Agosto nos recuerda cada año que dar pecho es mucho más que alimentar: es cuidar, sostener y transformar el mundo desde los primeros días de vida. En la Semana Mundial de la Lactancia Materna, es urgente visibilizar que esta práctica ancestral sigue siendo, en muchos sentidos, un acto revolucionario.
Soy mamá de dos niñas. A ambas les di pecho hasta los dos años. Lo hice con amor, pero también con cansancio, dudas, jornadas laborales encima, comentarios no pedidos y una sensación de estar haciendo malabares entre ser mujer, madre, profesionista y cuidadora. Porque dar pecho no siempre es fácil, pero cuando se logra, es profundamente poderoso.
Hablar de lactancia materna es también hablar de derechos humanos: el de las infancias a recibir el mejor alimento posible y el de las mujeres a amamantar sin culpas, sin presiones ni estigmas, con apoyo real, tiempo digno y espacios seguros.
Según UNICEF, solo 1 de cada 2 bebés menores de seis meses recibe lactancia materna exclusiva en el mundo. En México, esa cifra ronda apenas el 28 %. ¿Por qué tan baja? Porque muchas madres no tienen condiciones dignas para hacerlo: jornadas laborales extensas, falta de licencias, presión para regresar al trabajo sin espacios para extraerse leche o amamantar, y cero redes de apoyo.
La lactancia no debe ser un privilegio ni una carga. Debe ser una opción respaldada por políticas públicas. Necesitamos lactarios en espacios de trabajo, campañas informativas sin juicios, licencias adecuadas para todas las maternidades (incluso las no biológicas), y un compromiso serio del Estado, las empresas y la sociedad para dejar de romantizar y empezar a acompañar.
No todas las mujeres desean o pueden dar pecho, y eso también se debe respetar. Pero quienes sí lo eligen merecen hacerlo con dignidad, sin miedo ni culpas.
Esta semana es la oportunidad para repensar la lactancia no solo como un tema de salud, sino como un tema de justicia, equidad y comunidad. Porque cuando una mujer da pecho, está dando mucho más que leche: está dando tiempo, cuerpo, energía, contención y amor. Está sembrando vínculos que transforman.
Y eso, en un mundo tan hostil, sigue siendo un acto profundamente revolucionario.
Amamantar no es solo un acto biológico: es político, emocional y profundamente humano. ¿Qué pasaría si, como sociedad, pusiéramos el mismo empeño en cuidar a quienes cuidan? Que esta Semana Mundial de la Lactancia Materna no pase de largo. Que sirva para cuestionarnos, para acompañar, para exigir políticas reales y construir redes donde las mujeres no estén solas.
Porque dar pecho es sembrar futuro. Es resistir desde el cuerpo. Es amar en lo cotidiano.
Que cada gota de leche sea también una gota de cambio.
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