En casi todas mis columnas he hablado de la importancia de la educación para que los niños se conviertan en adultos responsables, sanos y funcionales, siempre resaltando la importancia que tienen la escuela, los padres y hasta los medios digitales y las redes sociales en la educación y en la forma de ser de los niños, ya que hoy en día son los principales entornos en los que los niños se desenvuelven y se van convirtiendo, poco a poco, en los adultos que serán en el futuro.
Hasta ahí vamos bien en el tratar de entender por qué cada niño se convierte en el adulto que es o que será en el futuro. Sin embargo, ¿qué pasa con todos los estímulos externos a los que nos vamos enfrentando día a día y que también forman parte del ser en el que una persona se va convirtiendo con el paso de los años? Todas esas actividades que a veces no les damos importancia, pues sentimos que van incluidas en el paquete de nuestro vivir diario, también van dejando una huella en nuestro yo interno que nos hace ser quienes somos.
El elegir como amigos a aquellos con los que puedes desenvolverte con libertad y sentirte cómodo en su compañía; el elegir el ejercicio que te gusta para que se convierta en tu válvula de escape y así poder continuar con tu día menos estresado; el elegir la universidad que más se acerque a tus necesidades para, más adelante, incorporarte al trabajo de tus sueños; el escoger una pareja con la cual formar tu familia… Todas estas decisiones que vas haciendo a lo largo de tu vida son producto de tu formación de cuando eras niño, pero también traen consigo muchos más aprendizajes de los que el salón de clases te pudo dar durante tu infancia.
Lo que quiero decir es que la escuela nos educa y nos forma para convertirnos en adultos con conocimientos y habilidades sociales; sin embargo, son los aprendizajes que adquirimos día a día los que realmente nos forman para la vida y que nos hacen ser lo que somos y cómo nos comportamos con los demás.
A nivel personal, lo que he aprendido de cada aspecto de mi vida me hace ser una persona completamente diferente a lo que era hace 20 años.
Escoger a mi pareja de vida y formar con él la familia que hoy tengo me ha enseñado casi todo lo que soy ahora, pero lo más importante es que me enseñó que soy capaz de dar mi vida por las personas que más amo en el mundo. Me enseñó que los hijos son los regalos más grandes que la vida nos puede dar y que debemos dar las gracias todos los días por la fortuna de tenerlos. Debemos saber que no todos los días serán buenos, pero que hay momentos buenos todos los días que nos traen aprendizajes que ningún colegio nos da.
Mi trabajo en la institución que me abrió las puertas hace 9 años, para formar parte de su equipo, me ha enseñado a ser una persona más empática, más humana, más noble y más sensible, pero más que nada, le dio un significado más profundo a la frase: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo", al grado de amar al prójimo mucho más que a mí misma.
El deporte se ha convertido en una parte fundamental de mi existencia y, gracias a eso, me he convertido en una persona mucho más perseverante, fuerte -tanto física como emocionalmente-, constante, y me ha enseñado que cada persona tiene límites diferentes, y que no importan las diferencias entre unos y otros, siempre y cuando des tu cien por ciento.
No me considero ningún gurú de espiritualidad, pero sí puedo dejar en cada uno de ustedes la inquietud de hacer este ejercicio de autoconocimiento para ver cómo han cambiado y crecido a nivel personal a lo largo de sus vidas. Se darán cuenta de lo diferentes que son hoy en día a como eran hace 20 años, y estos aprendizajes no se dan más que en la ESCUELA DE LA VIDA.
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