Millones de inmigrantes en Estados Unidos están viviendo con miedo. A veces con pavor. Y no es nada fácil. Desde que el presidente Donald Trump llegó a la Casa Blanca y empezó a perseguir a inmigrantes indocumentados de forma masiva, salir a la calle, ir al cine, al trabajo, a la escuela o incluso presentarse en una corte, se ha convertido en una terrible apuesta en la que no sabes si podrás regresar a dormir a tu casa y volver a ver a tu familia.
Hay un dicho en México que refleja lo que está ocurriendo en Estados Unidos: "El miedo no anda en burro". Y en Phoenix y muchas otras ciudades de Estados Unidos, el miedo se ha extendido rápidamente y se dispara cada vez que aparece una camioneta de ICE, el sistema migratorio estadounidense.
En Arizona, conocí a una estudiante universitaria de Nicaragua que vino huyendo de la dictadura en su país. Ella me recordó que Daniel Ortega regresó a la presidencia en Nicaragua en 2007, tras una votación legítima, y luego se atornilló al poder. Ortega sigue ahí. Su gran temor es que eso mismo ocurra en Estados Unidos.
"No se puede vivir tranquilo", me dijo un jardinero, "y son los mismos agentes hispanos los que nos detienen". Antes, él trabajaba en cuadrillas de seis y hasta ocho personas. Ahora él trabaja con solo un ayudante. Sus excompañeros se han buscado trabajos menos visibles. Me contaba que hasta para comprar un refresco o algo para comer tienen cuidado. Una vez se encontró a unos agentes migratorios en una tienda, y pasó el susto de su vida.
"En muchas de nuestras comunidades, el miedo ya no es una sensación pasajera", me dijo María Barquín, directora de programación de Radio Campesina. "Padres y madres viven con la angustia diaria de ser detenidos en cualquier momento, sin poder despedirse de sus hijos, sin saber quién los cuidará si ellos no regresan. Hijos que acuden a la escuela con el corazón apretado, temiendo que al volver a casa ya no encuentren a sus padres… Empresarios que pierden trabajadores valiosos, iglesias que oran por familias separadas, maestros que acompañan a estudiantes que lloran en silencio. La incertidumbre que se vive bajo esta administración, donde cada día puede traer una nueva amenaza, ha paralizado a muchos".
Esa parálisis ha permeado todo. Pocos se atreven a enfrentarse directamente a Trump o a representantes de su gobierno, aunque no estén de acuerdo con él. "Todos tenemos miedo", reconoció hace poco la senadora republicana Lisa Murkowski. "Las represalias son reales". Si esto lo dice una poderosa senadora del mismo partido del presidente, imagínense lo que sienten aquellos que viven fuera del capitolio y sin documentos.
Ese miedo, en la práctica, significa que los inmigrantes no tienen quién los defienda y hable por ellos. Políticos de los dos partidos, que durante décadas apoyaron la idea de legalizar a millones de indocumentados, ahora se quedan callados. Una parte de la comunidad venezolana en Estados Unidos - que tan entusiastamente apoyó la candidatura de Trump creyendo que acabaría con la dictadura de Nicolás Maduro - se ha quedado sola. Y no solo eso. La traición se ha completado con la decisión del gobierno trumpista de quitarle la protección migratoria a cerca de 350 mil venezolanos. Así les dieron las gracias por su apoyo y ahora podrían ser deportados a una brutal dictadura.
El miedo también se nota en el lenguaje. La palabra "ilegal" estuvo casi prohibida del lenguaje de los políticos para referirse a los indocumentados. El argumento moral es que ningún ser humano es ilegal. Pero el presidente Trump y sus principales colaboradores utilizan la palabra "ilegal" constantemente. Es una manera de estigmatizar a una población que, en su gran mayoría, no es criminal y que no tiene nada que ver con los mafiosos del Tren de Aragua y los narco-cárteles mexicanos.
¿A cuántos deportará Trump? Este año sería cerca de medio millón, según cálculos del Migration Policy Institute, de un total de 13.7 millones de indocumentados que viven en el país.
Esta política de miedo, la intención de Trump de realizar las mayores deportaciones de la historia y la presencia de miles de militares ha tenido un efecto inmediato en la frontera. Los agentes migratorios solo encontraron a siete mil indocumentados en la frontera con México en marzo pasado; esta es la cifra más baja desde el año 2000.
Estados Unidos, rompiendo la promesa que aparece en la estatua de la libertad en Nueva York, ha dejado de ser el refugio de los perseguidos, de los pobres, de los cansados y de los que buscan libertad. Ahora, para muchos, es la república del miedo.
Al final, quizás es mi alma de inmigrante, pero confío plenamente en que Estados Unidos superará esta oscura etapa de miedo y volverá a ser un ejemplo para el mundo. María Barquín también lo cree. Pero no será fácil, ni gratis.
"Como decía Cesar Chávez: 'Perdemos cuando dejamos de luchar'", me dijo Barquín. "Nuestra tarea diaria es no dejar que el miedo apague la esperanza…Mientras sigamos luchando, nunca perderemos".