Las infamias perpetradas por Isabel Miranda de Wallace con el apoyo del presidente Felipe Calderón Hinojosa ponen de relieve que la sociedad civil tiene una parte sana y otra podrida.
Ricardo Raphael acaba de publicar Fabricaciones. La investigación de dos décadas se nota en la calidad de la información y en el rigor de la prosa con las que reconstruye la manera en que la señora Wallace se inventó el secuestro, ejecución y desmembramiento de su hijo para encumbrarse y lograr que el Estado persiguiera a un grupo de inocentes que terminó en la cárcel. Es un claro ejemplo de la existencia de farsantes y embaucadores en la sociedad civil.
Wallace prosperó porque Calderón la encumbró. El presidente buscaba reforzar en 2010 la legitimidad de su guerra contra el narcotráfico y, tras enfocar su estrategia en el descabezamiento de los Zeta, cometió el error de aupar a Wallace; quien alcanzó tanto poder que, según Raphael, impuso a Raúl Plascencia en la presidencia de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Plascencia correspondió otorgando a la activista el Premio Nacional de Derechos Humanos de 2010. Además de los elogios del presidente, Wallace contó con policías, fiscales y jueces para hacer realidad sus delirios.
Con el tiempo se modificó la actitud del Estado. Raphael reconoce el trabajo de Netzaí Sandoval y del Instituto Federal de Defensoría Pública por defender a los inocentes encarcelados por Wallace. La aparición de su libro seguramente influyó en la Primera Sala de la Suprema Corte que desempolvó una petición de amparo para liberar, hace días, a Juana Hilda González Lomelí con los votos de Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena, Margarita Ríos-Fajart, Juan Luis González Alcántara y Loretta Ortiz. Ellos también decidieron pedir que se castigue a los responsables. La lista es larga.
Raphael es una persona incapaz del autoelogio. Corrijo su modestia. Él fue el defensor más tenaz y valiente de las víctimas de Wallace y resistió lodo, hostigamientos y amenazas. Él ejemplifica a la parte sana de la sociedad civil mexicana, la que se ha ocupado de los olvidados y ha suplido a los organismos públicos de derechos humanos que vagan, comatosos, por la bruma de la irrelevancia.
Uno de los grandes problemas nacionales es el surgimiento de legiones de farsantes que simulan defender derechos ciudadanos cuando en realidad están al servicio de los poderosos. La CNDH es una entidad bisagra esencial porque aun cuando sea parte del Estado representa a las víctimas. Calderón entregó la CNDH a quien Wallace le sugirió; López Obrador no esperó consejos: instruyó al Senado para que nombrara a Rosario Piedra Ibarra. La tosquedad de la frase podría verse como el exabrupto causado por vivencias mal digeridas. No es así.
Durante el sexenio de López Obrador se suprimieron organismos públicos que tutelaban diferentes derechos, entre ellos atender a las colectivas de buscadoras. La actual presidenta ha ido corrigiendo esa omisión y hace poco; la titular de Gobernación, Rosa Icela Rodríguez, las convocó para testificar la petición unánime de remover a las titulares de varios organismos. Una de las mencionadas era Piedra Ibarra, quien llegó a la CNDH avalada por décadas de activismo en búsqueda de un hermano guerrillero desaparecido en 1974 durante la Guerra Sucia. La presidenta y su partido deberían atender la petición y el Senado ordenar una auditoría independiente de una CNDH ausente e incompetente.
La sociedad civil seguirá llenando el vacío dejado por organismos públicos desaparecidos o irrelevantes. La prensa independiente y crítica está maltratada, pero se mantiene en pie, al igual que las buscadoras y las organizaciones de la sociedad civil y de los organismos multilaterales. Labor necesaria pero insuficiente porque la CNDH tiene atribuciones legales insustituibles.
Wallace falleció días antes de la aparición de Fabricación, pero su historia deja una gran lección: existe un riesgo en que los gobernantes nombren a personas sin preparación o compromiso para dirigir organismos públicos de derechos humanos. Es lamentable e incomprensible que la 4T terminara repitiendo los errores cometidos por Calderón. El espíritu de la Wallace, entiendan, reencarnó en Piedra Ibarra; quien ocupa un cargo que la rebasa.
Ricardo Raphael ya tiene material -y candidata- para su próximo libro.