisiera ver a tres metros bajo tierra, claro está, en términos puramente electorales. Me dicen que es un político de los que se estila, que llegan a los puestos públicos de la mano del amigo que se encuentra empoderado en lo más alto de la escalera del mando. Fue candidato único a ocupar el puesto de dirigente,

La proverbial Carabina de Ambrosio, nombre que llevaba el popular programa de fines de los años setenta, al que me refiero al principio de esta colaboración, corre la versión de que proviene de la época en que un andaluz, dedicado a las labores del campo, cuya ingenuidad era notoria, que se vio acuciado por los adeudos, decidió echarse al monte para realizar la tarea de salteador de caminos, llevando un viejo, estropeado y herrumbroso arcabuz, sin pólvora, de lo que se enteraron sus vecinos, por lo que no lograba meterle susto a nadie. La vida de bandolero no le cuajó, por lo que Ambrosio regresó al trabajo de la tierra, desengañado de la vida proscrita. De ahí que se diga de las cosas inútiles que no sirven son como la Carabina de Ambrosio. En nuestros días se ha hecho extensivo a todas aquellas personas que no hacen las cosas como se deben o que de plano no las hacen o que las hacen al revés. Mucho se ha oído de los reclamos populares contra los políticos a quienes se considera buenos-para-nada. No pasa un día sin que escuche a alguien despotricar contra la carga económica que para el país representan ¡500 diputados!

Mirando las cosas con objetividad ambos personajes se parecen en algo: son diestros para producir artificialmente determinados efectos de ilusionismo, donde la destreza y habilidad permiten el ardid y la trampa, además de que ambos han dado muestras de ser astutos y sagaces. En los dos casos ninguno oculta la treta de que se vale. El público que los observa queda encantado con sus malabares retóricos, que deleitan, persuaden o conmueven aunque a veces se les pasa la mano. Los dos se han significado en los esfuerzos que hacen, si se lo proponen para engañar a los demás, uno, mientras utiliza la añagaza, la martingala, la estratagema, la trápala; el otro, desgañitándose por que considera que se podrá recuperar la paz y tranquilidad en los hogares mexicanos, con apoyar las propuestas del Presidente. Hasta físicamente el mago, le da un cierto parecido. Hasta podría ser que ambos tuvieran similar bis cómica. Quizá ambos se dicen al unísono: ¡Magazo, qué grande eres!

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