Querida Secretaria:
La envidia se presenta con varios disfraces, es la hiel que nos reprime cuando queremos algo que pertenece a otra persona. Se presenta de diferentes maneras y es difícil evitar sus efectos dañinos.
Una envidia moderada puede ser aceptada socialmente en nuestra cultura materialista; pero en los lugares de trabajo, la envidia es más que moderada... puede ser una fuerza destructora. Si tú experimentas la envidia –como víctima- puede que nunca sepas cuál fue su motivo.
Generalmente la envidia se origina de una combinación de inseguridad e insatisfacción. Cuatro factores la hacen prosperar; una cultura de competencia, un jefe lento, favoritismo y, por supuesto, logros excepcionales- que resienten muchos. En este último caso levanta comentarios como éstos: “no lo merece”, “realmente su eficiencia es bastante mediocre”.
La envidia inhibe todo nivel de habilidad y competencia con frecuencia propiciado por el favoritismo deliberado o inconsciente del jefe. El resultado de esto conduce a un desánimo general.
Cualquiera que sea su fuente, el impacto de la envidia es corrosivo, principalmente porque no se detecta. Muy pocas de nosotras admitimos ser envidiosas. Por el contrario, volteamos a nuestro alrededor y notamos injusticias. Nos convertimos en jueces severos en lugar de justicieros –en nuestros corazones estamos convencidas que como personas somos mejores que los demás.
Éstas son algunas señales de envidia:
*Evitas cooperar porque no quieres que otros se beneficien.
*Hay algo que no te gusta de una persona, pero no puedes precisarlo (algunas explicaciones posibles; casi nunca se piensa en la envidia).
*Haces comentarios derogatorios de alguien que ha recibido un reconocimiento.
*Comenta que el éxito de alguien se debe exclusivamente a los privilegios de que goza.
*Te sientes desalentada, agobiada, “¿por qué otras asistentes tienen tantas oportunidades?”.
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