El cuerpo de un hombre apareció en la playa de Somerton, Adelaida, en Australia Meridional. Cuando lo examinaron, les resultó extraño que tuviera el traje planchado, los zapatos lustrados y un cigarrillo apagado sobre el pecho. No tenía documentos ni mostraba signos de violencia. Se calculó que tenía cerca de 40 años. Medía un metro ochenta, tenía los ojos color castaño claro, el pelo rubio algo grisáceo, hombros anchos y unas manos y uñas impecables, propias de alguien que no realizaba trabajo manual. Tampoco tenía cicatrices. Algo llamativo fue que, aunque en esos días hacía mucho calor, vestía un pulóver marrón y un saco gris de corte europeo.
Lo descubrieron acostado boca arriba sobre la arena, con la espalda y la cabeza apoyadas en una roca, a las seis y media de la mañana del 1° de diciembre de 1948. La policía llegó de inmediato y, a medida que observaban los detalles, dedujeron que quizá se trataba de un crimen pasional o que el muerto tal vez era un espía.
Llevaba un cigarrillo Kensitas acomodado sobre la oreja derecha y un atado de cigarrillos Army Club en uno de los bolsillos del saco, junto con una caja de fósforos y un paquete de chicles. En otro bolsillo había dos pasajes -uno de micro y otro de tren- y un papel con una inscripción misteriosa: tamam shud, "está terminado" en farsi.
Nadie pudo descubrir su identidad. El caso pareció dar un gran paso hacia su resolución cuando, el 14 de enero de 1949, el personal de la estación de trenes de Adelaida avisó a la policía que había una valija guardada en una taquilla desde el 30 de noviembre anterior y que nadie había retirado. Estaba en la misma estación en que el hombre compró los pasajes que llevaba en los bolsillos.
En la maleta había una robe de chambre, un par de pantuflas rojas talla 7, cuatro calzoncillos, dos pijamas, una navaja y crema de afeitar, un pantalón marrón con restos de arena en el dobladillo, un destornillador, hilo de coser Barbour, unas tijeras muy afiladas, un cuchillo de mesa que había sido recortado -supuestamente para convertirlo en un arma- y un libro: El Rubaiyat, de Omar Khayyam.
Los investigadores repararon en datos significativos: el pasaje de tren que tenía el "Hombre de Somerton" había sido comprado en esa estación; todas las etiquetas de la ropa, menos una, estaban cortadas; la talla de las pantuflas coincidía con la del cadáver; el hilo Barbour era el mismo que se había usado para coser un bolsillo del saco del muerto; y, lo más importante, las últimas palabras de El Rubaiyat eran las mismas que estaban escritas en farsi en el papel encontrado en el bolsillo: tamam shud ("está terminado").
El libro aportó dos elementos más. En la última página había escritas a mano cinco líneas de letras en mayúsculas, de las cuales la segunda estaba tachada:
WRGOABABD
MLIAOI
WTBIMPANETP
MLIABOAIAQC
ITTMTSAMSTGAB
Si era un mensaje en código, nadie pudo descifrarlo. Además, en la parte trasera del libro se encontró un número de teléfono. Pertenecía a una enfermera que vivía a unos 400 metros del lugar donde fue hallado el cuerpo.
La policía la visitó en su casa y la mujer, llamada Jessica Thompson, se puso extremadamente nerviosa y les pidió que volvieran cuando su marido se fuera a trabajar. Cuando regresaron, les dijo que en 1945 le había regalado el libro a un teniente del Ejército llamado Alfred Boxall, quien servía en la Sección de Transporte Marino de la Armada Australiana. Relató que dejó de ver a Boxall al terminar la guerra y que, poco después, se casó. Casi había olvidado al militar cuando, en 1948 -no recordaba exactamente en qué mes-, el hombre la llamó por teléfono, pero ella le dijo que no podía verlo, pues estaba casada. Ese, aseguró, fue su único contacto.
Los investigadores no le creyeron. De pronto, las dos hipótesis parecían confluir: el hombre evidentemente era un espía -porque era militar y había escrito un mensaje en código-, y además era, o había pretendido ser, amante de la mujer. Tal vez esto último le había costado la vida cuando quiso volver a verla.
Ahora tenían un nombre: Alfred Boxall. Al rastrearlo en la Armada, la policía recibió una sorpresa: sí, había servido allí y se había retirado, pero no estaba muerto, pues seguía cobrando su pensión de retiro. El exmilitar trabajaba en una compañía de transportes. Confirmó que había llamado a su exnovia enfermera, pero que, cuando ella le dijo que estaba casada, desistió de volver a verla. Y sí, ella le había regalado ese libro, pero lo había perdido, sin recordar dónde ni cuándo.
Todos los caminos se cerraban. Interpol y el FBI revisaron en sus registros las huellas digitales del muerto sin resultado. El cuerpo del hombre fue embalsamado para que la policía tuviera más tiempo de identificarlo, y se hizo un molde de yeso de su rostro para recordar su aspecto. Finalmente, lo enterraron en el cementerio de West Terrace de Adelaida bajo una lápida con la frase: "Aquí yace el hombre desconocido que fue encontrado en la playa de Somerton el 1 de diciembre de 1948".
Pasaron 73 años hasta que el profesor Derek Abbott, de la Universidad de Adelaida, se interesó por el caso. Abbott, experto en ADN, se propuso aplicar las técnicas más modernas para tratar de desvelar el misterio. Tras insistir ante la justicia australiana, logró que exhumaran el cadáver embalsamado y le permitieran realizar un estudio comparativo de ADN.
Con la colaboración de la experta forense Colleen Fitzpatrick, especializada en casos sin resolver, pudieron construir un árbol genealógico utilizando cabellos del cadáver. Reduciendo posibilidades, dieron con un nombre: Carl Webb, ingeniero eléctrico nacido en 1905 en un suburbio de Melbourne.
Compararon el ADN con familiares vivos y encontraron la coincidencia. "Es como escalar el Monte Everest, con esa mezcla de euforia por estar en la cima, pero también de cansancio y agotamiento", explicó Abbott en una entrevista. Los familiares que pudieron localizar nunca habían conocido a Webb, muerto antes de que ellos nacieran, pero aportaron un dato clave: su casamiento con Dorothy Robertson.
"Tenemos pruebas de que se había separado de su esposa y que ella se había mudado al sur de Australia. Posiblemente vino a buscarla", relató Abbott.
Así, el misterio de la identidad del "Hombre de Somerton" quedó resuelto, aunque todavía hay preguntas sin respuesta: no se conoce la causa de su muerte ni el significado del extraño código encontrado.
Hay un misterio insondable y divino, el de los equilibrios del destino.