Columnas Social

PEQUEÑAS ESPECIES

TRES MONEDAS QUE NADIE DESEA

M.V.Z. FRANCISCO NÚÑEZ GONZÁLEZ

En estas fechas recuerdo gratamente el juramento que hice a mi profesión. Nunca pretendí hacerme rico, ha sido extenuante pero muy reconfortante mi trabajo, que después de cuarenta y tres años, puedo decir que he vivido como Dios manda con mi familia, y sobre todo con la conciencia tranquila.

Me encontraba en rectoría de la universidad en la ciudad de Durango, estaba realizando los trámites para presentar el examen profesional, me daban fecha para el veinticinco de Noviembre de 1978, tenía cuatro meses de haber egresado de la facultad, esperaba nervioso el nombre de los sinodales, la terna la designaban en un orden establecido, eran catedráticos de la facultad, y de acuerdo a su especialidad yo suponía serían las preguntas del examen profesional. Me otorgaron la terna de médicos que impartían las materias de clínica de bovinos, aves y porcinos, celebré que no había maestros que impartían las asignaturas de fisicoquímica o bioquímica, sentí tal gusto que invité a todos los que estaban ahí presentes al convivió, es una tradición de los veterinarios, quién sustentaba su examen profesional preparaba un ágape para maestros, amigos y familiares. Me dieron instrucciones para el protocolo del examen profesional, un día antes, debía de recoger en rectoría el libro de actas, la carpeta de la universidad, un especie de mantel verde que se coloca en la mesa del jurado, dos ánforas de plata que parecían teteras de porcelana de veinte centímetros, una de ellas tenia sobre su tapa una enorme letra A, (aprobado) y la otra ánfora la letra R, (reprobado), también me entregaron seis especies de monedas, también de plata, tres con la letra A muy resaltada, y tres con la letra R. Cada sinodal recibía dos monedas, una con la letra A y otra con la R, al finalizar el examen las depositaban en la ánfora que correspondía, si el sustentante resultaba con tres monedas con la letra A, estaba aprobado por unanimidad, con dos aprobaba por mayoría, y desafortunadamente dos monedas con la letra R, significaba reprobado. Recuerdo que era sábado, por todos los preparativos parecía el día de mi boda, habían llegado familiares y amigos desde el día anterior a la ciudad de Durango y se encontraban instalados en el hotel. Al estar anudando la corbata temprano en la mañana, preparándome para ir al examen, repasaba mentalmente las enfermedades, tratamientos y calendario de vacunas del ganado porcino, las formulas nutricionales de las diferentes etapas de crecimiento, el numero de metros cuadrados que necesitan los bovinos en los corrales de engorda, y las enfermedades de los becerros. Las aves no me preocupaban, había hecho mi tesis en esta especie y el titular de la cátedra de aves había sido mi asesor, era el sinodal que más seguro me sentía. No dejaba de preocuparme las preguntas encaminadas a la bioquímica de la fermentación del alimento en el rúmen, o el despeje de formulas de los carbohidratos, es tan extensa nuestra profesión por las diferentes especies y enfermedades, que empecé a sentirme nervioso, ¿y si repruebo el examen?, me preguntaba, cómo se los diría a mis padres. Afortunadamente en ese momento llegaron ellos con mis hermanos a la casa donde vivía en la ciudad de Durango, y una vez más se apoderó de mí el optimismo, pues siempre tuve el apoyo de ellos en cualquier aspecto que me acontecía. Empezaron con la elaboración del banquete, utilizando enormes cazuelas de barro para la preparación del exquisito mole poblano, los colosales pollos preparados ex profeso, acompañado del suculento arroz y guisantes cocinados en manteca de puerco al carbón como lo hacía deliciosamente mi madre, mis compañeros amablemente se encontraban haciendo la limpieza de la casa y otros se esmeraban para enfriar la cerveza con abundante hielo. Mientras me despedía para irme al examen, mis padres me daban la bendición y mis compañeros que ya habían pasado por lo mismo me animaban dando todo tipo de consejos. Afortunadamente era sábado y no había clases en la facultad, recuerdo que solicité el examen sin público, así no tendría distracción alguna para poder concentrarme en las respuestas. El examen consistía en dos etapas (teórico y práctico) con una duración de cuatro horas. Jamás había vestido tan elegante con un traje de lana dentro de una granja de cerdos, ahí fue mi primer evaluación. Empecé con el pie derecho, tal y como lo había previsto, el médico especialista en esa área me preguntó sobre enfermedades y programas de vacunas, así como el manejo del recién nacido, contestaba seriamente a sus preguntas, sentí que hasta las enormes cerdas que se encontraban amamantando a sus puerquitos no emitían ruido alguno estando atentas a mis respuestas. En seguida me condujeron a los corrales del ganado bovino de engorda, el doctor solicitó mi opinión sobre las instalaciones y otra serie de preguntas que afortunadamente conocía la respuesta, todo parecía sonreírme, hasta los novillos se notaban alegres por mis respuestas. El tercer sinodal especialista en aves, donde supuestamente me sentía "más fuerte", sabía él perfectamente que había hecho mi tesis en aves, así que me preparó una jugada que no esperaba y me condujo a las instalaciones del ganado lechero, recuerdo que le dije, doctor las aves están en otra dirección, y con cierta sonrisa sarcástica me dijo, eso ya lo sé, y me hizo todas las preguntas encaminadas hacia las enfermedades y tratamientos relacionados con el ganado lechero, de aves ni una sola pregunta, por suerte durante las vacaciones, de estudiante iba de aprendiz con un veterinario a sus visitas a establos lecheros y me permitía "meter mano" a sus pacientes, inseminando y administrando tratamientos, eso me ayudó a responder a sus cuestionamientos, por primera vez no vi a las vacas sonreír.

