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Contraluz / DE LA TRIBUNA AL HOGAR

Ma. del Carmen Maqueo Garza

Difícil resulta estimar el índice de violencia intrafamiliar en nuestro país: Unas son las cifras oficiales, y otras son las que resultarían si el registro correspondiera a la absoluta realidad, libre de artefactos, ocultamientos y errores de captura. Sabemos que en la actualidad la mayor parte de los eventos relacionados con violencia dentro del hogar, se ocultan, se enmascaran, o se subestiman...

En días pasados tuve oportunidad de observar escenas de la toma de protesta de María del Rocío García Gaytán como encargada del Instituto Nacional de las Mujeres. Me llamó la atención la mueca de satisfacción y decidida aprobación por parte de los asistentes, particularmente del género femenino, lo que se prevé un buen augurio.

La violencia, como toda enfermedad, tiene diversos tipos y grados. Desde la inocente actitud de uno o ambos padres frente al hijo que esperan, al expresar su deseo de que sea hombre y no mujer, hasta los eventos de nota roja. En alguna ocasión cuestionaba yo a una madre que manifestaba el deseo de que su hijo por nacer fuera hombre. La respuesta que me dio fue simple: ?Mire, pos? si es hombre le va mejor, tiene más estudio, come mejor; a una de mujer le toca lo que sobra?. Recuerdo no uno, sino varios ejemplos que validan este dicho, el padre de familia subempleado que saca unos cuantos pesos que luego gasta en bebidas embriagantes. Llega intoxicado a su domicilio, lanza improperios, arremete contra la mujer y los hijos; ?duerme la mona? durante la mañana, y sale después del mediodía a buscar otros cuantos pesos para volver a embriagarse... y aún así en casa es autoridad, se hace escuchar, exige, y lo que termina de perpetuar el ciclo, el resto de la familia se somete. En diversas ocasiones son los menores hijos quienes aportarán lo necesario para el sustento familiar, y aún así llegan a ser violentados, ya sea por la agresión paterna, o por el terrible amordazamiento mental de la madre.

...¿Sacado de una novela negra? No, son cuadros en la vida de muchas familias con las que me ha tocado estar en contacto por razón de mi profesión. Recuerdo el caso de alguna mujer joven quien era el único sostén de la familia extendida: padre alcohólico; madre con problemas de salud; hermano adulto subempleado que utilizaba su dinero para sus gastos personales; otra hermana adulta, con marido y dos hijos... todos viviendo en un par de cuartos... Durante varios años soportó esta chica la pesada carga, hasta que un día cubrió su cuota de dolor, y después de tantos años, decidió acabar con su vida. No murió al primer intento, tal era su desesperación que tuvo que repetir la autoagresión hasta que finalmente lo logró, en lo que seguramente constituyó un arrebato único de amor propio, rompiendo con su muerte el conjuro impuesto en su frente el día de su nacimiento. Si hubiésemos hablado con cada uno de los miembros de aquella familia después de lo sucedido, cada cual hubiera presentado argumentos que justificaran por qué actuaban cargándole toda la responsabilidad a una sola persona. Y se expresarían negativamente de ella por haber terminado con su existencia, privando al resto de la familia de un ?modus vivendi? que funcionaba bien para todos, claro, menos para ella.

Partiendo de este caso extremo hacia abajo, encontraremos muy diversas situaciones en las que predomina una serie de elementos en común, y que vendrán a modificarse solamente a través del proceso educativo de las generaciones actuales y futuras. Dichos elementos se refieren a la superioridad del sexo masculino por cuestiones anatómicas; el sometimiento de la mujer al hombre; el ejercicio de una autoridad formal sin el sustento de un principio de autoridad moral, y la expectativa de que los hijos se sujeten al designio de los padres en cualquier circunstancia. Corresponden a falsas verdades que irán despejándose con el tiempo; con el propósito de construir una sociedad justa y equitativa; con el apoyo de las instituciones hacia el proceso educativo integral.

Tenemos la idea de que la elección de Rocío García fue un acierto; confiemos en que su actuación vaya reflejándose en hechos dentro de los hogares grandes y pequeños de nuestro amado país. Para que prive en cada uno de ellos un clima de armonía, de sana convivencia y de trabajo compartido, para el bien de todos y cada uno de quienes constituimos este mosaico variado y rico que se llama México.

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