ALAS PARA VOLAR Y DEJARLOS PARTIR
Vivimos toda nuestra vida adulta haciendo planes para sacar el mayor provecho de nuestro paso por este mundo. Creo fielmente en la premisa de que cada persona vino a este mundo a vivirlo al máximo en el ámbito personal, emocional y profesional, desarrollándose exactamente como le parezca más cercano a sus deseos y convicciones, sin que nada ni nadie lo limite ni le diga qué hacer, pues cada individuo es libre de tomar sus propias decisiones.
Bajo esa convicción, he pasado los últimos años de mi vida tratando de educar a mis dos hijas para que se conviertan en mujeres independientes, educadas, preparadas y capaces de ser y de crear cualquier cosa que ellas decidan que es lo mejor para sí mismas según sus planes de vida. Les he enseñado que pueden llegar tan lejos como lo deseen; pudieron estudiar la carrera que eligieron (y eligieron dos carreras por demás retadoras: arquitectura e ingeniería biomédica), ya que, está por demás decirlo, no hay carreras específicas para hombres ni carreras específicas para mujeres, contrario a lo que muchas veces nos hicieron creer por estereotipos de la época de nuestras abuelitas. También pudieron decidir dónde trabajar para desarrollarse profesionalmente, dónde aplicar sus prácticas, si casarse pronto o no, o si quieren tener hijos en un futuro o no tenerlos. En fin, cada quien es libre de decidir lo que quiera hacer con su vida, siempre y cuando sean decisiones tomadas con inteligencia.
Me considero una mujer moderna que piensa que las mujeres podemos hacer lo que se nos dé la gana, pues somos capaces a la par que los hombres. Es más, a veces he llegado a pensar que en muchas cosas somos mejores, pero no voy a abrir ese debate en este momento con este texto.
Creo sinceramente que los años en los que los roles estaban completamente marcados y establecidos -donde la mujer se dedicaba a tener hijos, llevar su casa, cocinar y atender a su marido, y los hombres se dedicaban solamente a salir a trabajar para traer sustento a la casa sin importar cómo lo consiguieran, pues era lo que se esperaba de ellos- han desaparecido. Han dado paso a una era donde tanto hombres como mujeres trabajan a la par para mantener sus hogares, y donde ambos se dividen las tareas domésticas.
Entonces, si tengo tan claro todo lo anterior, y si he dedicado la mayor parte de mi vida educando a mis hijas para que puedan lograr todo lo que mencioné antes, ¿por qué hoy me encuentro con los ojos llenos de lágrimas viendo cómo mi hija de 21 años cierra su segunda y tercera maleta para viajar a terminar su carrera y empezar sus prácticas profesionales en un hospital en un país ajeno al nuestro? Y no es que sea la primera vez que lo hace, ni ella ni mi hija mayor, que, dicho sea de paso, terminó su carrera hace poco más de un año, trabaja en lo que le apasiona y comenzó su propia familia hace pocos meses. Es decir, las dos están encaminando sus vidas en el camino del éxito, cada una en lo que su corazón desea. Las dos han hecho varias veces aquello que consideran lo mejor para su éxito profesional y emocional; las dos han decidido irse a prepararse para la vida, buscando siempre una mejor educación así como mejores oportunidades en todos los aspectos de sus vidas.
Pero la diferencia en esta ocasión radica en que mi bebé, mi hija chica y, por qué no decirlo, mi CLON, se va a culminar los últimos años de su vida académica lejos de mí, y tal vez sea la última vez que me tome en cuenta en su proceso de superación personal y en esa toma de decisiones que seguramente le cambiará la vida. Esto me llega fuerte hasta el fondo de mi corazón.
No puedo sentir más orgullo y admiración al ver en lo que mis dos hijas se han convertido. Tengo sentimientos encontrados, pues claro que están dejando un hueco en mi casa y en mi corazón ahora que se han ido, pero no puedo dejar de pensar que yo las eduqué justamente para este momento. Hoy no me queda más que decirles que soy la mamá más orgullosa del mundo cuando las veo comprometidas con sus metas de vida, esas metas que las impulsan todos los días a prepararse, esforzarse y luchar para convertirse en lo que siempre han deseado en su mente, su alma y su corazón.
Y es así como, hoy, con lágrimas en los ojos -más por felicidad que por tristeza- le digo hasta pronto a mi bebé, que se va a hacer todo aquello para lo que fue educada.
Hoy solo tengo un mensaje para ti, Sophia, y para ti, Victoria: nunca digan "no puedo", porque sí pueden; nunca digan "tengo miedo", porque ese miedo es lo que las impulsará a lograrlo; nunca dejen de intentarlo, porque es más probable que se arrepientan de aquello que no hicieron que de aquello que sí hicieron. Recuerden que, si se equivocan al intentarlo, seguramente les hará crecer y aprender de su error, pero si no lo intentan nunca sabrán cuál habría sido el resultado.
NUNCA LES CORTEN LAS ALAS A SUS HIJOS E HIJAS POR ESTEREOTIPOS HECHOS POR GENERACIONES PASADAS. RECUERDEN QUE EL CHISTE ES ENSEÑARLOS A VOLAR, Y AUNQUE NOS DUELA, SOLTARLOS. TENEMOS QUE DEJARLOS IR Y VERLOS TRIUNFAR DESDE AFUERA, QUE ES DONDE NOS CORRESPONDE ESTAR.
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