Estando dentro del aula en la segunda etapa, en el examen teórico, estaba resultando más ameno de lo que esperaba, me preguntaron sobre los casos clínicos que atendía en mi trabajo, sobre las enfermedades y tratamientos que otorgaba a mis pacientes, recuerdo que les mencioné una enfermedad muy común en las vacas de esa región, Actynobacilosis. Todo iba de maravilla en el examen oral, y casi por terminarlo se me ocurrió hacer una pregunta. ¿Cómo influía en las vacas gestantes el tratamiento de yoduro de sodio como causa de aborto en la Actynobacilosis?. Uno de ellos respondió, muy buena pregunta. ¡Contéstala tú mismo!. "Hasta que lo pescamos en una", dijeron sonriendo. Me dieron un buen jalón de orejas, pero gracias a ello, siempre seguí su consejo, el estudio y la preparación jamás acaba, realmente me encontraba "en pañales" para desempeñar la profesión, y todavía tenía mucho camino por recorrer. Después pasamos a la biblioteca de la facultad donde me solicitaron salir para deliberar. Pasaron algunos minutos, se abrió la puerta y me preguntó al oído el sinodal que había sido mi asesor de tesis. Faltan las monedas con la letra R, ¡Te las dieron en rectoría?. Le respondí afirmativamente, coloqué todo sobre la mesa, ¿Quiere que las vaya a buscar?. No déjalo, dijo cerrando la puerta. Pasaron largos minutos, después me invitaron a pasar, fue entonces, donde me dieron la grata noticia que me otorgaban la aprobación por unanimidad, recibí felicitaciones por mi examen profesional, me exhortaron a que jamás abandonara los libros, y que debía ser siempre honesto y humilde en nuestra profesión. Extendí mi brazo y mencioné por fin, ¡El hermoso Juramento Veterinario!. Firmé las actas y el enorme libro de rectoría, y por último el abrazo de los sinodales diciéndome; "Bienvenido al gremio, colega", esas palabras dichas por mis maestros, fue algo grandioso, que nunca olvidaré.

Al momento que salí de la biblioteca de la facultad, brincaba de gusto y alcancé escuchar un leve tintineo que venía del fondo de la bolsa de mi saco. Eran las tres monedas de plata con la letra R, que extrañamente permanecieron ahí, todo el tiempo.

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