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Vacaciones con sargazo y Trump

JORGE RAMOS

Perdón, pero estoy de vacaciones. Ahora, que ya no trabajo en la tele, puedo manejar mi tiempo como yo quiera. No tengo que estar amarrado, como antes, al escritorio del presentador de noticias (o "anchor" en inglés) y a la obligación -noble pero esclavizante- de reportar en tiempo real las principales noticias del día. Aun así, traigo el ojo puesto en todo lo que está a mi alrededor. Y lo que veo es mucho sargazo y un creciente miedo a los Estados Unidos de Trump.

Creo que las playas de la Riviera Maya, al sur de México, son de las más bonitas del mundo. El agua es tibia y cristalina, su suave arena es casi blanca y hay pocos lugares con un mejor servicio y una genuina disposición a ayudar al visitante. Además, se come de maravilla. Perdí la cuenta de todas las ocasiones en que he venido, y cada vez que la familia necesita un respiro, brincamos a sus playas. Es un viaje cortito desde Miami.

Sin embargo, de unos años para acá las cosas empezaron a cambiar. No era solo el aumento de la criminalidad, los frecuentes robos a los comercios y las interminables peleas sobre los derechos de los taxistas desde Cancún hasta Playa del Carmen, sino algo que nos tomó a todos por sorpresa: el sargazo.

Al principio eran solo rastros de algas que aparecían por las mañanas sobre las playas y que los esforzados trabajadores de los hoteles, con grandes sombreros y lentes oscuros para protegerse del sol, recogían con sus escobas de ramas. De vez en cuando te topabas en el mar con unas flexibles ramitas verdes o se te colaban al traje de baño, pero no era nada grave.

Luego vino la invasión.

Lo que vi en Tulum es desastroso. El sargazo impedía totalmente la entrada al mar, con casi 10 metros de espesor, y el fétido olor se extendía por los restaurantes y bares que daban a la playa. Ante la macroalga invasora, algunos hoteleros se habían dado por vencidos y dejaron de recogerla por las mañanas. Era una labor imposible; a las pocas horas de limpiar la playa, se volvían a acumular las colinas de sargazo.

Algunos empresarios, con más recursos y mucha imaginación, han creado unas barreras artificiales frente a las playas de sus hoteles, pero el espectáculo plástico es horrendo y los resultados mediocres. Nadie puede detener esa avalancha de café verdusco. Solo en junio había 40 millones de toneladas de sargazo flotando en el caribe, según el cálculo de especialistas de la UNAM, reportado por Reforma, prácticamente dos veces más que el récord del 2018.

Nadie quiere ir a una playa que apesta y donde no te puedes meter al mar. Y se nota. Comparado con el mismo primer semestre del año anterior, hay menos visitantes en Cozumel y Cancún. ¿La culpa? Seguramente del cambio climático, cuyas altas temperaturas marítimas fomentan la inusitada reproducción del sargazo. Este no es un problema mexicano. Casi todos los países del caribe también lo están sufriendo. ¿La solución a corto plazo? No lo sé, de verdad, no lo sé. Las barcazas que tratan de bloquear el sargazo en altamar antes de que llegue a las playas no son suficientes y su impacto es mínimo.

Hay menos turistas en el caribe mexicano y también menos turistas en Estados Unidos, aunque por distintas razones. En el sur de México es por el sargazo y la inseguridad; en Estados Unidos es por Donald Trump.

Hace poco -con más tiempo en mis manos- estuve viajando por Grecia y España, y mucha gente me dijo que no quería ir de paseo a Estados Unidos. Las imágenes de las redadas realizadas por agentes encapuchados y sin identificación han dado la vuelta al mundo. Además, los posibles viajeros han escuchado las historias de horror en los aeropuertos de entrada -a algunas personas supuestamente les revisaron sus redes sociales en los celulares para ver si hablaban mal del presidente- y nadie quiere terminar en "el cuartito", esa oscura oficina donde interrogan largamente a los visitantes sospechosos.

Lo sé, mis conversaciones con gente que no quiere ir a Estados Unidos son anecdóticas. Pero coinciden con las últimas estadísticas y con la mala imagen del país por imponer nuevos aranceles a la mayor parte de los países en el mundo. En el pasado mes de junio, hubo un 6.6 por ciento menos visitantes extranjeros a Estados Unidos que el año anterior, según la International Trade Administration. Y aún faltan los reportes de julio y agosto cuando más europeos y latinoamericanos solían visitar Estados Unidos.

La conclusión es que Trump asusta.

Y aparentemente la Florida también. En el primer semestre del 2025, hubo 400 mil menos pasajeros llegando al aeropuerto de Miami que en el mismo período del año anterior, según reportó The Miami Herald. La Florida, donde soplan fuerte los vientos trumpistas, ha dejado de ser un refugio para los que huyen de las dictaduras, la pobreza y la violencia en América Latina. Por eso no extraña que haya sido en los mismos pantanos de la Florida donde se ha construido la tenebrosa cárcel del "Alcatraz de los caimanes". El 95 por ciento de los inmigrantes detenidos ahí son latinoamericanos y duermen en jaulas.

Lo que he aprendido estas últimas semanas es que vacacionar también es una decisión política. Por supuesto, la idea es escoger un lugar donde nos podamos desconectar. Pero los políticos y el cambio climático nos persiguen hasta la hamaca y la palmera. Y yo no quiero irme de vacaciones ni con sargazos, ni con Trump.

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