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POBRES OJOS

CLAUDIO PENSO.-

Nunca había conversado íntimamente con una persona ciega. A poco de compartir momentos con ella, llegué a pensar que no tenía impedimentos en absoluto; por el contrario, podía percibir detalles sutiles que a mí se me escapaban.

Ella nació ciega, nunca vio; sin embargo, su conexión con el mundo circundante era tan intensa, precisa, detallada, que no dejaba de sorprenderme.

Me hacía preguntas como un juego. Por ejemplo: ¿Puedes percibir el aroma de la lluvia que está por llegar? Yo tenía que cerrar los ojos y concentrarme en el olfato para comprender ese aroma áspero, casi salvaje, que emana el viento antes de la tormenta.

Los que ven se pierden muchas cosas. Eso pensaba mientras recobraba el aroma de la lluvia que había cesado. ¿Qué sientes ahora?, le pregunté.

Puedo sentir cómo se deslizan las gotas sobre todas las cosas, el persistente olor a humedad casi adolescente. Se esparcen todos los perfumes de las flores. Oigo la alegría de los pájaros, casi puedo sentir el movimiento leve del suelo alisándose como un papel arrugado.

Me quedaba azorado comprobando cómo tantos detalles, sensaciones y emociones podían invadir todo su cuerpo con una intensidad singular. No sabía cómo eran los colores; no obstante, podía distinguir el tono de voz de alguien y descifrar las variaciones casi imperceptibles de su emocionalidad.

Mientras caminábamos, le pregunté cómo era esa persona que venía en sentido contrario por la misma vereda. Se detuvo, movió su cabeza levemente para afinar el oído y me dijo: Es una mujer anciana, cojea un poco, lleva algo pesado en las dos manos. ¡Exactamente! Era una mujer mayor que llevaba dos bolsas y parecía renguear.

Otra cosa que me sorprendió era su capacidad para imaginar; tenía una imaginación exquisita, amplificada.

Le pregunté cómo eran sus sueños. Trató de describir sus sensaciones, aquellas escenas suaves, rugosas, frías, los aromas, los sonidos… pero yo sentía que no podía entenderla.

Comencé a lamentarme porque aquellos que podemos ver nos estábamos perdiendo tantas cosas, quizá vivimos un poco distraídos con nuestros pobres ojos.

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