Es necesario en estos terribles momentos asumir la responsabilidad de discutir, de insistir, de tratar de convencer, para que se comprenda mejor la espantosa tragedia que después de casi 22 meses de guerra contra Hamas continúan sufriendo de manera totalmente diferente palestinos e israelíes; unos siendo víctimas y los otros victimarios.
La guerra, el cerco y el genocidio en la franja de Gaza, junto con el asalto sobre los territorios ocupados en Cisjordania, son el cruel y atroz epicentro del profundo dolor que se extiende por el mundo ante la pesadilla de la regresión a la que hemos llegado como sociedad internacional, incapaces de poner un alto a la barbarie. Las dos malhadadas vertientes que nos ha conducido hasta aquí son la falta de respeto a las normas de convivencia entre pueblos y naciones codificadas en el derecho internacional y la imposición de la "ley" por el más fuerte.
Al mismo tiempo, son la muestra más patente de nuestro extravío respecto de la conducción de la vida humana en el planeta, desde una perspectiva tanto presente como histórica y la enorme irresponsabilidad demostrada por los gobernantes al enfrentar las permanentes crisis de nuestro tiempo, incapaces de encarar con inteligencia, moralidad, conocimientos y valores humanos los formidables retos de un porvenir increíble, peligroso e incierto.
Me niego a pensar, mucho menos a aceptar, que los europeos hayan perdido su alma en Gaza, como lo ha expresado Joseph Borrell; que los demás quizás también, al ser testigos mudos de los desastrosos conflictos en el Medio Oriente. Cuando es precisamente ahí, en ese extraordinario crisol de civilizaciones en donde debemos salvarla si queremos retener nuestra capacidad de discernimiento entre el bien y el mal, como seres humanos compasivos.
Mientras los palestinos continúan resistiendo la ocupación después de 1967, el bloqueo y enfrentado varias guerras, los israelíes siguen combatiendo a milicianos y civiles, a sangre y fuego, sin ningún temor de Dios de masacrar. La espantosa desesperación de unos es la horrorosa frustración de los otros. Resulta imperativo ganar la batalla final para construir una paz posible y acabar con tanta destrucción; debemos poner fin de inmediato a la sinrazón que ha hecho que se prolongue un conflicto insensato que ha cobrado la vida de decenas de miles de civiles inocentes, dinamitando los fundamentos de una solución pacífica, para continuar sembrando el rencor y el odio.
Pero debemos ser claros y justos; no hay dos partes en el conflicto. Escapemos de la trampa maniquea y huyamos de la prisión musulmana y judía que por demasiado tiempo ha sido una larga condena. Nunca en mi vida fue más urgente variar y subvertir el curso de esta horrible historia para darle esperanza -fe si somos creyentes- a nuestro mundo, para que la presente generación responsable pueda mirar a los ojos de sus hijos y nietos ante sus reclamos.
Israel es un país excepcional con un gobierno extremista. Continúa siendo el agresor con responsabilidades como la potencia ocupante, con gobernantes dispuestos hoy más que nunca a anexarse más territorios, estando acusados de crímenes de lesa humanidad y quienes pretenden mantener un conflicto permanente con los países vecinos para salvarse. Palestina no es Hamas, es un pueblo asombroso que reclama desde hace décadas sus derechos como nación y que no claudicará en su lucha por la libre autodeterminación.
Si se sigue bombardeando, destruyendo y matando de hambre la legítima causa del pueblo palestino, si Israel termina con una abrumadora derrota moral, si no se encuentra pronto una salida negociada para conseguir que convivan dos Estados soberanos e independientes, todos habremos perdido. Las responsabilidades de la comunidad internacional habrán probado ser una horrible patraña.
México, junto con Francia y otras naciones deben actuar ante el criminal statu quo y reaccionar ante el horror que asalta sus conciencias. Es ahora -no pasado mañana- cuando deben contribuir por todos los medios a su alcance a apoyar e inclinar los esfuerzos diplomáticos en favor de una paz justa y duradera. La conferencia auspiciada por Arabia Saudita y Francia en Naciones Unidas es una oportunidad para hacer confluir la poderosa ola de condena ante el genocidio, para movilizar a millones que claman con justa razón un cese al fuego definitivo, y haya una verdadera rendición de cuentas. Esto en un primer momento, para luego pensar en la reparación de los incontables daños causados al pueblo palestino, sin olvidar su derecho al retorno.
Estoy convencido que otra dinámica es posible; que un verdadero cambio en el curso de los acontecimientos mundiales puede producirse si se consigue frenar y revertir las intenciones criminales de Netanyahu secundado por Trump de terminar el trabajo de limpieza étnica iniciado, para acabar de cazar, encerrar y expulsar a los palestinos de sus tierras. Si no se logra, habremos perdido todos los fundamentos en los que descansan la defensa universal de los derechos humanos y del derecho internacional humanitario. Si tan importante cambio de trayectoria no sucede pronto, será imposible recuperar las negociaciones con Irán sobre su programa nuclear, salvar al Líbano de la ocupación y la caída por el precipicio sectario y evitar la destrucción por balcanización de Siria.
Cada día cuenta, cada voluntad suma para salvar las vidas y esperanzas de cientos de miles de niños, mujeres, jóvenes y adultos palestinos, para rescatar vivos a los rehenes y recuperar la dignidad humana de millones de judíos que repudian las acciones del gobierno y apoyan al Estado de Israel.
@JAlvarezFuentes
Colaboró Karina García Zamorategui