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SOMOS CÍCLICAS, NO INCONSISTENTES

JENY FARÍAS.-

Las mujeres y otras personas con útero somos seres cíclicos. Esta no es una metáfora espiritual ni una concesión poética. Es un hecho biológico que ha sido históricamente ignorado, silenciado o incluso ridiculizado. Cada mes, atravesamos por cuatro fases hormonales distintas que influyen en nuestro estado de ánimo, nuestra energía, nuestra capacidad de concentración y también en nuestra fuerza física. No es debilidad. Es naturaleza. Y reconocerlo no debe ser motivo de estigma, sino de justicia.

Durante el ciclo menstrual, pasamos por la fase menstrual, folicular, ovulatoria y lútea. Cada una con sus características y potencialidades. Hay días en los que el cuerpo se siente más lento y necesita descanso. Otros en los que la energía se dispara, la creatividad fluye y la seguridad personal se fortalece. Ignorar estos ritmos -como se hace hoy por hoy en muchas escuelas, centros de trabajo o incluso en los sistemas de salud- es negar una parte esencial de nuestra existencia.

Reconocer nuestra ciclicidad no es pedir privilegios. Es exigir que las políticas públicas, los entornos laborales, educativos y comunitarios se diseñen considerando realidades que incluyen la naturaleza femenina, no solo la masculina lineal que históricamente ha sido la medida del mundo.

¿Y qué significa eso en la práctica? Significa, por ejemplo, que en el ámbito laboral podamos contar con esquemas de trabajo flexible. Que en la escuela, las niñas no sean señaladas cuando un día no tienen la misma energía que otro. Que los servicios de salud comprendan y acompañen cada etapa del ciclo con enfoque integral. Significa, sobre todo, dejar de patologizar nuestras emociones, nuestros cuerpos, nuestras oscilaciones.

Nombrar nuestra ciclicidad es político. Es desafiar una narrativa que nos ha exigido estabilidad constante para ser tomadas en serio. Es abrir paso a un nuevo paradigma donde el bienestar no se mida en términos de productividad sostenida, sino de conexión con nuestros propios ritmos, que además resultaría más fructífero.

No hay incoherencia en nosotras. Hay fases. Y en cada fase hay poder. Por ejemplo, ¿sabías que en la fase menstrual somos más reflexivas, nos conectamos más profundamente con nuestras necesidades y las de otras personas? En la fase folicular llega la claridad y agilidad mental, la concentración y el foco. En la fase ovulatoria aumentan nuestras capacidades de liderazgo, negociación y comunicación, y en la fase lútea suele aumentar el pensamiento crítico y podemos ser muy aguerridas.

Es momento de que nuestras sociedades dejen de exigirnos que seamos lineales, cuando la fuerza de lo cíclico es, precisamente, lo que nos hace humanas.

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