Estaba solo en mi casa. Escuché ese rugido que tanto me inquieta, el alboroto que precede a una tormenta. Como una bestia escondida a punto de atacar, le siguieron truenos. Varios relámpagos iluminaron la ventana y estalló el aguacero con furia. Los pensamientos primitivos de protección ensombrecieron mi mente, el techo crujió, pensé que tal vez los viejos árboles se habían derrumbado.
Me permití imaginar cómo sería una tormenta en la época de las cavernas, el sentimiento de desolación experimentado por esos hombres y mujeres que muy poco podían hacer, salvo guarecerse y esperar a que la tempestad se consumiera.
No uso reloj, consulté el de la chimenea, apenas las tres. Es curioso, la luz aún resiste el embate de la naturaleza. Decidí chequear los rincones de la casa y las aberturas. Todo parece estar en orden.
Me senté a merced de la tormenta, con la esperanza de que llegara el amanecer.
Reflexiono acerca de la brontofobia. Es el miedo extremo a los ruidos, truenos o relámpagos durante las tormentas. Es habitual en los niños y normalmente desaparece con la edad. Cuando persiste en adultos, llega a producir ansiedad y ataques de pánico que impiden una vida normal. Las causas más frecuentes del miedo a las tormentas son eventos traumáticos, accidentes relacionados con las tormentas y creencias místicas.
No llego a sentir ese miedo paralizante; sin embargo, sufro.
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