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Ver Contigo Llama / Mágica, lírica ceguera

TALÍA ROMERO

La poesía -manifestó [Borges] alguna vez-

tiene una entrañable amistad con la ceguera.

Roberto Alifado

Uno de los sueños que compartimos colaboradores, padres de familia y consejeros de Ver Contigo, es alcanzar la meta de integración de nuestros ahora niños a un campo laboral competitivo, al que se puedan enfrentar con todas las armas y más de las suficientes desde la trinchera de los profesionales (no los artesanos), los hábiles y capaces, pero además los líderes visionarios y humanos con la sensibilidad de promover cambios en su entorno, a favor de la minoría, de la desventaja, etc. que ellos mismos enfrentaron un día.

De todos los campos del conocimiento y las áreas del quehacer humano que atañen al ámbito profesional y/o académico, el de las artes en cualquiera de sus facetas resulta especialmente vinculado, desde tiempos remotos, a la discapacidad, a la enfermedad y a la desventaja.

En “Enfermedad y creación” Philip Sandblom encuentra una misteriosa cinética de la enfermedad, el arte y la facultad creadora, no muy divergente de las conclusiones de decenas de poetas, cuentistas y ensayistas que padecieron de ceguera en algún momento de sus vidas.

Más allá de la patología o la condición física de la ceguera como tal, desde tiempos clásicos de Homero, pasando por Tamiris, Milton y Joyce, todo tipo de “cegueras” han inundado la creación literaria en la Historia.

Quizá el contemporáneo más citado en este tema sea el argentino Jorge Luis Borges (1899-1986), quien impartió la conferencia La Ceguera, en el Teatro Coliseo de Buenos Aires un tres de agosto de 1977, misma que fue publicada en el Fondo de Cultura Económica en 1980 bajo el nombre de Siete Noches.

Durante esta conferencia Borges, quien padeció de una pérdida gradual de la visión los últimos años de su vida, se refiere a este cambio como un “lento atardecer de verano”. Borges afirma que la ceguera es un don del destino, y que, por otra parte, no es un modo de vida enteramente desdichado, ya que “el bien del cielo puede estar en la sombra”.

De la misma manera, Saramago, Sabato, Benedetti y Galeano abordan no exclusivamente a la ceguera física sino a la ceguera social, a la degeneración macular que padecen los pueblos y las comunidades que navegan en mundos de sombras.

Pero no se refieren con esto a las sombras creadoras de espacios únicos y de intimidades envidiables que han disfrutado quienes “padecen” la discapacidad visual. Estos atardeceres lentos como los llama Borges, han sido considerados por muchos como un medio ideal para llevar a cabo su creatividad literaria. “Para la tarea del artista, la ceguera no es del todo una desdicha: puede ser un instrumento” decía Borges.

Y es que él mismo concluía que, después de todo, la vida no era una imagen que se percibiera por los ojos, sino más bien palabras e ideas con las que construimos pensamientos y realidades. O la vida es, en todo caso, una palabra que se puede leer de muchas y distintas maneras (incluyendo en Braille).

Así lo he podido disfrutar con los niños de Ver Contigo. Me queda siempre la impresión que tenía Borges de que en ese espacio del ciego al que muy pocos pueden entrar, porque a muy pocos nos lo permiten, no se puede más que vivir en contacto forzoso con uno mismo, verdadero, solitario, apacible y tormentoso, pero espacio, al fin y al cabo, realmente íntimo.

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