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El centro político como utopía

DIEGO PETERSEN FARAH

Definirse políticamente como de centro pasó de moda. En su arenga del miércoles el presidente no solo denostó al quienes "recomiendan correrse el centro" sino que recomendó anclarse en la izquierda, no claudicar. Podríamos seguir discutiendo si el populismo lopezobradorista puede definirse o no como de izquierda, pues tiene elementos sumamente conservadores, pero el tema a discutir es qué ha pasado con eso que llamamos "el centro" y por qué hoy vuelve a tener sentido.

El centro político está siempre en relación con los extremos, por lo tanto, se mueve. Tras el fin de la guerra fría, en la última década del siglo XX y primeros años del XXI, "correrse el centro" fue la forma de salir de la trampa que había impuesto la polarización de la postguerra. Sin embargo, la moderación perdió atractivo político en la medida en que el sistema democrático fue incapaz de dar respuestas y cumplir sus promesas básicas: igualdad de derechos, igualdad de oportunidades, igualdad ante la ley y acceso a la justicia.

La polarización, hermana menor de la teoría del complot, funciona porque a los ciudadanos nos evita pensar, pero sobre todo porque nos hace sentir que no somos responsables de lo sucedido: todos los males se explican con una sola variable, no hay matices, el mundo se expresa en blanco y negro y siempre hay otro que es culpable de nuestros males individuales, sociales y nacionales. El centro es todo lo contrario. Ser de centro -sea centroizquierda o centroderecha- implica escuchar, y estar dispuesto a entender que el otro no solo existe, sino que puede tener razón. Los extremos tienen certezas, se anclan en ellas, para usar palabras del presidente, mientras que en el centro lo que prevalece es la duda. Mientras en los extremos se ofrecen soluciones mágicas y expeditas, el centro exige enfrentarse a la compleja realidad que implica la construcción de acuerdos.

Venimos huyendo de un sistema político y económico donde lo que prevaleció fue la exclusión. La radicalidad sirve y es necesaria para visibilizar los problemas. El gran triunfo del obradorismo como movimiento ha sido poner sobre la mesa y en el debate público la injusticia y la insultante desigualdad de este país. Sin embargo, el llamado del presidente a la polarización no va a heredar un mejor país. Puede, en el mejor de los casos, asegurar la continuidad del grupo en el poder, generar las condiciones para una elección favorable para Morena, pero no el diálogo urgente y necesario.

La principal razón para huir de la radicalidad es que en los extremos siempre sobra el otro; en el centro cabemos todos. No es, pues, desde los extremos como vamos a construir un mejor país. La salida de México pasa por volver a fortalecer el centro político y la moderación, aunque hoy no esté de moda y parezca una utopía.

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