Lleno el Zócalo a tope con más de 200 mil seguidores, AMLO tuvo su noche de triunfo que coronó décadas de intenso trabajo entregado a la causa más grande de su vida: fincar para todas las generaciones un régimen de izquierda esta vez permanente y durable.
Su discurso fue el alarde de tres años de gobierno dedicados a construir un nuevo país de acuerdo al Foro de Sao Paulo, la organización fundada en 1990 por Lula da Silva para enderezar los rumbos de América Latina y liberarla de la servidumbre del capitalismo norteamericano. La IV Transformación abre a los pobres de México una nueva vida más allá de fáciles esperanzas de justicia.
Desde una plataforma bien separada de las multitudes que llenaron el inmenso espacio, el presidente, acompañado de funcionarios y militares, y de Dilma Rousseff, expresidente de Brasil, la invitada de honor, repitió su sagrada misión de enfrentar a los neoliberales y conservadores, enemigos del progreso que solo piensan en su comodidad.
López Obrador de decidida vocación de izquierda, repudia el México del pasado inmediato y descarta que el problema de los ensayos socialistas sea su confirmada incapacidad de organizar una economía eficiente y competitiva. La URSS, hundida en artrítica burocracia, fue el ejemplo excelso de un completo fracaso.
Por jugar con el fuego socialista, pierde capacidad de producción por lo que nos encontramos en bancarrota y con una creciente población en pobreza forzada a emigrar y que las estadísticas denuncian.
Pero el zapato aprieta en lo económico. Proclamando ser de izquierda en realidad AMLO lo es solo en lo superficial. En vías de hecho, las medidas en materia fiscal y financiera son las propias del mismo neoliberalismo clásico que denuncia: proteger el valor adquisitivo de la moneda, exagerado respecto a la norma de no endeudar al país y reducción de todo gasto presupuestal.
Ciertamente las circunstancias externas han sido adversas empezando por la pandemia. Este año la inflación se disparó a más del 7%, el 66% de la clase media retrocedió de nivel, y compasivas, aumentaron las remesas de compatriotas en el exterior al igual que la deuda extranjera.
Lo que es inevitable es que el desarrollo económico condiciona el grado de independencia de cualquier país. Los programas sociales "que se aplican de abajo hacia arriba no al revés, como antes", AMLO dixit, pueden apoyar a individuos y familias pero no a las PYMES que dan empleo y transforman nuestros recursos para producir lo que importamos.
La limitada política económica de AMLO no ha creado ni protegido una industria fuerte y nacionalista; no ha ido más allá del atender el acuerdo T-MEC norteamericano que heredó de sus despreciados antecesores neoliberales. Esquivando la precaución del T-MEC contra acuerdos con países de "economía no de mercado", el gobierno de AMLO cultiva lazos económicos con China y le compra equipos para sus proyectos insignia. Propicia contratos con empresas estrechamente vinculadas al gobierno de Beijing. La política de diversificación es correcta pero el desperdicio de las PYMES nos condena al retraso económico y nos deja dependiendo de importaciones que eliminaríamos con los productos nacionales que bien podrían producirse aquí.
En lo social, AMLO dio carpetazo a los fideicomisos a lo que se suman, entre otros, los desastres del sector salud, el cierre de las guarderías infantiles y la carencia de medicinas oportunas especialmente las destinadas a los niños con cáncer.
Lo que no mencionó el presidente en el Zócalo fue el desastre de un México que se ha desplomado en el profundo e infernal hoyo de choques entre mafias que imparables reinan en alcaldías y hasta en gubernaturas. De nada sirve la militarización total del país si, inspirado por una honda convicción evangélica, AMLO insiste en no armar a la fuerza pública para frenar los actos criminales de las mafias empujando al país a una dantesca realidad de muerte de miles de víctimas inocentes.
Un panorama desordenado y peligroso obstruye el vital negocio de turismo restringido por los países que más aportan visitantes.
No importa que las estadísticas lo desmientan o que el pueblo no marche adelante. Lo trascendente para AMLO es que nada detenga su transformación.
El discurso del día primero de diciembre de clásico corte socialista fraguado en los términos clásicos de un líder de izquierda es su respuesta. "En tres años ha cambiado como nunca la mentalidad del pueblo que eso es lo más importante de todo".