Para cuando se lea esta colaboración nuestros atletas habrán conseguido una o dos medallas o quizá tres, que serán celebradas con fanfarrias por las autoridades. Han sido los juegos efectuados en Beijing los que han demostrado que en la inmensa mayoría de los deportes nacimos para perder. Hemos ido caminando para atrás, como los cangrejos. No hemos conseguido quitarnos de la cabeza que nacimos como pueblo vencido y sojuzgado por otras naciones. No han apabullado países que antes veíamos chiquitos y orejones, “qué nos duran, aquí nomás nuestros chicharrones truenan”. Una pequeña isla, de las antillas, Jamaica, ha producido atletas ganadores, nos ha puesto el ejemplo; lo que nosotros no hemos podido hacer, por más que nos esforzamos, ellos lo han logrado. Eso se llama disciplina, carácter que de alguna manera han logrado sobreponerse a las condiciones que la naturaleza y el destino les ha impuesto. Quiero creer que nos están representando a nosotros y por qué no, a todos los latinoamericanos.
Pero, ¿qué sucede en México? No podemos seguir haciéndonos guajes. No somos nada mientras carezcamos de la energía propia para sobresalir en todos los órdenes de la vida. No tenemos la voluntad que se requiere. Cuando hay problemas nos conformamos con marchar por las calles sin decir lo que se merecen quienes están al frente de la responsabilidad de mantenernos en condiciones de ganar todos los torneos, todos los premios. Hacen lo que se les antoja por que lo permitimos enterrando la cabeza en la arena. No hay honor en quienes dirigen los destinos del deporte en este país. Si lo hubiera era hora en que estuvieran preparando sus dimisiones. Hay una cosa que esos burócratas no conocen: se llama decencia. Es una verdad que no se puede tapar con un dedo. Los que están al frente de los organismos encargados de dirigir el deporte se han propuesto acabar, ¡oh! cruel paradoja, con los deportistas.
Leía que nuestro país envió a los Juegos Olímpicos una delegación de 85 atletas junto a 78 personas entre directivos y entrenadores. Uno de ellos debe ser considerado como un inútil. Permitió que uno de los atletas padeciera las consecuencias de una comida que mandó a uno de nuestros compatriotas fuera de las carreras. No contamos a los familiares de los dirigentes deportivos que iban simplemente a turistear. En lugar de desfilar con el contingente, los deportistas fueron relegados, ocupando su lugar la gente de pantalón largo. Las que compiten en volibol, tuvieron que jugar, en su debut, ¡con uniformes prestados! Esto no tiene otra explicación que el descuido en que incurrieron quienes están encargados de los eventos deportivos internacionales. Por eso tenemos escasez de medallas y qué decir del ciclista que apareció desarrapado al descosérsele los parches de su ropa en plena competencia.
Lo que ocurrió en lo deportivo es el reflejo de lo que sucede en lo político y en lo social. Para que es más que la verdad. No queremos darnos cuenta de que un fracaso no sólo es del atleta sino de todos los que participan en la organización y desarrollo del deporte en nuestro país. Parecería que los políticos tratan a toda costa de salvar el pellejo en el diluvio que vendrá. Como hablan de una pobreza, que no entienden, tratan de que el pueblo entienda la verdadera raíz de los problemas consistente en que el mexicano es flojo por naturaleza. Eso demuestra, una vez más que en el mundo la derrota es huérfana, pues carece de progenitor. Vendrán las justificaciones. Se tratará de hacer ver como grandiosas las pocas preseas obtenidas. Volveremos a “ya será en la próxima, la preparación empezará desde ahora, ya lo verán”. “Los vicios serán cosa del pasado, de aquí en adelante todo será distinto”. Ideas nuevas, nuevos dirigentes, nuevas reglas y... las mentiras de siempre. El grito, que se oye fuerte, es: si no pudieron (tronando los dedos) que se vayan, unos y otros.
