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Campos equivalentes

A LA CIUDADANÍA

Magdalena Briones Navarro

Pocos años después de la Segunda Guerra Mundial, rescatados por las tropas vencedoras, se exhibió en México capital una serie de películas filmadas por los nazis en sus campos de exterminio. Ante semejante mostración nos invadió un llanto conmovido, estupefacción y condena ante tanta perversión e injusticia. ¿Cómo puede el hombre llegar a tal sobajamiento?

El hombre naturalmente, no es enemigo de su propia especie. ¿Es suficiente el mandato mediante la fuerza represiva de un poder enfermo para que un pueblo niegue sus mejores virtudes?

Dos interrogantes más surgieron: ¿Por qué los prisioneros no opusieron resistencia? A lo mejor yo ignoraba si la había habido; y luego, si nosotros, mexicas, pudiéramos bajo condiciones parecidas protagonizar semejante drama como mandantes, mandatarios o como víctimas, lo que éticamente para mí, se iguala y entreteje.

Al paso del tiempo leí suficientes libros escritos por víctimas sobrevivientes y concluí que el fenómeno de la subsumisión no apareció en los Campos; se fue incubando tiempo atrás, al indiciar enemigos, principalmente a los judíos –aunque fueran ellos alemanes de bien- y amenazando de muerte y traición a quienes les ayudaran. Comenzó el miedo y siguió el terror. La ganancia, aunque seguramente no se concibió así por todos, era un milenio de dominio mundial por el pueblo de superhombres arios que, Hitler les prometió, sería bajo su mando.

La indiciación, la anulación del Derecho, robo de bienes, la persecución, expulsión y el exterminio acumulados, terminaron por abolir el espíritu de resistencia. De lo leído, que no lo abarco todo, rescaté poquitísimos casos personales de rebeldía, los que fueron rápida y brutalmente aplastados.

En su libro, una señora checa sobreviviente de Austwitz, que perdió padres, esposo e hijos y vio morir a miles, de hambre, sed, torturas, enfermedades y tratos atentatorios al mínimo respeto que cualquier persona merece –sin ser judía, partidaria, espía o cosa por el estilo– concluye: “No narro en mi escrito todas las barbaridades sufridas en el Campo, sobre este punto sobran relatos, sino porque pienso: si la especie humana es capaz de tales atrocidades, más valdría que no existiera”.

Resulta apenas imaginable el castigo, el abuso y las secuelas que dejaron en lo profundo del alma de quienes sobrevivieron o sobreviven aún a otros castigos severos aunque no alcancen semejantes dimensiones.

Somos sensibles superficialmente en cuanto a la pena ajena. Al parecer, salvo casos muy raros, no hemos adquirido ni individual, ni históricamente la dimensión humana a la que alcanzada por esos sobresalientes personajes, aunque presumamos de ser hijos de Dios y ser a su imagen y semejanza. Pregunto: ¿cuál es su imagen de Dios y cómo podría justificar la semejanza entre ambos? Dadas las conductas que vemos, podríase pensar que el Dios que se adora y al cual nos parecemos sería algo así como una especie de “Terminator” programado, vengativo, cruel, envidioso como un cacique corrupto, tonel de las Danaidas insaciable. Ojalá esté yo equivocada.

Me confronto con hechos, no con invenciones. Los hechos no aparecen de la nada, son resultado de procesos más o menos largos y más o menos intensos, que en nuestra corrupta civilización casi siempre velan la consecución interesada de metas que aseguran poderes perversos: la educación familiar y oficial no parecen en general pretender el desarrollo humano de la comunidad sino su sumisión o cualquier número de poderes -primero o cuatro- valedores de la mentira y la inducción perseverante al desorden. Las escasas excepciones son, por supuesto, ridiculizadas, hostilizadas o vetadas.

“A río revuelto, ganancia de pescadores”, “Divide y vencerás”, “Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”, “En arca abierta, el justo peca”, etc., son dichos corrientemente aceptados como verdades. De serlo, imagine usted las riquezas acumuladas por pescadores en medio de este río revuelto que vivimos, con peligro de desbordamiento; con la división nacional lograda, política, étnica, económica; con la avidez corrupta de riquezas monetarias y la incapacidad burocrática a todos niveles; y la proclividad a vencer lo justo –que se pudiese ser– ante cualquier arca ajena que deje dividendos. A sabiendas de los resultados procedentes de tales “verdades”, ¿por qué ajustarse a lo negativo, por qué no combatir lo destructivo? ¡Es que las cosas así son, señorean sobre nosotros! Erick Fromm dice que hay un miedo a la libertad: por lo que veo, el mexicano común vive tan violentado y tan disminuido que no le tiene miedo, sino terror.

Los más grandes ingenios, inventos y descubrimientos deberían servir al beneficio y desarrollo colectivos. Todos, individualmente morimos, buenos y malos, pero las consecuencias de nuestros actos se extienden culturalmente en el tiempo y el espacio a la especie humana y a toda la vida terrestre, ambas estrechamente vinculadas en su común mantenimiento.

Machaconamente diga a alguien cercano (a), que no sirve para nada, que es feo, que nadie lo quiere, que es aburrido y tonto, y logrará minimizado al punto en que ambos lo asumirán como verdad. ¡Ah¡, y además que sólo su magnanimidad y tolerancia hacen posible su cercanía. Conseguir un propósito no lo hace honorable. Pierden ambas partes dos inmensas oportunidades: una sana convivencia y la posibilidad mutua de desarrollo, con consecuencias distorsionadoras en la comunidad circundante. Este proceso se da también en los pueblos.

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