En la crisis multidimensional que vive el mundo están ocurriendo simultáneamente y en forma acelerada diversos procesos. Son tiempos particularmente difíciles de comprender y explicar, ya que los escenarios, colmados de retos e incertidumbre se suceden rápidamente estando interconectados. La economía mundial atraviesa por un periodo de alta inflación; hay un alza generalizada en los precios de los alimentos y los energéticos. A mayor inflación hay un menor crecimiento en muchísimos países, incluido México. Los precios de la electricidad han alcanzado niveles récord en las últimas semanas y estamos a las puertas del invierno en el hemisferio norte. Escasea y es cada día más costosa la energía. No hay garantías plenas del suministro en Asia y Europa, particularmente respecto del gas. Los gasoductos se han tornado proyectos o motivos de disputa. Existen dificultades en el abastecimiento de numerosas materias primas, cuyos precios se han duplicado; hay insuficiencia en insumos claves como los chips y semiconductores indispensables para la industria automotriz; los canales y servicios de distribución y de logística, determinantes para el flujo de los intercambios comerciales enfrentan múltiples obstáculos, habiendo retrasos en las cadenas globales de valor, tanto de la producción como de la distribución. Además, es urgente descarbonizarlas. Las cadenas de suministro están bloqueadas y hay cuellos de botella en el comercio mundial lo que genera desabasto. La emergencia climática se agrava y extiende, al tiempo que la crisis sanitaria por la pandemia se prolonga. La recuperación económica y la transición energética están entredicho.
Hay frentes contenciosos y guerras comerciales. La hambruna se ha ensañado con más de 45 millones de personas. La expansión agrícola está provocando, según la FAO, el 90% de la deforestación. La demanda de minerales estratégicos, como por ejemplo el zinc (que sirve para galvanizar el acero) y el grafito (cuya versatilidad va de la punta de los lápices hasta los reactores nucleares) sobrepasa la oferta. Hay una carrera desenfrenada para lograr la supremacía en inteligencia artificial y conseguir los sistemas de almacenamiento de energía a gran escala. Está en curso una carrera armamentista, convencional y otra por nuevas armas autónomas en distintas regiones y cunden varias y graves contiendas y amenazas en el ciberespacio. La cooperación internacional para el desarrollo atraviesa por una encrucijada, con paradigmas en retirada o en quiebra, y el hiato y las diferencias entre los países ricos y pobres son cada vez más marcadas y agudas. La falta de respeto por el derecho internacional campea, de la mano de la desconfianza y la inmoralidad en las relaciones internacionales, poniendo en cuestión un multilateralismo eficaz.
Hay un desarreglo sistémico en la administración de conflictos, favoreciendo formas arbitrarias y autoritarias de competir y dominar, registrándose un retroceso en la solidaridad y subsidiaridad internacionales. Asimismo, los profundos cambios geopolíticos están dislocando muchos de los fundamentos de alianzas, asociaciones estratégicas, socavando muchos de los entendimientos políticos entre bloques y grupos de naciones. Los antiguos arreglos institucionalizados de la arquitectura internacional dejaron de funcionar de manera adecuada. Los desplazamientos profundos de las placas tectónicas de la geoeconomía sacuden el sistema del mundo. A consecuencia de la pandemia global hay nuevas exigencias y preferencias cambiantes entre la oferta y la demanda en los mercados laborales. Se necesita que los gobiernos nacionales compartan datos, información de inteligencia y vacunas para trabajar en favor de la cooperación y procurar un mundo más seguro, interconectado y predecible. Decenas de millones de personas se asoman al abismo, se desplazan y huyen de él. El Programa Mundial de Alimentos, acaba de señalar que en Afganistán y Siria, en Honduras y Haití, en Etiopía y Somalia hay 60 millones de personas que no saben de dónde o cómo obtendrán su próxima comida. Crecen los males globales y la migración internacional está cada vez más lejos de ser segura, ordenada y regular.
Mientras se hacen cada vez más necesarios y urgentes los saltos cualitativos en las múltiples tecnologías exponenciales y en la producción masiva y a bajo costo de las energías limpias, algunos países avanzan y demuestran liderazgo y otros retroceden volviéndose irrelevantes. Unos tienen una visión clara hacia el futuro, otros miran con nostalgia al pasado, hacia un mundo dependiente de los combustibles fósiles lo cual ya no es sustentable. México cuenta con condiciones extremadamente favorables para la generación de energías renovables, tiene niveles muy altos de irradiación y de viento, cuenta con una red de tratados comerciales que le permitirían acrecentar sus posibilidades de conseguir una mejor inserción regional y global en los mercados de energía, ante los desarreglos respecto del gas y el aumento de los precios del petróleo. Sin embargo, el gobierno mexicano ha decidido mirar atrás y ver por el espejo retrovisor al impulsar una iniciativa de reforma eléctrica carente de fundamentos técnicos, ayuno de bases sólidas de una economía sustentable, si se dejan de lado las justificaciones y motivaciones ideológicas. Cabe observar con preocupación que al igual que otros países en desarrollo, México no logrará cumplir con los Objetivos de Desarrollo Sostenible establecidos en la Agenda 2030. Por lo que el anuncio del presidente López Obrador en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas de un "Plan mundial de fraternidad y bienestar" resulta un despropósito. Como lo fue también la falta de compromiso en la COP26 en Glasgow, respecto de nuestros compromisos para reducir emisiones; o la falta de sentido de dirección en la cumbre de líderes de América del Norte.
@JAlvarezFuentes
