Cultura TEATRO Cultura COLUMNAS editorial Exposiciones

Andréi Tarkovski

Andréi Tarkovski, el poeta ruso de la imagen en el cine

Decía que cada ser humano debía tener su propia experiencia

Decía que cada ser humano debía tener su propia experiencia. (ARCHIVO)

Decía que cada ser humano debía tener su propia experiencia. (ARCHIVO)

SAÚL RODRÍGUEZ

El 29 de noviembre de 1986, Andréi Tarkovski, el aclamado cineasta ruso, murió en París a la edad de 56 años. Un cáncer de pulmón envió a negros su mirada. Tarkovski trabajaba en Europa Occidental desde 1983, tras ser exiliado de su país.

Considerado uno de los genios más vanguardistas del séptimo arte, Tarkovski fue poeta nato de la imagen. Era consciente de que la sobrepoblación de palabras presentaba deficiencias para expresar la totalidad de un sentimiento. Habría que desbordar la poesía de la vida en otro formato.

“Como escribe Gogol, la imagen existe para expresar la propia vida y no conceptos o ideas de la vida. La imagen no explica o simboliza la vida, sino que le da cuerpo expresando su carácter único”, escribe el cineasta en su libro Esculpir el tiempo (1984).

Por medio de esta idea, el resultado artístico en La infancia de Iván (1962), su primer filme, le dio precisamente eso: la poesía por medio de la imagen y el derecho de hacer películas. Allí por vez primera sintió que el arte cinematográfico se encontraba cercano a él.

Y es que el arte no sería necesario si se viviera en un mundo perfecto. En el cine, Tarkovski era atraído por las interconexiones poéticas fuera de la realidad. Pero no hay que caer en el cómodo error de encerrar su poesía en una definición o género. Para él, experimentar la poesía era una forma de ver el mundo, de relacionarse con la realidad, de profundidad y no sentido.

“La poética del cine se opone al simbolismo y está apegada a esa sustancia declaradamente terrenal, con la que tenemos que tratar hora tras hora. Cómo el artista selecciona ese material, cómo fija ese material (desde una sola toma), es lo que demuestra con seguridad si un director tiene talento, sensibilidad cinematográfica o no”.

La mayoría de estas ideas se incluyen en Esculpir el tiempo, uno de los materiales más estudiados por los creadores audiovisuales, de donde también se extrae la siguiente frase: “La imagen tiende hacia lo infinito y conduce hacia lo absoluto”.

Y es que la imagen es un elemento que no se puede recoger ni estructurar. En un apartado donde se aborda el tema, Tarkovski cita al haikú, lo pone de ejemplo como ese medio breve que emplearon los poetas japoneses para expresar su relación con el mundo, a través de pensamiento disciplinado y capacidad imaginativa.

“En cualquier caso estoy a favor de que el cine se mantenga lo más cerca posible de aquella vida que, en caso contrario, no podremos percibir en su belleza verdadera”.

Para una humanidad condenada a buscar la verdad, Tarkovski nunca intentó imponer sus ideas como muestra de algo absoluto. Pero sí hablaba desde su posición, desde su punto de vista. El artista tiene inicio en sí mismo y más que exponer argumentos inexorables al espectador, transmite una especie de energía espiritual.

1509411.jpeg

Al inicio de Esculpir el tiempo, Tarkovski expone algunas de las cartas que le enviaban espectadores, sobre todo de su filme El Espejo. Algunas de ellas rayaban en el reclamo, pues consideraban sin sentido a la propuesta de Andréi. Otros le preguntaban si habría alguna especie de camino para entender su obra, pero los comentarios que realmente le interesaron al cineasta fueron aquellos que expresaban haber tenido alguna identificación personal con los elementos expuestos.

“Esta es la ley de la vida, su verdadero significado: No podemos imponer nuestras experiencias a otras personas o forzarlas a sentir ciertas emociones insinuadas. Sólo mediante la experiencia personal entendemos la vida”.

Tarkovski decía que cada ser humano debía tener su propia experiencia, pero una vez que la obtiene ya no podía utilizarla, porque entonces moría. Lo que para unos es evolución, para otros es autoconocimiento.

El Espejo: poesía autobiográfica

En 1975, Andréi Tarkovski publicó El Espejo, su tercera película y su peor fracaso comercial. Con tinte autobiográfico, el director emplea el alterego de Alekséi, un hombre al que se le oculta el rostro durante todo el material fílmico y continuamente evoca sus propios recuerdos, como revelación o autoconocimiento justo antes de morir. A opinión del cineasta, el hombre frente a la muerte emite aquello que nunca se había cuestionado.

Para Carlos Saenz, cinéfilo y coordinador del cineclub Cuadro X Cuadro del Museo Arocena, la obra de Tarkovski puede analizarse desde varias aristas. Primero, como lenguaje cinematográfico posee una voz totalmente propia, alejada de la manera convencional para hacer cine. Un ejemplo es la escena donde Natalia (Margarita Terekhova) aparece enmarcada, sentada en una cerca, en medio de un paisaje de campo.

“Lo que hace es que la cámara da vuelta, circula, es como parte de esa escena. Te hace sentir dentro de la escena y no necesariamente como se articula de la manera convencional”.

La poesía se presenta así en cada fotograma de este filme, mientras que en constante introspección, la voz en off de Alekséi recita algunos poemas de Arseni Tarkovski, padre del cineasta. Una de sus frases engloba todo lo referente a la perspectiva de Andréi respecto a las palabras y la imagen: ‘Las palabras no pueden transmitir todo lo que dice el hombre, son flojas’.

“Tarkovski respeta mucho a la poesía, respeta mucho a la imagen, pero sabe que las palabras son insuficientes. Entonces, lo que quiere recrear es esa atmósfera y él está más clavado, no con la linealidad, porque está consciente de que el tiempo y las palabras son lineales, él intenta atrapar eso no en una línea, sino en un círculo, como contener el tiempo y creo que también habla mucho de eso en su libro, de que quiere atesorar, capturar ese instante en el tiempo y esculpirlo”, menciona Saenz.

El ruso consideraba que el ritmo de un filme surgía como analogía al tiempo transcurrido dentro del plano. El Espejo (cuya duración aproximada es de una hora con cuarenta y siete minutos) contiene aproximadamente 200 planos, cuando una película de su extensión solía reclamar 500. El ritmo cinematográfico nace de la tensión de tiempo que transcurre en ellos y esto se puede apreciar también en los otros seis trabajos del ruso.

Tal vez Andréi Tarkovski no obtuvo el éxito comercial de otros creadores fílmicos ni la comprensión de su época, pero sí fue reconocido en Venecia y Cannes. Su creación original haría parteaguas en la historia del cine. Su legado sigue en vigencia al día de hoy. En opinión de Carlos Saenz, la influencia de Tarkovski puede apreciarse en cineastas como Alejandro González Iñárritu o Carlos Reygadas.

Leer más de Cultura

Escrito en: Andréi Tarkovski cine ruso Cinematografía

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de Cultura

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Decía que cada ser humano debía tener su propia experiencia. (ARCHIVO)

Clasificados

ID: 2048113

YouTube Facebook Twitter Instagram TikTok

elsiglo.mx