Hay lugares donde hemos sido felices. Desde luego, son muchos los sitios donde esa felicidad se concreta, tantos como personas hay extrañando esos lugares. Precisamente esta época del año suele ser propicia para regresar a esos espacios de felicidad muy personal que, casi siempre, solo existen en el recuerdo.
Las vivencias añejadas en experiencias que han marcado nuestra memoria de tal modo que se convirtieron en indeleble recuerdo, además de obtener la categoría del "lugar donde he sido feliz", nos llaman de cuando en cuando, nos piden volver. Contrario al consejo de Joaquín Sabina de que al lugar donde se ha sido feliz no se debiera regresar, la gran mayoría buscamos con placer volver a esos lugares donde de modo especial la vida nos regaló lo más preciado de sus sabores.
Decir que hay lugares donde hemos sido felices es decir también que nos encontramos alguna vez con personas con quienes un espacio y un momento fueron transformados para siempre en nuestro interior. Estoy seguro de que una gran mayoría podemos recordar con facilidad cuál es ese lugar o lugares que describiríamos como aquellos en donde fuimos felices, pero también, y esto me parece lo más relevante, las personas con quienes fuimos felices y que, por extensión, decimos eso de los lugares donde se dio esa experiencia. De tal manera que no es tanto el lugar el que conformó nuestro recuerdo de felicidad, sino las vivencias compartidas con ciertas personas en esos sitios en una época determinada.
La literatura está llena de historias con personajes cuya inquietud e insatisfacción existencial solo encuentra su reposo allí donde el espíritu encuentra que es feliz. Y casi siempre se trata de un lugar con personas específicas con quienes la interacción en momentos clave de sus vidas se convirtió en lo más especial y digno del recuerdo. Esos lugares con esas personas en esos momentos suelen ser resumido con una palabra: casa.
La palabra casa cobra así una relevancia experiencial insustituible. Y no se trata del uso directo de la palabra casa como sinónimo de una construcción que se habita generalmente por una o más familias, sino más bien en el sentido de hogar y fuente de calor vital. La casa entendida así es el lugar donde la vida con toda su calidez colma de sentido y alegría a las personas. La casa es precisamente el lugar donde hemos sido felices.
De allí la expresión comúnmente utilizada de "me siento como en casa", con lo cual no queremos decir que nos sentimos como en la construcción o el sitio físico habitado, sino en el lugar donde nos encontramos plenamente acogidos por la vida y lo único que puede describir con cierta precisión esa emoción es afirma que, así y allí, somos felices. Lo que denominamos nuestra casa no es otra cosa que el lugar donde hemos sido o somos felices.
Como decía arriba, al profundizar un poco más en el recuerdo nos encontramos con que lo más valioso de la expresión "me siento como en casa" es que la memoria inmediatamente nos hace presentes a las personas que dieron sentido y plenitud al lugar. De modo tal que sentirse en casa es también recrear en tiempo presente la experiencia compartida con aquellas personas que probablemente ya no estén físicamente a nuestro lado o que, estándolo, hacen que a su lado pasemos por vivencias que describimos con la palabra felicidad.
Decía antes, también, que en esta época del año la nostalgia nos hace viajar a los lugares donde hemos sido felices o, en otras palabras, recordar a aquellas personas que nos marcaron para siempre porque al convivir con ellas nos ayudaron a disfrutar y agradecer de la vida al punto de afirmar que aquello no fue otra cosa más que nuestra felicidad. Pero también esta época del último mes del año suele ser el marco para volver a encontrarnos con quienes más queremos y en cuya presencia nos sentimos cargados de vida y plenos de sentido y dicha. Es una semana del año en que con gusto y agradecimiento nos mueve con mucha fuerza las ganas de volver a casa.