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Gilberto Bosques| Jaque Mate

Sergio Sarmiento

“… y después nos entregaron a los alemanes”.

Gilberto Bosques

Pregunte usted a cualquiera a su alrededor. Seguramente nadie -o casi nadie- reconocerá el nombre de Gilberto Bosques. Y sin embargo, se trata de uno de esos personajes valientes, creyentes en la libertad, que deberían enorgullecer a nuestro país. Miles de mexicanos pueden caminar hoy por las calles de nuestras ciudades gracias al trabajo que hizo ese cónsul general de México en la Francia ocupada por la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial para rescatar a refugiados.

Gilberto Bosques nació el 20 de julio de 1892 en Chiautla de Tapia, Puebla. Participó en la rebelión de Aquiles Serdán en 1910. Tras el triunfo de la revolución se hizo político. En 1934, como diputado y presidente del Congreso de la Unión, respondió al primer informe de Gobierno del presidente Lázaro Cárdenas.

En 1939, cuando la República Española caía ante el embate franquista y los vientos de guerra se cernían sobre el resto de Europa, el presidente Cárdenas lo nombró cónsul general en París. Su misión real era convertirse en un enviado personal del presidente de México en una Europa a punto de ser devorada por Hitler. Él mismo ha contado sus aventuras para la serie Historia Oral de la Diplomacia Mexicana coordinada por Graciela Garay (véase http://www.difusioncultural.uam.mx/revista/julioago03/bosques.html).

Bosques salió de París cuando la ciudad estaba a punto de ser tomada por los alemanes. Con amplias instrucciones para establecer el consulado donde le conviniera, viajó primero al sur y después a la costa norte. Reestableció el consulado general primero en Bayonne, pero cuando los alemanes ocuparon la zona se trasladó con su familia y el consulado entero a Marsella, en el Mediterráneo, dentro de la zona del Gobierno francés de Vichy, nominalmente independiente de los alemanes.

Su primera preocupación fue defender a los mexicanos residentes en la Francia no ocupada, pero pronto extendió su manto protector a otros grupos. Apoyó a libaneses con pasaporte mexicano y a refugiados españoles que buscaban desesperadamente huir de los nazis. De hecho, se dice que él fue quien convenció al presidente Cárdenas de abrir las puertas de México a los republicanos españoles. Era tan grande la afluencia de refugiados que buscaban una visa mexicana que Bosques alquiló dos castillos para convertirlos en centros de asilo mientras se arreglaba su salida hacia México. Entre 800 u 850 fueron alojados en uno de los castillos, mientras que en el otro quedaron 500 niños y mujeres. Poco a poco fueron saliendo los exiliados, a los cuales el Gobierno mexicano les ofreció la nacionalidad mexicana de inmediato en caso de que quisieran adoptarla.

El cónsul no quedó satisfecho, sin embargo, y amplió su apoyo a los refugiados antinazis y antifascistas. Al concedérseles visas mexicanas, las autoridades francesas los dejaban salir del país porque consideraban que ya no serían un problema político para ellas. Más complicado fue el caso de los judíos. El consulado ocultó, documentó y les dio visas a numerosos judíos. A muchos les salvó la vida, pero era mucho más difícil sacarlos de Francia.

Finalmente México rompió las relaciones diplomáticas con el Gobierno de Vichy. A Bosques le tocó presentar la nota de ruptura. Poco después el consulado fue tomado por tropas de la Gestapo alemana, que confiscaron ilegalmente el dinero que la oficina mantenía para su operación. Bosques, su familia y el personal del consulado, 43 personas en total, fueron trasladados a Amélie-les-Bains. Después, violando todas las normas diplomáticas, se les llevó a Alemania, al pueblo de Bad Godesberg, y se les recluyó en un “hotel prisión”.

Reacio a dejarse vencer en lo anímico, Bosques organizó conferencias e incluso una ceremonia del Grito de Independencia el 15 de septiembre. Después de poco más de un año, los mexicanos de Bad Godesberg fueron canjeados por prisioneros alemanes.

Bosques regresó a México en abril de 1944. Miles de refugiados españoles lo esperaban en la estación de ferrocarril de la capital para recibirlo. Una crónica periodística de la época narraba: “Su júbilo zumbaba en el andén de la estación ferroviaria. Lo cargaron en hombros. Era al México generoso y libre al que ellos exaltaban en Gilberto Bosques”.

El “salvador”, como muchos lo llamaban, vivió hasta 1995, cuando tenía 103 años de edad. Quizá pocos recuerden a este genuino héroe mexicano, pero en estos días el Museo Histórico y Judío del Holocausto “Tuvie Maizel” en la calle de Acapulco 7, colonia Condesa, está ofreciendo una exposición fotográfica de su vida.

ECHEVERRÍA

Sí hubo genocidio, pero no se comprobó que Luis Echeverría hubiese participado en él. Ésta fue la decisión del juez José Guadalupe Luna, del tercer Tribunal unitario en materia penal, en el juicio de amparo de Echeverría por el proceso que se le sigue por la matanza de Tlatelolco de 1968. ¿Genocidio? El juez dice que, efectivamente, se registró “una acción concertada, preparada y coordinada encaminada a exterminar a un grupo nacional, constituido por estudiantes de diversas universidades”. Pero ayer mismo, antes de que se dieran a conocer las razones del fallo, Luis González de Alba, uno de los líderes del movimiento estudiantil, me decía que era absurdo siquiera pensar en un genocidio. Todos los líderes detenidos el 2 de octubre “estamos vivos”: no hubo una política de exterminio. ¿Homicidio? Quizá sí. ¿Abuso de autoridad? Probablemente. ¿Genocidio? Ciertamente no.

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