¿En quiénes creo?, y ¿a quién admiro?, son preguntas cuya respuestas seguramente carecen de interés tanto para la mayoría de los lectores como para mí.
Empero, la búsqueda de tales respuestas evade mi desinterés y se alía con algunos hechos recientes en México, cadena que toca el hombro de mi memoria para despertarla.
Durante más de 40 años acumulé el deseo de decirle sus verdades viéndolo a los ojos.
Había sido mi profesor en un instituto de estudios superiores orientado, principalmente, a estudiantes pudientes o de tan alta capacidad que merecieran una beca.
Aunque no pertenecía a ninguno de esos grupos, la paciencia y el amor de mi padre me dieron un lugar en ese centro de estudios, aunque él tuviera que renunciar a lo que en justicia su trabajo le daba.
Ni potentado ni genio, pero al fin humano -contra lo que más de una persona supone-, incubé durante más de 40 años la oportunidad de expresar a ese maestro, cara a cara, mi sentir sobre lo sucedido.
Las consecuencias del hecho se magnificaron con el paso del tiempo, especialmente cuando comparaba su fondo con la involución del medio en el que trabajaba, cada vez más renuente a las ideas y proclive a la necedad que eso traía consigo.
Sucedió durante una mañana de 1983, en la que por primera vez iba a proyectarse en público la película que formaba parte de mi trabajo final de la materia de cine.
Nada de extraordinario tendría hoy esto si el maestro hubiera permanecido sentado y callado observando el producto, pero, humano también, poco antes de ser apagadas las luces del aula no resistió el impulso para levantarse de su asiento y poner, con voz firme, los puntos sobre las íes con relación a la tarea final del equipo estudiantil al que pertenecía.
Sin perder jamás la compostura, pero categórico en sus señalamientos frente a los profesores y alumnos invitados que llenaban la sala, el maestro se deslindó de toda responsabilidad en torno a la película que estaba a punto de ser exhibida, pues expresó que nunca en su labor docente un grupo había producido una cinta sin su guía y supervisión. Su postura me hizo suponer que el siguiente anuncio sería el relativo a la necesidad que tendría de repetir la materia.
La película fue proyectada y tan pronto se iluminó de nuevo la sala, el maestro volvió a incorporarse e hizo de nuevo uso de la palabra. Por supuesto la incertidumbre otra vez me invadió.
Enfrente de todos los invitados y con su misma voz firme hizo la primera y emocionante reseña del documental experimental "El Espíritu de la Calle Juárez", reconociendo el trabajo de los participantes en su producción y ponderando los valores que encontró en la obra, aunque esta se hubiera incubado fuera del cubículo de profesores.
Ese momento protagonizado por el maestro Jesús Torres inscribió para siempre en mi vida su ejemplo de valor, integridad, honestidad y auténtico compromiso con la enseñanza, no con el ego ni con el poder. Hace algunos meses se lo dije en persona.
Creo en la duda y falibilidad como acompañantes eternos de los seres humanos, y admiro el valor de algunos para admitirlo y soñar con ser mejores.
Asumir que "la verdad" sólo es la propia, acogerse a ella para gozar de la comodidad de acallar la conciencia y denigrar a la razón postulando que los líderes siempre la tienen, tarde o temprano exhibirá en el libro de la historia al testarudo, al fallido manipulador de la ignorancia o al cobarde que prefiere la fantasía antes que la realidad.
Dar paso a la razón y enfrentar el cambio que esta motive, distingue a las personas honestas y valientes.
Y una vez más recuerdo a don Raúl Caballero Escamilla, quien en un momento del siglo pasado pareciera en Nuevo León el líder sempiterno de la otrora poderosa Confederación de Trabajadores de México (CTM).
Después de entrevistarlo acerca de su posible candidatura para gobernar el estado, Caballero Escamilla me preguntó si ahora él podía cuestionarme, a lo que respondí que sí. Para reforzar el ambiente de confianza que supuse deseaba el dirigente obrero, guardé frente a él cámara, libreta y grabadora en mi maleta.
Tras preguntarme si consideraba que podía ser candidato -a lo que respondí que no por el balance de fuerzas en la entidad-, citó a cada uno de sus posibles contrincantes del priismo hegemónico, a quienes consideró "afeminados". ¿Se refiere a (mencioné los mismos nombres) como homosexuales?, le pregunté.
"Eso lo dice usted, amigo Rivera", respondió el hábil político.
¿Será deshonesto y cobarde el gobernante o sistema político que se considere inmutable? La respuesta es suya, lector.