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El efecto Pigmalión en educación

Rolando Cruz García

Se ha demostrado que en todo acto educativo existen, de parte de los profesores prejuicios, pronósticos, anhelos o intencionalidades con respecto al resultado que pueden obtener nuestros alumnos al llegar a las aulas, muchas veces estos pronósticos son desalentadores, lo que se puede constatar en expresiones tales como: “estos muchachos ya no dan más”, “vienen muy limitados del grado anterior”, “son alumnos de seis”, “ya desde ahora están reprobados”, lo más terrible del asunto es que dichas profecías terminan por cumplirse.

Por otro lado hay profesores que inician sus experiencias de aprendizaje pensando de manera más positiva, aceptando que si bien es cierto que los alumnos llegan con limitaciones, las pueden superar con el esfuerzo y el ahínco necesarios para salir adelante, que con el esfuerzo de todos (maestros, directivos, padres de familia, personal de apoyo) los muchachos pueden lograr destacados resultados en sus procesos formativos, el problema es que cada vez somos más pocos los que pensamos así.

Según la mitología griega, Pigmalión era un rey chipriota que tomó un bloque de piedra y comenzó a esculpir la estatua de una mujer, cada día le dedicaba a la estatua cierto tiempo y poco a poco se fue enamorando de la figura que trabajaba, mientras más tiempo le dedicaba a la estatua, más se enamoraba de ella y al final creyó que era más hermosa que todas las mujeres de la tierra, por lo que pidió a los dioses que le infundieran vida, lo solicitó con tanto anhelo y pasión que le fue concedido, haciendo realidad su ideal.

Figurativamente, se le llama Efecto Pigmalión al hecho de que las expectativas que tenemos sobre las personas, las cosas y las situaciones, tienden a realizarse.

El efecto pigmalión es uno de estos enfoques con los que los profesores debiéramos iniciar toda experiencia educativa, ya que es el que nos puede permitir lograr de entrada resultados sorprendentes con nuestros alumnos.

El Dr. Robert Rosenthal, investigador de la Universidad de Harvard, fue el primero en dar a conocer el sorprendente Efecto Pigmalión, que revela el enorme impacto ejercido por los conceptos y las expectativas que tenemos los docentes sobre la capacidad y el desempeño de nuestros alumnos.

Este efecto se descubre a partir del siguiente experimento: en vísperas del inicio de un nuevo ciclo escolar, a varios profesores se les engañó diciéndoles que de acuerdo a estudios confiables, algunos alumnos de nuevo ingreso tenían una inteligencia realmente superior y una capacidad extraordinaria para el aprendizaje y la creatividad.

Se les advirtió que no se dejaran engañar por las apariencias de los estudiantes, porque detrás de una notoria torpeza o de una palpable ignorancia se ocultaban verdaderos y auténticos genios. La verdad es que los alumnos mencionados eran muchachos comunes y corrientes que jamás habían destacado por sus logros académicos.

A lo largo del ciclo escolar, los profesores brindaron mucha atención a los supuestos genios y éstos mostraron inusitados avances, aprendizajes significativos y relevantes, alegría en el estudio, su autoestima y su asertividad fueron notoriamente fortalecidas, se tornaron abiertos y propositivos, sus relaciones interpersonales se volvieron más positivas y estimulantes.

Asombrosamente su coeficiente intelectual, considerado como inamovible por psicopedagogos e investigadores, logró aumentar varios puntos.

Sin incurrir en una sobresimplificación, puede deducirse que el experimento del Dr. Rosenthal confirma que lo que pensemos sobre nuestros alumnos y sobre su desarrollo, es de capital importancia para la calidad de su educación, de sus expectativas, de su potencial desarrollo, de su vida entera.

“Los pronósticos se hacen realidad”, esta expresión aparece de hecho en la mayoría de los estudios Sajones, quienes han acuñado la expresión self fulfilling prophecy (profecía autocumplida) para referirse al fenómeno en el que las expectativas tienden a realizarse.

Si pensamos que nuestros alumnos son unos buenos-para-nada y que durante su curso escolar (por pereza, indolencia o estupidez) jamás serán capaces de ningún logro significativo, eso ocurrirá.

Si estamos convencidos de que tienen un maravilloso potencial y que sus horizontes son ilimitados, finalmente los veremos desarrollarse y empezar a dar lo mejor de sí.

En el ámbito familiar puede suceder el mismo efecto, tratar como mejores, más capaces e inteligentes a nuestros hijos, dedicándoles más tiempo, diciéndoles en público y en privado cuánto se les quiere y se les valora; si lo hacemos con pleno convencimiento se logrará que cuanto se dice se haga realidad, ya que cualquiera puede potenciar que alguien cercano sea mejor y más capaz.

Imaginemos el mismo efecto en un intencionado “auto-engaño” dirigido a cada uno de los alumnos ¿Cuál sería el resultado? seguramente sorprendente. Aprovecho para invitar a mis colegas maestros a probar el citado enfoque y disfrutar el enorme gozo de ver cumplidas las expectativas de éxito de todos y cada uno de nuestros alumnos.

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