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CONTRALUZ

SER CONGRUENTES

MARÍA DEL CARMEN MAQUEO GARZA

Si tuviera que definir en una sola palabra al México actual, yo diría: "surrealista". Alguien del otro lado del mundo, que nos visitara por vez primera, llenaría sus sentidos con imágenes, colores, sonidos, sabores y expresiones de un mundo único. Si ese visitante hipotético hubiera leído alguna vez a Juan Rulfo, a Amparo Dávila o a Liliana Blum, podría, tal vez, anticiparse a lo que va a encontrar. De otra forma se verá perdido.

En México jugamos con la muerte, nos burlamos de ella, pues muy en el fondo queremos creer que no existe, o que al menos no existe para nosotros. Para diciembre ésta se enseñorea, en particular en las casas habitación improvisadas como talleres de pirotecnia, que al menor de los chispazos se convierten en incendios de muerte. También por la cantidad de accidentes de tráfico que ocurren bajo los efectos del alcohol. Nuevamente entra ese mecanismo de negación de quien conduce, después de haber tomado como cosaco, alegando que está en condiciones de manejar. Y los acompañantes, con tal de que no se arme un jaleo, le permiten hacerlo. Así han perdido la vida familias enteras.

Habrá que sugerir a las aerolíneas internacionales incluir algún cuento de nuestros grandes escritores, para que los pasajeros vayan entrando en ambiente de lo que es nuestro amado México, que en palabras de Perre Gimferrer, en un poema dedicado a Octavio Paz y su amada María José, dice respecto a nuestro país: "…Es un espejo de flamas/el ojo que ahora me ve. Con sonido de poleas, /los ejes de la noche. /Desarbolada, naufraga la oscuridad/y, a tientas, el sol conoce a la noche."

Luego de sacado esto de mi pecho, paso al asunto que nos ocupa: La marcha con motivo de la eliminación de la violencia contra las mujeres en la ciudad de México. Avanzaron vestidas de negro, desde la cabeza hasta los pies; pocas con pancartas, muchas con palos y martillos. Fueron abriéndose paso a la brava, amenazando a las integrantes femeninas de los cuerpos de seguridad, quienes contaban solamente con los escudos protectores para su defensa, mientras hacían la valla. Los edificios a lo largo de la ruta fueron protegidos de daño de muy distintos modos. Lamentable, una de las arterias principales de la ciudad capital ve interrumpidas sus actividades por grupos de mujeres en actitud permanente de atacar a su paso.

¿Defender el derecho a no ser violentada, violentando…? Además, valiéndose de argucias legales para, a la primera mujer policía que haga algo más que defender su propia vida, acusarla de violentar los derechos de la atacante. Me hizo recordar -sin afán alguno de sobajar a nadie- un caso que se dio en Manhattan: Un hombre fue enjuiciado y sentenciado por haber matado una rata a palos. O sea, el derecho a la vida de la rata quedó por encima del derecho a la integridad del ciudadano. Así parece que estamos por acá: El que violenta tiene el apoyo para salvaguardar sus derechos humanos, en tanto la víctima tiene que actuar para demostrar que el otro le atacó y él nada más se defendió. Y contrario a las legislaciones internacionales, priva en cualquier caso la presunción de culpabilidad contra la presunción de inocencia. Es difícil manifestarse frente a estas trampas legales, porque se ejerce el peso de la autoridad encima de quien lo haga.

Vivimos en un mundo de distracciones y de juicios temerarios: A partir de una escena sacamos nuestras conclusiones y actuamos en consecuencia. Difícilmente se lleva a cabo un juicio racional de la conducta de otros, y pareciera que siempre prevalece el poder del más fuerte. Los cuerpos policíacos se han convertido en parte del panorama urbano, obligados a meter el orden sin meter las manos. De tal condición los manifestantes toman ventaja a la hora de actuar.

Entiendo los reclamos feministas. Entiendo que hemos vivido en una estructura social donde lo "normal" son los micromachismos cotidianos: Por tradición el hombre hace menos a la mujer, sea su esposa, su novia, su hija o su vecina. Veladamente, ante cualquier expresión, se filtra un: "Claro, es mujer, ¿qué otra cosa podría esperarse de ella?". Estoy convencida de la necesidad de un cambio, y apoyo a mi hija adulta joven en sus procesos de reclamo. Pero, volviendo a las marchantes, no es congruente manifestarnos en contra de una conducta actuando de la justa manera que criticamos. No llegamos a ningún lado "normalizando" la violencia, no como un país civilizado, sino actuando como hordas de bárbaros, como ocurrió hace dos siglos en la región norte del país. Hipotéticamente, a mayores herramientas de pensamiento, nuestros actos deberían elevar su nivel de calidad. De repente pareciera que caminamos en sentido inverso.

Ser congruentes: Razonar antes de actuar, si queremos un cambio…

https://contraluzcoah.blogspot.com/

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