Que la vida se pasa muy rápido es probablemente uno de los clichés más viejos del mundo, y sin embargo, no te das cuenta de que es cierto hasta que sale una cana o alguna arruga, que a mi forma de ver nos hacen ver más interesantes y hasta más sexys. La verdad, no veo cuál es el tema. No entiendo el afán por postergar, negar, evitar y desafiar el proceso natural del tiempo, del cuerpo, de los años.
Por supuesto que estoy a favor de verte bien. Eso hará que, además, te sientas bien. Me parece indispensable moverte, fijarte qué comes, ponerte la crema para que no tengas cara de cartón e incluso darte una pequeña ayudadita en áreas clave que pueden hacerte una diferencia abismal.
Pero de ninguna manera entiendo esto de hacerse adicto a rellenarse la cara, abusar de las cirugías, perder todo tipo de expresión, ponerte, quitarte y estar completamente obsesionada por cómo te ves. Porque el tema principal aquí no es cómo te ve el mundo, sino cómo te ves tú. Y el hecho de que estemos invirtiendo tanto tiempo y tanto dinero en nuestra apariencia es un clarísimo indicador de que algo anda muy mal.
¿Por qué nos cuesta tanto trabajo envejecer y aceptarnos? ¿Por qué luchamos contra lo que es y, en el proceso, además, nos damos el balazo en el pie y no disfrutamos lo que sí es, lo que sí hay, lo que sí somos? ¿Por qué?
Queremos que todo sea perfecto (y estar perfectos) cuando, al contrario: necesitamos de los malos momentos para generar los buenos y nuestras imperfecciones para ser nosotros. La clave de la tan ansiada felicidad radica en comprender que la vida implica los lados B: el sufrimiento, las arrugas, la enfermedad, los defectitos, las rupturas, los desencuentros… lo malo, pues. Lo que nos choca. Aprender a ser felices, aunque no estemos felices. Qué gran reto. Aceptar lo que es. Cuando es. Como es.
Nos pasamos la vida evitando el dolor, el tiempo, la ansiedad, la tristeza, el estrés y la ley de la gravedad en nuestros cuerpos. Cualquier emoción o situación negativa es inmediatamente rechazada, negada y, por supuesto, "reparada" lo más rápido posible. Y eso es lo que hace que el camino se haga infinitamente más complicado y que nadie nunca esté realmente satisfecho.
Pensamos que la fórmula es huir de todos esos sentimientos y realidades escapándonos por medio de cosas materiales, amantes y "experiencias" que nos hacen sentir emocionados por un rato. Pero que después dejan el vacío más grande y nos encontramos cada vez más tristes, más solos, más inconformes.
Qué importante también saber que todo es temporal. Tener eso en mente hará que, cuando estemos en una mala racha, sepamos que no importa lo mal que estés: va a pasar. Necesitamos, además, tener presente que lo bueno, lo romántico, lo increíble, también se va a acabar. Eso nos permitirá enfocarnos en disfrutar más esos momentos mientras suceden. No antes. No después. Disfrutar ahorita.
Lo más importante de toda esta teoría es no olvidar que nosotros cambiamos también continuamente, nunca somos los mismos y el testigo principal de eso es, nos guste o no, nuestro cuerpo: el espejo fiel de los años.
No hay nada más sexy que una persona que se asume completa y que se saca provecho con lo que tiene. La seguridad que implica cargar bien tus canas, tus arrugas, tu cuerpo que ya no es de chavita y compensar todo eso con una sonrisa franca y los pies bien plantados en el piso es, créanme, infinitamente más atractivo que cualquier tipo de filtro de Instagram o torturas estratosféricamente caras a las que se someten.
Acéptense. Hagan ejercicio. Coman sano. Pónganse bloqueador. Duerman bien. Bájenle a la fiesta. Vístanse como les dé la gana, pero que se vean cómodos en su piel, no disfrazadas. Les aseguro que eso las hará verse infinitamente mejor que cualquier cosa que se embarren, se cuelguen o se inyecten.
Pero, sobre todo, acepten la edad que tienen. Si algo tiene de especial tener más años es precisamente eso: la experiencia, lo vivido, lo sufrido, lo que te ha hecho ser diferente a todos los demás.
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